Yo antes de ti - Jojo Moyes

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▪ Cuando él sale del baño ella está despierta, recostada contra las almohadas, hojeando los folletos de viaje que había junto a la cama.

▪ Hay ciento cincuenta y ocho pasos entre la parada del autobús y la casa, pero pueden llegar a ser ciento ochenta si se camina sin prisa, como al llevar zapatos de plataforma.

▪ Tenía veintiséis años y no sabía quién era. Hasta que perdí el trabajo ni siquiera me lo había planteado.

▪ A mí se me daba escandalosamente mal cuidar de las cosas; ya no teníamos plantas en casa.

▪ Está atrapado en una silla de mierda. Y tú probablemente no le has ayudado en nada de nada. Habla con él. Conócelo. ¿Qué es lo peor que puede ocurrir?

▪ —¿Sabes?, en realidad solo podemos ayudar a alguien que quiere ser ayudado —dijo.

▪ —¿Quieres saber qué hago cuando no estoy aquí?

▪ Hay cosas a las que uno nunca presta atención hasta que le toca acompañar a alguien en una silla de ruedas.

▪ —¿Acaso la esperanza no es lo último que se pierde?

▪ Entre las rendijas de las cortinas veía el mundo de fuera, cubierto de nieve, inmóvil y hermoso.

▪ Nos quedamos ahí sentados, en un silencio lleno de paz, observando la hipnótica caída de los copos.

▪ Adoraba los placeres sensuales de estar al aire libre, los olores, el tacto de la tierra bajo los dedos, la satisfacción de ver seres vivos, radiantes, embelesados en su belleza efímera.

▪ Necesitaba que mi hijo tuviera algo hermoso que contemplar. Necesitaba decirle, en silencio, que las cosas cambian, crecen o se marchitan, pero que la vida continúa.

▪ —El dinero no lo es todo en la vida.
—¿De verdad?

▪ Disponía de ciento diecisiete días para convencer a Will Traynor de que tenía una razón para vivir.

▪ Has hecho lo que todo el mundo hace. Has decidido por mí.

▪ Había traído consigo los vientos favorables de un mundo enorme, y resultaba extrañamente cautivador.

▪ Recuerdo haber mirado las estrellas, sentirme desaparecer en esa profundidad infinita, mientras el suelo se tambaleaba con dulzura y daba bandazos como la cubierta de un barco enorme.

▪ Quería quedarme ahí sentada para siempre.

▪ No sabía que la música era capaz de abrir puertas dentro de uno mismo, de transportarte a un lugar que ni el compositor habría previsto.

▪ Solo... quiero ser un hombre que ha ido a un concierto con una chica vestida de rojo.

▪ ¿Crees que vas a ganar?
Como si fuera un concurso.
Arranqué un zarcillo de la madreselva y comencé a quitarle las hojas.
—No lo sé.

▪ —Echó un vistazo a la lejanía, perdido por un momento en sus recuerdos—. Fue hermoso. El techo de África, lo llaman. Cuando estás ahí arriba, es como si pudieras ver el fin del mundo.

▪ Solo se vive una vez. En realidad, es tu deber que sea una vida plena.

▪ Dentro de Will percibía un inmenso mundo interior, al que nunca me consentía echar un vistazo.

▪ —¿Y si os dijera que iba a hacer algo completamente diferente?

▪ Quería que pensaras en lo que estás haciendo.
—¿En qué? ¿En cómo dejo pasar la vida...?
—Sí, eso mismo.

▪ ¿Quiénes se creen los demás para decidir cómo han de ser nuestras vidas?

▪ Si tiene un ser amado, se sentirá con fuerzas para seguir adelante.

▪ «Lo que no me mata, me hace más fuerte».

▪ CONSUMIR ANTES DEL 19 DE MARZO DE 2007
Me quedé mirándolo. Casi me reí y luego mis ojos se llenaron de lágrimas.
—¿Es ese el día de...?
—El día de mi accidente.

▪ Cuando abría los ojos su expresión era más dulce, como la de alguien que se despierta de un sueño agradable.

▪ Los pájaros cantaban, el sol se ponía, el mundo daba vueltas. Quise formar parte de todo ello, no estar atrapada en una habitación silenciosa, preocupada por un hombre en silla de ruedas.

▪ —Me sorprende que no nos hayamos conocido antes —dijo—. Cuando crecíamos, digo. Seguro que nuestros caminos se cruzaron.

▪ Entrelacé mis dedos con los suyos y sentí la calidez de sus manos como una forma de consuelo.

▪Sobre nosotros el cielo se había vuelto inalcanzable e infinito.

▪ Las lágrimas me abandonaron en silencio, señal de que algo más me abandonaba. La culpa. El miedo. Otras emociones para las que no tenía palabras. Apoyé la cabeza en el hombro de Will, con delicadeza, y él inclinó la suya hasta que reposó contra la mía.

▪ Podría haber estado así toda la noche, por encima del resto del mundo, con la cálida mano de Will en la mía, sintiendo que lo peor de mí poco a poco se iba alejando.

▪ —No hablo de una recuperación física —puntualizó ella—. Hablo de aprender a aceptar una nueva vida.

▪ —A veces, Clark, tú eres la única razón que tengo para levantarme por las mañanas.

▪ —Pero es una locura, pensar en querer a alguien que no puede..., ya sabes, corresponderte.

▪ —Para mí es importante que Will quiera vivir, que vea en el futuro cosas buenas.
—¿Y entre esas cosas buenas estás tú?

▪ «El mundo se ha encogido y solo somos él y yo».

▪ Miraba al techo y veía la luz del sol jugueteando entre las hojas

▪ ante el fuego y el mar inabarcable y bajo el cielo infinito, entre los sonidos de la música y la sonrisa de Will y los latidos de mi corazón, a punto de explotar con algo que no supe identificar.

▪ Lo besé, respirando el aroma de su piel, sintiendo su suave pelo bajo los dedos y cuando me devolvió el beso todo desapareció y quedamos únicamente Will y yo, en una isla en medio de ninguna parte, bajo miles de estrellas titilantes.

▪ Sus ojos bucearon en los míos y vi en ellos el enorme peso de la tristeza.

▪ Me haces feliz incluso cuando me tratas fatal.

▪ —Pero has hecho todo lo que has podido.
—Y he fracasado.
—¿Quién dice que has fracasado? —Le acarició el pelo y lo apartó de la cara. Su expresión era tierna—.

▪ No puedes cambiar a la gente.

▪ Adoro mi vida, aunque desearía que fuera diferente.

▪ ¿Sabes lo difícil que es no decir nada? ¿A pesar de que hasta el último átomo de tu cuerpo se esfuerza en lo contrario?

▪ Intenté existir, nada más, intenté absorber al hombre al que amaba mediante ósmosis, intenté grabar lo que quedaba de él sobre mi cuerpo.

▪ Dibujé el mundo que él había creado para mí, lleno de maravillas y posibilidades.

▪ Lo besé y posé mis labios en los suyos de modo que nuestras respiraciones se entremezclaron y las lágrimas de mis ojos se convirtieron en sal en su piel, y me dije a mí misma que, en algún lugar, unas diminutas partículas de él serían parte de mí, ingeridas, tragadas, vivas, perpetuas.

▪ Sugiero que, si se realiza alguna declaración pública a tal respecto, el jefe de la Fiscalía deje bien claro que el caso de los Traynor no sienta precedente alguno y que la Fiscalía continuará juzgando cada caso según sus circunstancias particulares.

▪ Y, al levantarme de la mesa, coloqué bien el bolso que llevaba al hombro y caminé por la calle hacia la perfumería y hacia el resto de París que se extendía ante mí.

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