CAPITULO IX - Ámirov.

16.6K 1.6K 324
                                    

Agradecí enormemente el hecho de que había utilizado el baño antes de emprender el viaje. Llevábamos más de una hora de trayecto con puros pastizales y la inservible A-City seguía sin aparecer en el mapa.

Para el proxeneta-aristócrata era muy fácil ya que durante todo el recorrido había permanecido hipnotizado frente a la pantalla de su teléfono. Libra también se había hartado del aburrido viaje y ya estaba casi que apunto de caerse dormida. En cuanto a mí, pasé la mayor parte del tiempo viendo a través de la ventana. ¿Qué vi además de pasto seco? No hay problema, lo memoricé; cuatro vacas, catorce ovejas, un tractor oxidado, dos personas, una granja abandonada y un perro. Bueno, en realidad, al perro no lo vi; lo escuché dado que intercambiaron ladridos con Libra y el aristócrata me ordenó "sosegar al can"...Era molesto. No el can, él.

Tras unos minutos más, mis ojos se entornaron al divisar algo. ¿China?, fue la primer palabra que vino a mi mente al avistar una gran muralla a lo lejos.

Me incliné hacia el asiento de Leonard.

- ¿Esa es la A-City? -le pregunté.

Él frunció el entrecejo y comenzó a tartamudear con nerviosismo.

- Sí -respondió el aristócrata, enfrascado en su pantalla.

Comprendí que, quizás, Leonard y yo no estábamos autorizados a mantener una conversación y por eso dudaba tanto si hablarme o no. Se me hacía cuesta arriba recordar que había pasado a ser un simple Proguer cuyos derechos están en otras manos.

Me alejé del asiento delantero, reclinando mi espalda contra mi propio asiento.

Bajé la vista y mis ojos se asustaron por una fracción de segundo al ver las líneas en mi muñeca. También me había olvidado de mi código de barras. Era pequeño, la franja no llegaba a abarcar un tercio del ancho de mi muñeca, pero, aún así, me sorprendí al verlo debido a la falta de costumbre, observándolo mientras que con mis dedos recorría las barras del código.

- ¿Qué haces? -preguntó el aristócrata y me sobresalté.

- Uh, no es nada -encogí mis hombros.

Traté de distender el ambiente y volví a mirar hacia afuera. Nunca me acostumbraría. Nunca llegaría a acostumbrarme a tener a una persona que pudiera manejarme a su antojo. No estaba cómoda con la idea. Me sentía acorralada, sin libertad propia.

De eso se trata el sistema, Paix, ya lo sabes.

- ¿Te duele?

Con la pregunta, no pude evitar mirarle a los ojos. Azules, podría decirse, pero quería limitarme a mirarle no más de lo necesario. Que tuviera un rostro bonito no eliminaba el hecho de que había asistido a una subasta de seres humanos; por lo visto, esa belleza con la cual mis ojos se topaban era superficial.

Mi rostro debió de haber expresado que no entendía a qué se refería con la pregunta porque miró en sentido a mi muñeca y la señaló con su barbilla.

- Los trazos -aclaró.

Contemplé el código por un momento, hasta que negué lentamente con mi cabeza.

No, no dolía tanto. Lo que más dolía era su significado.

- Señor, necesito su reconocimiento. -La voz de Leonard extinguió el incómodo momento.

Desde su puesto en el asiento del conductor, le tendió a su "señor" un pequeño aparato. El aristócrata lo tomó sin cuestionamientos para después colocarlo sobre su ojo. Unos instantes, y un chillido agudo fue emitido. "Reconocimiento exitoso", anunció una voz proveniente del aparato, y el sonido que empezó a oírse desde el exterior hizo que volteara mi cabeza.

2033Where stories live. Discover now