CAPITULO XXIV - Té.

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- ¡¿Qué?! -Protesté en medio de la sala-. Pero, ¿por qué yo?

Me encontraba sentada sobre el parqué encerado de la biblioteca, cerca de Libra, quien descansaba en su nueva cama perruna. Junto a mí se hallaba Sylvia, de pie, con sus brazos en jarra y ceño fruncido.

- ¿Y yo cómo voy a saberlo, Paix? Lo único que sé, es que ella asistirá al salón a las cuatro y media, y nosotras debemos estar allí para ese entonces. Así que, ve, sube. Cámbiate de ropa antes de que se nos haga tarde.

- No pienso ir -expresé-. Libra se encuentra en etapa de recuperación, no puedo dejarla aquí.

Sylvia arqueó una ceja y desplegó una sonrisa un tanto malévola que no me gustó para nada.

- Ese no es problema alguno... Llamaré a Leonard. Él estará muy complacido de cuidar a Libra - replicó, muy ufana, satisfecha con su idea.

- ¡¿Acaso hay algo que Leonard no haga?!

Esto ya era el colmo. Sabía que mis alternativas y excusas comenzaban a escasear como el agua dulce en el año veintidós, pero, tenía que haber una forma de no asistir a aquel salón de té. No comprendía por qué diantres Edna había solicitado mi "agradable compañía" para su té de la tarde. Con Sylvia era suficiente, tres eran multitud en lo que a mí respecta. No quería ir explícitamente a hacer el ridículo frente a un grupo de aristócratas con modales refinados. Jamás en la vida había tenido un juego de porcelana, menos una fiesta de té.

Sylvia, por su parte, estaba harta de mis pretextos. Lo deduje al notar la la vena que le sobresalía en un costado de su frente.

- Paix -suspiró, llevando sus dedos al puente de su nariz-. No me lo hagas más difícil.

Tracé una sonrisa cínica. - Es precisamente lo que haré...

***

- Te odio -pronuncié entre dientes.

Sylvia soltó una carcajada.

- Pero si te ves adorable...

La infinita persistencia de Sylvia había dado sus frutos: 

Leonard se hallaba en casa de Ámirov, encargándose de los cuidados de Libra, mientras que yo me encontraba en el inservible salón de té ubicado en la zona céntrica de A-City, a la espera de Edna, quien no tardaría en llegar.

Sentía que había retrocedido en el tiempo. Traía puesto un vestido de falda acampanada que me llegaba a las rodillas, con mangas cortas y un estampado floreado sobre un fondo perfectamente blanco. Los sutiles zapatos de taco bajo también me recordaban las reuniones de té, pero del siglo pasado.

Miré a mi alrededor con una mezcla de curiosidad y escepticismo. El lugar parecía estar sacado del mil ochocientos, con sus paredes tapizadas y muebles antiguos. A lo largo del salón central, se disponían varios ventanales de cristal, los cuales comunicaban el interior con los enormes jardines que rodeaban el edificio.

Mis ojos se postraron en un punto en particular: una glorieta. Se encontraba una tanto distante, pero, estaba rodeada por flores y un camino adoquinado de piedra guiaba a ella. Aquello no parecía real, era bellísimo. Sin embargo, recordé el propósito de mi visita y el mundo se tiñó de grises nuevamente.

- Oh, allí está -Sylvia dio un pequeño saltito y saludó al sacudir su mano a Edna.

Entorné mis ojos y ladeé mi cabeza mientras me detenía a contemplar el atuendo de ambas. Al parecer, habían acordado llevar guantes blancos con encaje y sombreros que servirían de paraguas en caso de un diluvio. También noté su maquillaje sumamente clásico; ojos bien delineados y un pintalabios color rojo escarlata.

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