CAPITULO XIV - Ajedrez

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- Es como un comodín, puedes moverla en cualquier dirección. El alfil sólo se mueve en diagonal -indicó Ámirov, colocando la pieza en su lado del tablero.

Me encontraba en la mesa ratona de la biblioteca tratando de aprender a jugar a ajedrez. 

Aborrecía ese juego. ¿Por qué estaba aprendiendo entonces? Simple. Desde el día de ayer, una vez que Ámirov supo mi nombre decidió incluirlo en cada frase que estuviera dirigida a mí.

Cada. Frase.

Aquello me crispó los nervios. Comenzaba a sentirme enferma de oírlo tantas veces. Nunca se me había pasado por la mente lo molesto que podría llegar a ser escuchar mi propio nombre hasta que que Ámirov había decidido actuar como un loro. 

Entonces, cuando le pedí que terminara con su insoportable forma de aliviar la culpa que sentía, me retó a una partida de ajedrez: él ganaba, decía mi nombre indiscriminadamente, pero, si yo lo hacía, él cerraba el pico.

Cuando le expliqué por qué no podía aceptar tal desafío, las condiciones cambiaron: si yo aceptaba aprender a jugar ajedrez, él dejaba de nombrarme a cada rato.

- Entonces, ¿no puedo mover el alfil más que en diagonal?

- Así es. - Hizo una pausa y, por un segundo, sólo por un mísero segundo, fui feliz -. Paix -remató su oración. Fruncí el ceño, pero para Ámirov era gracioso.

- Ya estoy aprendiendo -me quejé–, debes dejar de hacer eso.

- ¿Hacer qué, Paix? -Fingió no entenderme.

- Eres tan irritante como tu inservible juego... -farfullé entre dientes.

- Es un gran juego -opinó genuinamente-. Paix.

- ¡Ya cállate!

Ámirov se llevó una mano al pecho y alzó ambas cejas. Su expresión era demasiado cómica como para no reírme de él.

- ¿Acabas de mandarme a callar? -dramatizó su espanto-. ¿Tú, novata? Tendría que darte verguenza... - meneó su cabeza de un lado a otro y colocó la torre en el tablero-. Torre: vertical y horizontal -resumió las instrucciones.

Yo oía lo que él me decía pero mi mirada se había perdido, fija en el tablero.

Sé que Ámirov aborrecía el sistema Proguer tanto como yo, pero, no podía evitar sentirme como una tramposa. Por lo poco que había llegado a comprender, el resto de los Proguers eran sometidos en su gran mayoría a un sin fin de tareas o malos tratos por parte de sus propietarios mientras que yo... simplemente aprendía las reglas de un tonto juego de mesa.

No era justo. Me sentí una estafadora; vivía en su casa, consumía energía, agua, comida, vestimenta... No era más que un montón de gastos y él... no me reprochaba nada.

- ¿Estás bien?

Miré a Ámirov y asentí. Probablemente había sido muy obvia y mi rostro me había delatado.

- Sí. Torre horizontal y vertical -repetí, colocando ambas torres de mi lado del tablero.

Como él no decía nada, alcé la mirada y me encontré con que me observaba con una especie de mirada que jamás me habían dedicado, y que por ende no sabía cómo diablos interpretar. Supongo que por eso mis latidos comenzaron a golpear nerviosamente mi pecho. Detestaba cuando se me quedaba mirando así, sin decir nada. Hacía que... me convertía en un desastre tartamudo.

Por eso quise aniquilar el silencio: - ¿Qué es lo que sigue?

Él fijó su vista en el resto de las piezas para decidir cuál sería la siguiente. Sopesó sus opciones durante un buen tiempo hasta que por fin tomo una pieza pequeña.

2033Where stories live. Discover now