CAPITULO XXXVI - 11:11

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Once de noviembre,  11:11 am.

- ¡Un poco más hacia la izquierda! -voceó Mirlos, desde la ventana de su sala de estar.

Acaté las indicaciones, girando la destartalada antena unos centímetros más.

- ¡¿Así está mejor?!

Vi que Mirlos asomó su pulgar (envuelto en un par de guantes para la nieve) a través de la ventana y lo alzó para dar una seña de aprobación, pero retiró su mano de inmediato.

- No, no, no, no... ¡Noo! ¿Por qué? -oí que se quejó-. ¡Paix, ¿segura que estás respetando los treinta grados?!

Resoplé y comprobé por trigésima vez los trigésimos grados. Estaba comenzando a perder la paciencia. Medí con un semicírculo el ángulo entre la superficie del tejado y la antena más vieja que un dinosaurio. Sí, inclinación perfecta.

- ¡Treinta grados, Mirlos! ¡De aquí a la ex-China! 

Mirlos no me respondió. Supuse que se encontraría envuelto en un sin fin de cables, tratando de ubicar el problema.

El gran esperado y ansiado once de noviembre había llegado en medio de un crudo período de frío que cubría casi toda el área en color blanco, como si al invierno se le hubiera antojado adelantarse. Un blanco inmaculado que invitaba a dar paseos matutinos con un café en manos, al menos eso se nos había ocurrido un par de veces a Mirlos y a mí.

Aunque la religión había dejado de existir, todavía sentíamos que estábamos a muy poco tiempo de festejar Navidad, Día de acción de Gracias o el mismísimo solsticio de invierno. Cualquiera de ellos. Habíamos adornado la fachada de la casa con luces navideñas y la mayoría de los niños del vecindario se detenían a verlas al pasar por la acera. Incluso algunos adultos las contemplaban con melancolía, recordando buenos tiempos. Aquello hacía que deseara con todas mis fuerzas que el sistema ardiera para convertirse en cenizas que se esparcirían en un libro de historia.

Con respecto a Ámirov..., prefería no mencionar su nombre o siquiera recordarlo. El once de Noviembre había llegado, pero no había traído a Ámirov con él. Sabía que él debería de estar presente en la reunión llevada por el Congreso dentro de A-City, pero poco me importaba ya que no había sido capaz de enviar una sola nota con las palabras: "Estoy vivo". Con eso hubiera bastado. Habría sido la prueba de que recordaba que existía una persona llamada Paix en su vida, si es que aún me encontraba allí; tal vez había sido recluida de aquel lugar y no había sido notificada tampoco.

En ese momento, me encontraba en el tejado de la casa tratando de establecer conexión con la única frecuencia que podría dejarnos ver a Mirlos y a mí la reunión del Congreso. Sería transmitida en directo desde el área uno a todos los miembros del Consejo de cada A-City pertenecientes a todas las áreas, puesto que no todos debían acudir a la reunión, sino que un grupo reducido de Congresistas asistirían en representación del voto de su respectiva área.

Le debíamos el conocimiento del número de la frecuencia a una de las fuentes de Mirlos, un ex-coronel perteneciente a las fuerzas armadas, quienes también sintonizarían la transmisión desde sus bases.

- ¡Trata con un par de grados hacia el este, Paix!

Rodé mis ojos y volví a colocar mis manos sobre la antena. Iban más de veinte minutos desde que había subido al tejado. El frío comenzaba a hacer que quisiera tirarme de allí y arrastrarme hacia adentro en búsqueda de un café calentito frente a la estufa leña.

Moví la antena tres grados en honor al año del Punto de Colisión y su último día de vida.

- ¡Detente! -gritó Mirlos, y eso hice.

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