CAPITULO XXX - Talentoso.

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- ¡Estate quieta, Paix!

Esa es la voz Sylvia, rompiendo mis tímpanos.

- ¡Hace más de media hora que estás abrochando botones!

Y esa es mi voz de desesperación, producto del vestido del demonio. Luciría magnífico pero... sentía que me estaba colocando una trampa mortífera encima.

- ¡Y estaré media hora más si no dejas de moverte!

Me quedé quieta como todo un maniquí humano, con mis brazos en jarra.

Leonard ya se encontraba aguardando en el coche, con lo que quedaba del bollón de galletas. Ámirov, al igual que yo, había subido a su dormitorio para cambiarse de atuendo, pero podía apostar cualquier cosa a que su vestimenta no tendría ochenta mil botones ni pesaría más que Libra, quien, sea de paso, observaba desde un almohadón que le había dejado junto a mi cama cómo Sylvia luchaba para que dejase de moverme.

- Y... ¡listo! -anunció Sylvia.

Solté todo el aire que había estado conteniendo al no moverme ni un milímetro. Miré por encima de mí, el delicado lazo color dorado sobre mi cintura, y luego me di la vuelta para mirarme al espejo de cuerpo entero.

Creo que tanto trabajo había dado sus frutos...

- Estás bellísima -expresó Sylvia, rompiendo el silencio que había quedado en la habitación.

- ¿Lo crees? - pregunté un poco insegura, aplanando la falda del vestido.

- Por supuesto que sí -dijo, y las comisuras de mis labios se elevaron-. Hmm..., bueno, a no ser por el detalle de las joyas, claro -añadió borrando así cualquier sonrisa de mi rostro. No quería gastar más de lo que ya había gastado. Eso no se discutía-. Ahora, ve -me animó con unos empujoncitos sobre mi espalda alta-. El señorito Ámirov debe de estar esperando...

- Porque no lleva un ridículo vestido -mascullé.

- Oh, vamos, ni que fuera tan malo.

Rodé mis ojos y opté por no contradecirle. Me despedí de Libra, prometiendo regresar pronto, y tras eso Sylvia me acompañó hasta la puerta de mi habitación, quedándose junto al marco de madera.

- Recuerda que su ración de la noche es en quince minutos -le indiqué respecto a Libra-. Yo dejé la de medida exacta en...

- El armario donde está el café, lo sé -complementó mi oración con pesadez.

- Y la medicación se encuentra en el cajón de mi veladora. Tienes que administrarle un comprimido envuelto en...

- Una pequeña porción de carne, sí, ya lo sé, Paix. Ahora vete -me ordenó y...

¿Me echó de mi cuarto?, me pregunté, una vez sola en medio del pasillo, por delante de la puerta que Sylvia había cerrado a mis espaldas. Eso era muy irrespetuoso e irresponsable de su parte. Yo solo trataba de recordarle los cuidados que Libra requería. Solo eso.

Sujeté la falda de mi vestido con la intención de bajar a la sala, pero me arrepentí de inmediato y me adherí a la puerta:

- ¡No te olvides de llevarla al jardín antes de que...!

- ¡Qué te vayas, Paix! -Sylvia gruñó desde mi habitación. 

No pude evitar sonreír.

Volví a tomar mi falda y comencé a andar por el pasillo. No era una gran distancia hasta las escaleras, pero en ese momento lucía infinito. Antes de quedar a la vista, sobre el rellano con barandilla que daba al piso de abajo, me detuve. Mis nervios en realidad lo hicieron. Asomé mi cabeza a través de la esquina de la pared para ver si Ámirov ya se encontraba allí y, en efecto, estaba sentado en un sillón individual, con sus codos apoyados sobre sus rodillas. 

2033Donde viven las historias. Descúbrelo ahora