CAPITULO XXXIX - Décimo Noveno.

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Con el proyecto del Congreso Mundial yendo viento en popa, Mirlos no paraba de asistir a sus reuniones secretas. Siempre me actualizaba respecto a la situación tras los muros de A-City; cómo los congresistas seguían realizando reuniones clandestinas para que los medios y los opositores no alarmasen a los líderes, cómo algunas medidas que mejorarían la vida de los habitantes del PG estaban siendo redactadas y posteriormente discutidas en el Congreso mismo... Poco a poco, todo retornaría a la normalidad; un mundo con más opciones, mayores libertades y oportunidades para todos. 

Más de una vez le había pedido que me llevara con él a una de sus "reuniones", pero se negaba rotundamente al decirme que nunca más le confiarían información de llevar a un extraño y así "delatarlos". Yo creo que todo era parte de sus paranoias.

La última vez que había asistido a un encuentro, deduje que no había salido nada bien porque, tras ingresar a la casa de un portazo, comenzó a soltar maldiciones al aire mientras tecleaba de manera colérica e insultaba a su fuente en cuestión. 

Me daba gracia verlo; en vez de un artista bohemio, parecía un científico loco.

Enero, 8, 09:11 am.

Cuando abrí mis ojos, lo primero que percibí fueron los rayos provenientes del sol que se colaban a través de los postigos cerrados. Todo a mi alrededor se encontraba bajo perfecta calma; la casa bajo un silencio sepulcral, el mundo exterior todavía dormido, las aves refugiadas del frío, sin atreverse a cantar.

Miré en dirección a mis pies. Libra todavía no despertaba de su sueño y ocupaba más de la mitad de la cama. Sonreí al pensar que aquello explicaba mis dolores musculares en la espalda de cada mañana.

Me levanté con pesadez, arrastrando mis pies descalzos hasta la ventana para abrir aquellos postigos que no permitían que el dormitorio cobrase vida con colores más auténticos. Abrí las puertas del closet con la intención de buscar una prenda lo suficientemente cómoda y floja como para cocinar un pastel sin necesidad de preocuparme en caso de mancharme.

Al sacar una sudadera de entre la maraña de ropa revuelta, la cajita de color marrón se cayó, y su contenido quedó expuesto al abrirse. 

La observé sin moverme, con cierta melancolía.

Había abierto aquella caja sólo una vez desde que Leonard me la había traído; eso fue el día de Año Nuevo, un día cargado de mucha nostalgia como para no caer en manos de la curiosidad. Y la desilusión. Me había llevado una gran decepción al ver que el objeto no contenía ninguna otra nota o algo que me ayudase a comprender lo que Ámirov había querido decir con eso de <<ser libre>>. Bueno, tal vez el hecho de que aquel reloj de bolsillo colgante tuviera la forma de un corazón me hizo dudar un poco acerca de su significado, pero, finalmente, recuerdo que en ese momento dejé de hacer conjeturas en vano y cerré la caja para regresarla al armario, de donde acababa de caer en ese preciso instante, en el presente:

Suspiré y me acuclillé. Tomé la caja en mis manos, contemplando el objeto con tristeza.

-¿Qué voy a hacer contigo? -le dije, no solo al reloj, sino que a Ámirov también. Indirectamente.

Había transcurrido más de tres meses desde nuestro último día juntos, pero no había tenido noticias de él a no ser por la nota, y... eso. 

¿Serían aquel par de objetos lo único que conservaría de él cuando mis recuerdos comenzaran a fallarme de anciana? Se me estrujó el corazón al pensarlo. No quería olvidarme de él. Tampoco podía, para peor; siempre estaba allí, como una cicatriz que recordaba la herida que la había provocado.

Hice una de las comisuras de mis labios a un lado y le dediqué a aquella pequeña caja una sonrisa casi imperceptible, llena de recuerdos que había compartido junto a él. Mis ojos se tiñeron con la ternura que inflaba mi pecho al recordar cada uno de esos besos; los únicos que había tenido en mi vida, los únicos que atesoraría. Estaba convencida de que, por un instante, al menos por un segundo, Ámirov había llegado a amarme. 

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