CAPITULO XXVI - El Futuro.

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Ámirov sostuvo la puerta mientras que yo ingresaba al lugar con un andar vacilante, casi que cauteloso. Mi rostro era una mezcla de emociones, entre desconcertado y expectante, queriendo saber por qué; por qué Ámirov había decidido confiarme aquella pieza de su vida, por qué en en ese momento, cuando no nos encontrábamos en los mejores términos. No llegué a preguntárselo porque estaba demasiado distraída, maravillada con la vista.

- Es mi estudio personal -comentó a mis espaldas, al tiempo que yo veía de un lado a otro, sin saber hacia dónde dirigirme precisamente.

La sala poseía tres paredes del mismo color sepia que revestía algunos lugares de la casa. La cuarta pared era directamente un gran panel de vidrio que dejaba al descubierto la magnífica vista hacia una lejana parte céntrica de A-City, con pequeñas luces blancas que titilaban en la distancia, convirtiendo a la ciudad en un hermoso paisaje nocturno.

Me acerqué en silencio hacia aquella ventana gigante que me había hipnotizado, contemplando todo lo que mis ojos llegasen a percibir. El techo tenía pequeñas luces incrustadas, había una gran estantería repleta de libros y algunas esculturas pequeñas cubrían casi toda la pared izquierda. 

Frente a la ventana, se situaba una gran mesa de dibujo profesional, sobre la cual yacía un gran plano, iluminado por medio de una lámpara portátil. Junto a la mesa, en un rincón del estudio, se divisaba un atril sosteniendo un lienzo con varios trazos, al lado de una pequeña mesa que contenía lápices, reglas y más herramientas de trabajo.

- Esto... Es un lugar hermoso, Ámirov -expresé, sin dejar de mirar alrededor.

- Gracias -oí que dijo, pero continué sumergida en una especie de trance.

Antes de llegar al ventanal, me detuve un instante para contemplar un dibujo en blanco y negro. Se trataba de la fachada de un café –con cierto aire parisino– en el cual algunas personas se disponían a comer o beber algo en sus pequeñas mesas, hablando despreocupadamente. 

En una de las mesas se encontraba retratado un señor mayor, sosteniendo un bastón, el cual llamó mi atención e hizo que inclinase mi cabeza para poder verle mejor. Si uno veía el mango de aquel bastón, parecía que una paloma reposaba sobre él...

- Da Vinci -dijo Ámirov. 

Instantáneamente me torné hacia él.

- ¿El señor de los Proguers? -indiqué el dibujo con uno de mis dedos.

- Ese mismo -ratificó mis dudas, acercándose con las manos entrelazadas por detrás-. Con mi padre nos encontrábamos en el área trece. Disponía de mucho tiempo libre a diferencia de mi padre, por lo que, algunas veces me sentaba por las tardes para hacer algunos bosquejos.

Miré el dibujo nuevamente y no pude evitar elevar las comisuras de mis labios al recordar la historia de aquel hombre. No lo conocía pero, creía que era un ser humano ejemplar; no todos invertían sus propios recursos en ayudar a otros. Al menos no desinteresadamente. Por eso aquel hombre me resultaba todo un enigma.

- Hay algo que quiero enseñarte. - Al alejarse de mí y el bosquejo, Ámirov se trasladó hasta su mesa de dibujo e hizo un ademán con su mano para que me aproximara.

Enarqué mis cejas, preguntándome qué más podría descubrir entre éstas cuatro paredes, pero hice lo que me pidió y caminé sigilosamente hasta quedar a su lado. 

Miré hacia abajo, a la hoja que cubría prácticamente todo la superficie, mientras que él parecía estar buscando algo en el cajón de un moderno escritorio contiguo.

Vi por el rabillo del ojo en dirección a Ámirov. Permanecía ensimismado, revolviendo una pila de papeles dentro de aquel cajón. Entonces regresé la mirada y observé con más detenimiento la hoja que se encontraba sobre la mesa. Se trataba de un edificio, algo antiguo a decir verdad, con columnas que hacían que uno se trasladase a la antigua Grecia y una gran cúpula en el centro, repleta de detalles y distintos tramados. Lucía como una obra muy compleja y me cuestioné cuánto tiempo le habría llevado diseñar aquello en caso de que la estructura hubiera sido su idea.

2033Where stories live. Discover now