CAPITULO XXVII - Es Rutina.

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- ¿Qué. Es. ¡Esto!?

No puede ser.

Cerré la puerta principal de inmediato y dejé mi espalda contra la pieza de madera, con mi mano a la altura de mi corazón, recuperándome del ataque cardíaco.

- ¡Abre la puerta! -se oyó desde el otro lado.

¿Qué rayos hace aquí?, me pregunté mientras miraba nerviosa de un lado a otro, sin moverme de mi lugar.

- ¡Que abras ya! -chilló.

- ¿Qué es todo ese escándalo? -cuestionó Ámirov, apareciendo por el rellano del segundo piso.

Los chillidos de Wynn desde el otro lado de la puerta principal lo sobresaltaron, porque bajó los escalones ágilmente al tiempo que veía con ojos inquietos en dirección a la entrada.

Por mi parte, yo deseaba que esto fuera un sueño.

No sabía qué diantres hacía Wynn en casa de Ámirov. Lo que sí sabía, era que una simple camiseta de color blanco con un par de shorts negros no conformaban un atuendo apropiado como para un <<aristócrata>> de alta sociedad. De seguro Wynn quería comerme viva ya que había oído perfectamente cómo hubo pegado el grito al cielo ni bien notó mi vestimenta.

Antes de que Ámirov llegase a la puerta, comencé a correr rumbo al segundo piso.

- ¡Distráelo! -le ordené a quien, se suponía, debía darme órdenes a mí según el contrato que habíamos firmado junto al chiflado de Wynn. Salí despedida de la recepción, subiendo los escalones de dos en dos.

- ¿Qué...?

Dejé a Ámirov y su estupor atrás, junto a la puerta, para poder subir y cambiarme enseguida, antes de que Wynn comprobara con sus propios ojos que no había sido una ilusión sino que –efectivamente– yo vestía peor de lo que él vestiría a su mascota. Triste, pero cierto.

Me encerré en mi habitación y me trasladé a toda prisa hasta el armario, el cual abrí de par en par para pasar prendas de un lado a otro, buscando algo adecuado. Bastaba con hallar una prenda que no me asfixiara o fuese más pesada que yo. 

Estaba tan acostumbrada a andar por la casa con los mismos atuendos que utilizaba viviendo en el PG, que olvidaba el insignificante hecho de que, en teoría, lamentablemente era un Proguer con un contrato a seguir meticulosamente. 

Cada vez que lo recordaba, me hacía la misma pregunta: ¿cómo habíamos llegado tan lejos? Era incomprensible que un ser vivo pudiera ser etiquetado de aquella forma tan ultrajante. Tampoco comprendía cómo podía ser posible que el sistema Proguer tuviera siquiera candidatos, pero no era hora de hacer preguntar que no podría responder...

Finalmente pude hallar un vestido lo suficientemente sencillo como para usar, y sin que ofendiera los extravagantes gustos de Wynn. Aquel sujeto y sus normas de etiqueta me exasperaban pero, al mismo tiempo, reconocía que era una persona muy gentil que se preocupaba por el bienestar de todos en el centro Proguesser.

Me coloqué un par de zapatos de tacón bajo –lo más bajo disponible en el armario– y abandoné el dormitorio al tiempo que abrochaba el último botón del vestido sin mangas con escote cuadrado. ¿Quién lo hubiera dicho? El color perla que tanto decía detestar había sido el héroe del día y no resultó tan desagradable como creía una vez puesto.

Asomé mi cabeza desde la arista previa al pasamanos de la escalera y estiré mi cuello en búsqueda de Wynn. Sin embargo, no se encontraba allí. Ni él ni Ámirov; la recepción se encontraba vacía, con el brillo del sol resplandeciendo sobre sus pisos de mármol.

2033Where stories live. Discover now