CAPITULO XXXVIII - Feliz Navidad.

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Navidad. 

Diciembre, 25, 8:11 am.

Más de un mes había transcurrido bajo nieve e incertidumbre. Por incertidumbre no me refería a Ámirov y el sistema Proguer sino que Mirlos y yo deseábamos que la tensa situación dentro del Congreso pudiera resolverse. 

Tras el fracaso en la votación, muchos Congresistas habían tildado a las áreas sobornadas de traidoras, y exigían una nueva sesión bajo estrictas medidas de seguridad.

Una queja había sido relevada por parte de los representantes de las áreas a favor del nuevo sistema, en la cual se le exigía al área cincuenta y siete abstenerse de formar parte de la votación, debido a que todos sospechaban que ellos habían sido los responsables de tal imprevisto.

Mirlos vivía de reunión en reunión, buscando noticias e información sobre posibles fechas para una nueva junta general o la mismísima votación. Su fe era interminable. Estaba convencido de que, en algún momento, la verdad saldría a la luz y la mayoría absoluta se obtendría sin inconvenientes.

A pesar de lo que muchos pronosticaban en caso de un fracaso, el ímpetu de los Congresistas jamás se había visto tan intensificado; se habían transformado en verdaderos defensores del liberalismo con respecto al neo-imperialismo, y creían fervientemente en una nueva Constitución. Constitución que ya habían redactado, inclusive, de acuerdo con Mirlos.

Las fuerzas armadas habían propuesto "borrar" el Congreso del área cincuenta y siete del mapa y adherir el área a la alianza de Oriente. No obstante, la idea central y el plan original no contenían una guerra de por medio, por lo que se haría uso de las relaciones diplomáticas hasta que el bando contrario diera el brazo a torcer.

Yo veía todo aquel conflicto como lo que era: un tercero. Por supuesto que quería que todo se resolviera de una vez por todas, pero no iba a desesperar si las cosas se tardaban un poco más. Creo que había adoptado una postura un tanto mediocre respecto al tema, pero no todos somos los héroes dentro de la historia.

Me había enfocado en otras cosas necesarias, como retomar la repostería con el fin de obtener ingresos ya que me molestaba que Mirlos estuviera constantemente pagando todo por su cuenta. También me tomaba cierto tiempo para realizar adornos navideños artesanales para decorar el interior de la casa. Jamás podría renunciar a ese día tan particular del año, sin importar cuánto hubiera cambiado el mundo en tan poco tiempo.

Me encontraba con mis manos rodeando una taza de chocolate caliente mientras observaba acurrucada en el sofá el árbol de navidad que habíamos improvisado con Mirlos. Para ser honesta, ni siquiera se trataba de un árbol, sino que era una gran rama de pino llena de luces, adornos caseros y luces pequeñas. Pero a mí me había gustado mucho cómo había quedado; le daba un toque cálido a la casa.

Oí el sonido de la puerta que se cerró en un santiamén.

- ¡Paix! -Mirlos comenzó a gritar mientras corría por la casa-. ¡¿Dónde te metiste?! ¡Tienes que...! Oh -se detuvo al verme-. Estás aquí.

Al verlo, no pude evitar sonreír. 

Mirlos aún tenía puestas sus botas junto con su bufanda, y traía su abrigo desacomodado, con restos de nieve sobre sus hombros y su cabello blanquecino.

Arqueé una ceja.

- ¿Te han atacado o qué?

Mirlos hizo caso omiso a mis burlas.

- Lo aprobaron -expresó con ojos como platos-. No pude creerlo, pero así es, lo han hecho, lo han conseguido -comenzó a hablar atropelladamente mientras se abría paso por la sala, hasta llegar a su ordenador-. La reunión fue hace un par de días... ¡Cómo pude habérmelo perdido! -se reprochó.

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