.- FINAL -.

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CUESTIÓN DE TIEMPO

Mirlos estaba tan enfadado que subió a su auto y se marchó, no sin antes ordenarle a Ámirov que Leonard me llevara de regreso en cuanto termináramos.

Cuando su auto desapareció de nuestra vista, seguí a Ámirov en silencio, con mi mirada centrada en el camino. No me atrevía a mirarlo a él, o a su espalda siquiera. Tampoco dejaba de hacerme preguntas a mí misma; eran muchas noticias, pero muy poco el tiempo para poder asimilarlas.

Mirlos había sido toda su vida un aristócrata viviendo bajo las sombras del PG. Conocía a Ámirov desde hacía un tiempo y aseguraba que él no me lo había confesado "por mi propio bien". Entonces, ¿qué era lo que Ámirov tenía que agregarle a aquel puñado de novedades que tanto daño me ocasionaría?

Cruzamos la sala principal de la casa y no pude evitar notar que todo seguía igual; tan limpio, ordenado y silencioso como siempre. Incluso el almohadón de Libra –el cual debía de ser uno nuevo, porque el otro se lo había obsequiado antes de irnos al PG- se encontraba en su lugar de siempre, a un lado del sofá. 

Fruncí mi entrecejo al verlo. 

Me pregunté por qué había conseguido uno nuevo. Sin embargo, el miedo a llevarme una nueva decepción en caso de preguntarlo, hizo que continuara caminando en silencio.

Cuando entramos a la cocina, el típico olor a café me llenó de recuerdos; los desayunos compartidos en la isla, preparar galletas con Libra, conversar con Sylvia... todo estaba ahí, pero no estaba al mismo tiempo. Tan sólo permanecía en mi mente. 

Por eso sacudí mi cabeza, no queriendo distraerme con pequeñeces. Volví a enfocarme en Ámirov y lo que fuera que quisiera decirme:

Él, tan callado como yo, tomó asiento en uno de los taburetes y me señaló el que estaba situado a su lado pero, en lugar de acercarme a él, preferí sentarme enfrente, tenerle lejos, poder pensar sin que mi pulso enloquecido interviniera.

Me senté, y por un momento la escena me pareció de lo más extraña:

Allí estábamos, cara a cara, después de tres meses sin vernos.

- Yo... -Ámirov suspiró y dejó caer sus hombros. Colocó sus codos sobre la superficie de granito y entrelazó sus dedos que...

No. Algo en mi interior se quebró en milésimas.

Sentí una punzada en el pecho, un dolor que jamás en la vida había sentido. Tuve que forzarme a tensar mi mandíbula y contener mis impulsos para no salir corriendo de allí.

Una sortija.

Ámirov tenía una sortija. 

Pero no cualquier sortija, no... Una sortija de matrimonio.

Fue como despertar de un sueño, ¿sabes? Instantáneamente, comprendí el motivo por el cual Mirlos estaba tan enfadado y furioso hasta el punto de marcharse sin mí en cuanto yo acepté hablar con él. No era para menos, honestamente.

También entendí por qué él se había rehusado tantas veces a traerme; Ámirov no era en sí el motivo. El motivo era lo que Ámirov había hecho sin decirme una palabra, y por eso no quería que le viera la cara: para no "herirme". Pues, sí que debería haberle echo caso...

Erguí mi espalda y, no sé por qué, pero, sentí unas ganas inexplicables de sonreír. Una sonrisa entre nerviosa y cínica que uno traza cuando la indignación lo hunde en sus garras.

- Es muy afortunada -murmuré con cierta ironía, y señalé el anillo sin escrúpulos. 

En acto reflejo, Ámirov estiró sus dedos. Cuando contempló el anillo apreté mis dientes con fuerza, queriendo abofetearlo por ser tan poco disimulado al respecto. Lo menos que necesitaba era verle contemplar su anillo con melancolía; prefería caminar descalza sobre vidrio roto. Volví a verle a los ojos cuando chasqueó su lengua.

2033Where stories live. Discover now