CAPITULO XXIX - Hortensias.

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- ¡No puedo creerlo! -Sylvia brincó de la emoción y comenzó a dar pequeños aplausos con sus manos.

Yo tampoco podía creerlo. Que Ámirov hubiera callado lo que le ocurría, al igual que yo lo había hecho, era algo totalmente inesperado. No me costó demasiado ponerme en su lugar; tras haber comenzado con el pie izquierdo, difícilmente uno podría pensar que terminaríamos juntos. Pero, afortunadamente, ese no era nuestro caso.

Me encontraba con Sylvia en el centro de la ciudad, buscando uno de aquellos vestidos molestos que los aristócratas solían usar en sus eventos sociales. Junto con Ámirov asistiríamos a un baile en el cual los invitados debían vestir de etiqueta, lo que quería decir: "lleva todas las malditas joyas que tengas". 

Lo detestaba. Aquellos vestidos acampanados y ceñidos al torso me recordaban a los retratos del siglo diecinueve, pero adaptados a nuestra época.

Si no fuera porque a uno de esos bailes uno generalmente iba acompañado –raramente las personas asistían por su cuenta– simplemente no asistiría. El inconveniente era que el baile no resultaba ser solamente un baile, sino que, resultaba ser la excusa para una reunión discreta entre miembros del Consejo de A-City. Acompañaría a Ámirov para que nadie levantara sospechas. Su padre le había dicho que era indispensable su presencia porque había un asunto de gran urgencia que tenía que discutir con él. Me preguntaba qué podría ser. Si la reunión entre los congresos de todas las áreas ya había sido fijada, ¿qué otro asunto de gran importancia podría existir?

- ¿Qué opinas de éste? -Sylvia sostuvo por encima de ella un vestido color amarillo canario.

Arrugué mi nariz y negué con mi cabeza.

- No -contemplé el vestido con repudio-. El color es horrendo.

Sylvia soltó un resoplido.

- Lo mismo has dicho del rosa, el verde, el dorado... ¿Siquiera te gusta algún color, Paix?

Dejé mis ojos en blanco y me pregunté si en verdad existía un color que me gustase llevar. Si por mi fuese, directamente no usaría vestido alguno e iría con una camiseta y un pantalón, pero... los aristócratas me correrían a escobazos. Si es que tenían escobas... De pronto, una serie de tonos se aparecieron en mi mente al recordar una imagen y esbocé una sonrisa:

- ¿Recuerdas el lugar donde tomamos el té?

- Hmm... ¿El salón de té? -cuestionó, Sylvia, con una ceja arqueada.

- La glorieta -especifiqué, antes de que se creyera que estaba loca. Por supuesto que sabía cómo se le decía al lugar... -. El jardín estaba completamente rodeado por flores -le recordé.

- Realmente te gustó aquel sitio.

- No tienes idea -elevé las comisuras de mis labios-. Si regresara al PG, así decoraría mi propio jardín. En caso de que mi casa no haya sido ocupada por alguien más... -agregué con tristeza.

- ¡Estás loca, Paix!

Di un respingo, sobresaltada por el alarido de Sylvia. 

- El señorito Ámirov ha dicho que corresponde tus sentimientos y tú, ¿piensas en el PG?

Me quedé en blanco. 

No sabía por qué había dicho tal cosa, puede que costumbre, pero, al mismo tiempo era una posibilidad que no podía ignorar. Nadie me aseguraba a mí que Ámirov no cambiaría de opinión algún día. Mi estadía en la A-City había pasado a tender de un hilo; si nuestra relación fracasaba, era obvio que Ámirov y yo no podríamos convivir bajo el mismo techo y tendría que regresar al PG. A decir verdad, corría más riesgo de regresar ahora, que antes, cuando nos ignorábamos mutuamente.

2033Where stories live. Discover now