CAPITULO XXXIV - Hielo Delgado.

9.8K 1.1K 80
                                    

Abrí los ojos y recorrí la habitación con la mirada hasta donde pudiera ver. Por la ventana se colaban algunos rayos de sol mucho más tenues que los que había distinguido antes de caer dormida, creando una atmósfera tranquila y serena. Supuse que se trataba de lo que quedaba del atardecer, y me dispuse a levantarme para poder alimentar a Libra.

Tenía la suerte de disponer de energía eléctrica porque Mirlos era uno de los pocos –si no el único- que poseía un generador en el sótano de su hogar. Con eso en mente, bajé las escaleras con la intención de cocinar algún pastel o unas galletas que tuvieran manzanas y canela, los sabores favoritos de Mirlos. Era lo menos que podía hacer como muestra de gratitud.

- ¡Buenas noches! -expresó alegre, al verme ingresar a la cocina-. Comenzaba a preguntarme si algún día bajarías...

- ¿Es muy tarde?

- Hmm... no, casi las ocho.

Asentí con mi cabeza y me desplacé hasta el refrigerador.

- Si no te molesta, cocinaré algo -dije, con medio cuerpo inclinado hacia la nevera-. ¿Prefieres galletas o pastel?

- ¡¿Estas bromeando?! Cualquiera. Comenzaba a creer que jamás volvería a comer cupcakes en mi vida.

Sonreí para mis adentros.

Cuando hube encontrado todos los ingredientes y utensilios necesarios, me puse manos a la obra, comenzando por la preparación de la masa. Mirlos le había dado a Libra una porción de espaguetis con albóndigas, y casi me muero al ver como su dieta se iba por el drenaje.

- No sabía que Libra tenía apellido - comentó desde la mesa en la cual estaba sentado.

Por suerte no llegaba a ver mi rostro abatido puesto que yo estaba de espaldas a él, contra la encimera, preparando el pastel de manzanas. Aquel recordatorio me había destrozado. Varios recuerdos más lastimosos que melancólicos acudieron a mi memoria, teniendo que arrancarlos de un plumazo si no quería delatarme. 

- Um, no es que sea su apellido... Es algo así como una broma -me encogí de hombros.

-¿Una broma? -cuestionó escéptico-. ¿Qué clase de broma es esa?

- Es una historia un poco ridícula...

- Me gustan las historias ridículas - intervino.

Sonreí entre dientes al oírlo. En verdad que no tenía ánimos como para hablar de ello pero, con su humor de por medio, recordar a Ámirov no era tan doloroso.

- Estando allí, en A-City, Libra tuvo un percance de salud y fue necesario llevarla a un médico. En la clínica veterinaria, el aristócrata con el que vivíamos convirtió en socia a Libra y tramitó un carné para ella...

- Vaya -interrumpió asombrado.

- El problema... -Se me escapó una risita–. El problema era que él no tenía idea de mi apellido pero, al mismo tiempo, no quería ser el único propietario de ella. Por esos días se llevaban algo mal -recordé divertida-. Entonces -suspiré–, él decidió dejar nuestros nombres bajo su apellido -concluí, trazando una línea en mis labios, apretándolos como si así se pudiera tragar el dolor que amenazaba con escapar.

No agregué más nada más, y Mirlos, por suerte, permaneció callado. Pero no duró mucho:

- Así que, el apellido de tu ex-propietario es el que Libra tiene inscrito en su collar.

- Ajá. -Juro que la palabra "ex" se sintió de forma diferente. 

Me cayó como una cubeta de agua fría. Mirlos no tenía mucha idea de lo que en verdad había ocurrido. Confiaba en él. La confianza no era un motivo por el cual no le había contado la verdad. La verdad implicaba todos aquellos asuntos del Congreso de los cuales Ámirov me había hablado de forma confidencial y yo le había asegurado que no diría nada a nadie. Era una promesa. Por eso mi historia estaba contada a medias.

2033Donde viven las historias. Descúbrelo ahora