CAPÍTULO XXIII - Dudas.

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Abrí la puerta principal de la casa y allí estaba: Libra dentro de una jaula transportadora de color gris con base negra y agujeros por doquier para que pudiera respirar sin percances. Se encontraba despierta, algo somnolienta, pero supuse que sería por los antibióticos. 

El empleado de la clínica que la traía se acercó a mí, transportando la jaula mediante un carro de carga con plataforma.

- ¿Paix Reizinger? -corroboró la "información", haciendo que apretase todos mis dientes.

No le respondí nada, tan solo asentí de manera tensa con mi cabeza y el sujeto pasó a darme un pequeño maletín. Me explicó las precauciones que debía de tomar con Libra, las dosis de sus medicinas, su nueva dieta y otras cosas que estaban todas escritas en un par de hojas dentro del maletín.

Cuando no tuve más preguntas, el hombre uniformado pasó a la recepción, transportando la jaula Libra. Cerré la puerta y, al voltear para seguirlo, divisé a Ámirov y sus padres, los tres observando en silencio. 

Yo no dije nada. Me sentía mucho más tranquila ahora que su maldita broma estaba por llegar a su fin. El hombre de la clínica dejó a Libra en el centro de la recepción, dentro de la jaula, y Ámirov se encargó de acompañarlo hasta la salida.

- ¿Qué es eso? -cuestionó Edna, rompiendo con el silencio que había quedado en la casa.

No me digas que ella tampoco tuvo un can en toda su vida..., pensé cuando vi su expresión de espanto. Lo único que me faltaba; que la madre de Ámirov también creyera que Libra era una mesa con patas parlanchina.

Me acuclillé para abrir con ansias la puerta de la jaula y sonreí en cuanto ella mostró indicios de querer levantarse para poder salir de allí.

- Esto -comencé a explicar mientras sacaba a Libra con cuidado–, es lo que Ámirov dijo que venía en camino.

Me dio mucho gusto aclararlo.

Libra salió, y parecía estar mucho mejor. Caminaba con pesadez, zigzagueando un poco, pero era perfectamente comprensible. Elevé mi mirada, aún en cuclillas, y me encontré con el rostro confundido de Edna junto el ceño fruncido de Thomas, quien miró a su hijo y tendió su mano en dirección a Libra.

- ¿Te parece gracioso? -lo reprendió-. ¿Acaso no te das cuenta de la seriedad del asunto? Tu madre y yo creíamos que... -se detuvo al chasquear su lengua y meneó su cabeza-. No estuvo bien.

Ámirov sonrió despreocupado. Encogió sus hombros y se acercó mediante unos pasos vacilantes a Libra. Aún mantenía aquella expresión traviesa en su rostro y, por lo que podía ver, se sentía muy a gusto con el enfado de su padre; pensaba que acababa de ganar una batalla pero, en realidad, acababa de provocarle un ataque.

- Yo no mentí en ningún momento -comentó persuasivamente, acariciando la cabeza de Libra-. Ella es nuestra hija.

- ¡¿Pero qué cosas dices?! -replicó Edna, su madre. Tenía mucha razón al enfadarse. Si mi propio hijo me jugara una broma con algo como eso lo mataría. ¿Quién bromea con algo así?-. Hiciste que pensáramos cualquier cosa...

- Hey -Ámirov interrumpió a su mamá al dejar su dedo índice en alto-. No es cualquier cosa.

Una vez más calmados tras comprender el malentendido,  los padres de Ámirov pasaron a contemplar a Libra y sus movimientos vagos, entorpecidos por los medicamentos de la clínica. Con respecto a su salud, tenía una pequeña cicatriz y le faltaba una parte de su pelaje, pero, aparentaba estar bien, con ánimos, eso era favorable.

- Era lo que intentaba decirles... -expliqué. 

Thomas asintió enérgicamente.

- No, sí, lo comprendo ahora.

2033Donde viven las historias. Descúbrelo ahora