CAPITULO XXVIII - Helado.

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- Creo que me salvé -le dije a Libra, mientras colocaba las últimas galletas en una plaqueta metálica para llevarlas al horno.

El día anterior había resultado ser un auténtico infierno.

No tuve la oportunidad de despedirme de Wynn, pero tampoco tenía la intención de poner un pie en el piso de abajo y cruzarme con Ámirov. No tenía idea de cómo había resultado la conversación entre ellos dos, ni los temas que habían discutido, por eso me limité a aguardar hasta que un nuevo día llegase. Como si un nuevo sol pudiera borrar lo hecho el día anterior.

Bastante positivo había sido que Ámirov no se hubiera dado una vuelta por mi habitación el día anterior. Eso quería decir que no habían novedades... –sobretodo noticias relacionadas a posibles sentimientos reprimidos los cuales Wynn podría haber repartido a lo largo y ancho del globo. Aquello me regresó a la normalidad, sin preocuparme por lo que Wynn hubiera hablado con él. En el fondo sabía que no podía ser tan descarado como para delatarme de esa forma; iría en contra de su típica caballerosidad, haciendo a un lado sus arrebatos chillones.

Con eso en mente, no tuve inconvenientes en bajar hasta la cocina para prepararle a Libra su desayuno y después ponerme manos a la obra para cocinar unas galletas con pasa de uva, las favoritas de Leonard, el flamante niñero-canino.

Tenía la ante penúltima galleta en mis manos cuando escuché el sonido del timbre. 

Tuve que depositar la galleta sobre su molde para limpiar mis manos al deslizarlas rápidamente sobre mi camiseta y dirigirme hacia la puerta principal a toda prisa.

Más te vale, Wynn, que no hayas decidido...

Oh. Mi mente se dejó de parlotear cuando abrí la puerta y me topé con una chica joven, perfectamente arreglada de pies a cabeza y con una carpeta profesional en sus manos.

- H-hola -le saludé sin salir de mi perplejidad.

La chica no me devolvió el saludo pero sí que se tomó unos segundos para examinarme con una mirada que indicaba desaprobación y –sin temor a equivocarme– repulsión.

- Pero si incluso Am decidió adquirir a una zorra... -Falseó una sonrisa que borró en un abrir y cerrar de ojos.

Sin ninguna clase de permiso, la chica se abrió paso para ingresar a la casa. Comenzó a subir las escaleras como si caminase por su propia casa, lo cual llamó mi atención.

- Uh, él está...

- No te preocupes. Conozco el camino -sostuvo, desapareciendo acto seguido por el lado derecho.

Quedé allí, petrificada junto a la puerta entreabierta y mi mano aún sobre el picaporte. 

Paralizada por sus palabras, miré dubitativa hacia el exterior, asegurándome de que no hubiera ninguna otra persona con modales tan peculiares que quisiera ingresar. 

No mentiré, me sentí sumamente ofendida, por no decir humillada. No reparé en pensarlo: Aristócrata. Tenía que serlo. Y, precisamente, aquella clase de aristócratas que amaban degradar a los Proguers, no cabía duda.

Di la última vuelta con la llave de la puerta y regresé a la cocina para poder dejar las galletas en el horno de una vez por todas.

- No era Wynn -me dirigí a Libra con un suspiro-. Pero tampoco era una persona muy agradable que digamos...

Ella, como siempre, no dijo nada, apenas sí me siguió el rastro con sus ojos desde el suelo, donde se encontraba despatarrada.

Debe de ser alguna compañera de trabajo de Ámirov, me encontré pensando respecto a la chica. Ahora que debe encargarse del diseño del parlamento y trabaja en su casa, puede que sus compañeros empiecen a venir más seguido para traerle algunas tareas para hacer, ¿no?

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