CAPITULO XX - Crack Cardíaco.

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El viaje de regreso fue sinónimo de mudez extrema. Incluso opté por ir sentada en el asiento de atrás con tal de no entablar conversación con Ámirov.

Era la segunda vez. La segunda vez que me sentía como un trapo sucio por su culpa. La patética puesta en escena que Ámirov había organizado en medio de la clínica nunca había tenido en cuenta cómo iba a sentirme cuando me percatase de que todo era una farsa. No se tomó la molestia siquiera de darme un aviso previo para que no malentendiera lo sucedido. Estaba enfadada con él. Enfadada y herida, por no mencionar la parte de la humillación y la verguenza por haber caído en un truco tan barato.

En cuanto ingresamos a la casa, caminé directo al segundo piso, a mi habitación, para encerrarme y no pensar en nada hasta volver a ver a Libra merodeando por la casa.

Eres un infeliz..., pensé respecto a Ámirov ni bien cerré la puerta y me tumbé sobre la cama.

Miré en dirección a mis pies. El lugar de Libra estaba vacío. 

Yo también percibía ese mismo vacío por dentro; ¿qué era lo que me quedaba de no ser por Libra? No quería que la tristeza me invadiera, pero, ¿qué armas tenía yo para hacerle frente? A medida que reflexionaba sobre ello, caí en la cuenta de que a causa de las tonterías por parte de Ámirov había aplazado a Libra de mis pensamientos cuando ella se encontraba internada en un hospital y había sido operada. 

Me desprecié a mí misma por eso.

Miré el reloj sobre la pared, me fijé en la hora y supe que era muy tarde, pasada la medianoche. Sin embargo, por más cansada que me sintiera no podía dormirme. No importaba cuántas vueltas diera sobre mi colchón, mis pensamientos no me dejaban en paz.

Entonces me escabullí de entre las sábanas, crucé la habitación hasta llegar a la puerta y giré el picaporte. Con la puerta entreabierta, asomé mi cabeza hacia el pasillo y me aseguré de que Ámirov no estuviera rondando por ahí. 

Todo se encontraba en perfecto silencio, con algunas luces que tenuemente iluminaban los pasillos.

Entonces abandoné el dormitorio. Caminé en sigilo con mis pies descalzos rumbo al piso de abajo, mas me detuve en el rellano de las escaleras, indecisa, sin saber qué hacer para acabar con el hastío. No tenía ningún plan, lo único que sabía era que no podía dormir y mi cuarto vacío me recordaba la ausencia de Libra una y otra vez.

Vagué por la sala principal, con pasos tanto inciertos como pausados, mientras barajaba posibilidades para distraer a mi mente. No era como si no tuviera problemas con los cuales entretenerme, tan solo quería aliviar la angustia que oprimía mi pecho; existía algo allí dentro que conseguía exprimirme como una pasa de uva, como un ancla invisible atada a mis pies. 

Vi hacia el enorme ventanal del patio trasero y quedé absorta, con la mirada perdida en aquel jardín. La piscina estaba iluminada por varias luces pequeñas a sus lados que se refractaban en el agua, y también sobre el suelo y entre las plantas varias luces diminutas le devolvían la vida al lugar pese a estar en plena noche. Parecía mágico en verdad.

Atravesé la puerta ventanal y me interné en el aire fresco que corría por allí. Merodeé un poco por el césped, sin tener una idea clara de qué hacer hasta que mis ojos se toparon frente a frente con la piscina, la misma que casi me había engullido hasta el fondo.

Mis cejas quedaron juntas, preguntándose si nadar sería algo fácil de aprender o no, consciente de que sí era algo necesario mientras viviera en la casa. Deshaciéndome de algún temor que otro, me acerqué al cúmulo de agua transparente, sobre el lado que contenía varios escalones para poder ingresar. 

2033Where stories live. Discover now