VII

781 32 35
                                    


Brid


¿Existía algo peor que sentirse muerto en vida? Era una pregunta difícil de responder. La madrugada del sábado, hundida en mi depresión, en uno más de mis desvelos, me dediqué a reflexionar sobre esto. Del mismo modo, pensé que este fin de semana sería la oportunidad perfecta para acabar con mi deplorable existencia. La ausencia de mi papá me daba todo el tiempo del mundo para llevar a cabo cualquier plan que se me ocurriera.

     No obstante, pensándolo con detenimiento, todavía no me veía lo suficientemente valiente para hacerlo. A menudo, cuando pensaba en la cuestión de la valentía, me parecía incomprensible cómo muchos creían que el suicidio era un acto de cobardía; yo opinaba justo lo contrario, ya que se requería de un coraje inverosímil.

     Mañana —domingo— sería buen día para dejar de existir. Pero, además de carecer de las agallas necesarias, no sabía cómo hacerlo. La mayoría de los métodos tradicionales me asustaban. Creo que, en mi interior, anhelaba irme sin ningún tipo de dolor. Ya tenía bastante con el que pasaba día a día. Tal vez mis ideas se aclararían si iba al centro del vecindario en la noche.

     Ahora bien, ¿y si Noam llegaba a interrumpirme de nuevo...? Bueno, era mejor no considerar tal caso de momento.

     Eran las dos de la tarde y no había probado bocado hasta ahora. Mi pereza no me dejaba ir a buscar comida. Qué novedad, ¿no? Mi celular empezó a sonar y miré que era una llamada de mi papá. No sabía si contestarle o no; la verdad, no tenía ganas de responder al interrogatorio que me haría. Pero, al cabo de un rato, pensé que, después de todo, él era la única persona que se preocupaba por mí, así que terminé llamándolo devuelta

     Me contestó casi al instante.

     —¡Brid, al fin apareces! ¿Está todo bien? Te he estado llamando toda la mañana.

     Era cierto; tenía varias llamadas perdidas de mi papá, pero las había escuchado porque estaba dormida.

     —Está todo bien, papá. No había visto tus llamadas —le expliqué y, para darle otro rumbo a nuestra conversación, agregué—: ¿Cómo te está yendo en tu viaje?

     —Me está yendo de maravilla. Estoy haciendo un excelente trabajo con mi jefe.

     —¿Crees que conseguirás ese ascenso que tanto quieres?

     —Eso espero, hija —me respondió él, casi riéndose de la emoción—. Pero cuéntame, ¿cómo la pasaste la primera noche sin mí?

     —Muy bien —mentí. La típica respuesta para no preocuparlo—. Me he sentido muy cómoda.

     —¿Te has tomado tus medicamentos?

     —Sí, no me he saltado ninguno. —Me sentía mal por mentirle así.

     —Bueno. —Mi papá me creyó y, según parece, se quedó más tranquilo—. Pásala bien en lo que queda de fin de semana. Te veo el lunes.

     —Te veo el lunes. —Me despedí, sabiendo que, si ponía en marcha lo que tenía en mente, no volvería a verlo jamás.

     Hago hincapié en que me dolería demasiado dejarle el dolor de mi pérdida a mi papá. Ojalá no tuviera que ser así. Pero sería más doloroso para mí seguir con una vida sin rumbo alguno. Lo peor no era estar perdida y no saber cómo volver, sino estar perdida y tener la seguridad de que no iba encontrar la manera de volver.

Más de allá que de acá ©Where stories live. Discover now