XLII

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Noam


Vi la oportunidad de besar a Brid y no quise dejarla ir. Al principio, temí que no me correspondiera el beso, pero su deseo era tan intenso como el mío que se dejó llevar. Sin embargo, al terminar de besarnos, su reacción fue... extraña, por así decirlo. Su cara se tornó del color de un tomate y, en lugar de decirme algo, entró a la casa apresurada.

     El señor Lorenzo, que, por cierto, no estuvo ni cerca de ver el beso, entró a la casa en busca de Brid. Por curiosidad, hice lo mismo para saber qué había pasado con ella. A fin de cuentas, no pasó nada, lo que me brindó alivió en gran medida. Los tres regresamos afuera, retomando nuestro trabajo de pintar.

     Ahora bien, no quería quedarme sin preguntarle a Brid cómo se sentía. Pero no quise hacerlo de inmediato, en cambio, dejé que pasara un buen rato. Transcurrió media hora hasta que ella terminó de pintar su pared, la misma que había empezado mal. Su trabajo mejoró bastante. Al parecer, aprendió de mis movimientos cuando le fui a ayudar.

     Me acerqué a ella, al ver que se puso a descansar, y le pregunté:

     —¿Estás bien?

     —¿A qué te refieres? —me respondió sin entender mi pregunta.

     —¿Cómo que a qué me refiero? —Me reí con sutileza.

     —¿De qué te ríes? —me preguntó, molesta. Pero, en cierta medida, sabía que esa molestia era fingida.

     —De nada. —Le hice un gesto para que se relajara—. Tranquila.

     —Vuelve a tu trabajo, Noam.

     —¿No te tomaste a mal el beso? —le pregunté por fin.

     —Fue abusivo que lo hicieras.

     —Entonces, ¿te lo tomaste a mal?

     —No —me respondió, inconsciente de lo que decía.

     —Ah, ¿en serio?

     —¡No!, quise decir sí.

     —Decídete, Brid —le dije riendo—. ¿Sí o no?

     —No te responderé, Noam. —Negó con la cabeza—. Luego, digo cosas que no quiero decir.

     No quise seguir presionando a Brid con mis preguntas. Por más que no parecía tan malhumorada como en los días recientes que la vi, podía explotar en cualquier momento. Volví a la pared que me había propuesto pintar y puse todo mi empeño en terminarla. Y lo conseguí: justo antes de que anocheciera. El esfuerzo me dejó casi sin energía.

     —¡Bueno, chicos! —dijo el señor Lorenzo, acercándose a nosotros—. Si quieren, lo dejamos hasta aquí por hoy. Ya se nos hizo de noche.

     Alcé la vista al cielo y me percaté de que las estrellas ya estaban dispersas en él. Las horas se fueron volando. Repitiendo el mismo gesto de la tarde, me ofrecí a llevar las latas de pintura a su lugar. Las acomodé con cuidado y precisión, procurando mantener el orden. Y, llegado este punto, proseguí a despedirme, pero el señor Lorenzo tenía que decirme algo más.

     —¿Ya te vas? —me preguntó él—. ¿No te quieres quedar a cenar?

     Era una propuesta tentadora. Además, si podía quedarme para ver a Brid por más tiempo, no me negaría.

     —Si no es mucha molestia, acepto su oferta.

     —Es lo menos que puedo hacer por ti, Noam. Nos has ayudado mucho esta tarde.

     Brid se quedó viendo a su papá con reproche, como si le estuviera reclamando algo. Mientras la vea, con una sonrisa, pensé: «Si supieras que solo acepté quedarme por ti». Ella me miró y rodó los ojos, pero hasta ese gesto, que parecía insignificante, me pareció encantador. Estos pequeños detalles me confirmaban mi profundo enamoramiento por Brid. Vaya que sí.

     —¿Te gusta la comida china? —me preguntó el señor Lorenzo mientras se sacaba el celular del bolsillo de su pantalón.

     Siendo franco, no era fanático de la comida china, pero tampoco me desagradaba del todo, así que no tendría problema en comerla. Nunca fui tan quisquilloso con las comidas en general.

     —Sí, claro —le respondí—. Lo que usted diga.

     —¿Y tú, Brid? —le preguntó el señor Lorenzo a su hija.

     —Eso ni se pregunta —le respondió ella—. Tú, más que nadie, deberías saber que la comida china es mi favorita.

     ¿Su comida favorita? Interesante dato. Tendría que recordarlo bien porque podría ser útil en un futuro.

     —Bueno, no se diga más. —El señor Lorenzó comenzó a marcar en su celular.

     Los encargados del restaurante chino informaron que la entrega de la comida tomaría cerca de media hora. El señor Lorenzo no disimuló su descontento en la llamada, ya que, según él, por lo común, el tiempo de espera era de quince minutos. Para mi estómago, que rugía de hambre, estas no fueron buenas noticias.

     —¿Por qué están tardando más? —le preguntó Brid a su papá.

     —Me dijeron que el restaurante está lleno. —El señor Lorenzo suspiró—. Y eso no les permite agilizar las entregas.

     Mientras esperábamos, hablamos de cuánto habíamos avanzado en pintar la casa esta tarde. Nos adelantamos mucho más de lo que había imaginado. Si continuábamos a este ritmo, terminaríamos antes de que finalizara el fin de semana. Por mi parte, seguiría dando mi mejor esfuerzo para que eso ocurriera.

     El señor Lorenzo reconoció mi labor y me felicitó por mi empeño al pintar.

     —Ojalá tuviera la misma energía que tú, Noam —me dijo—. Creo que podrías pintar toda la casa tú solo.

     —¿No cree que me está sobreestimando un poco? —Me reí.

     Nuestra plática siguió hasta que el repartidor de la comida china llegó. Tocó el timbre justo antes de la media hora. Por lo menos, cumplieron con su palabra. Me puse de pie y me ofrecí a ir a atender, pero, previo a hacerlo, el señor Lorenzo me entregó el dinero para que pagar.

     El repartidor me saludó de manera amable y me hizo la entrega. Yo correspondí con la misma amabilidad y le pagué. El delicioso aroma de la comida despertó todavía más mi apetito; de igual forma, Brid y el señor Lorenzo compartieron el mismo sentir, pues hicieron comentarios sobre lo bien que olía.

     Este día salió mejor de lo que esperaba. Incluso si aún no convencía a Brid de que hablara conmigo, me atreví a besarla. Y el recuerdo de ese beso me acompañaría por siempre.

Más de allá que de acá ©Where stories live. Discover now