XXIX

618 25 0
                                    


Brid


Noam vino a recogerme en un auto en lugar de su moto. Lo tenía tan asociado a las motos que me parecía raro verlo al volante de autos. Ahora bien, si se suponía que ese detalle debía darme pista sobre a donde me llevaría, seguía sin tener la menor idea. Nunca fui buena para adivinar cosas.

     Cuando Noam me vio esperándolo afuera de mi casa, se bajó, me saludó con una sonrisa de oreja a oreja y me abrió la puerta para que me subiera. Su gesto fue muy caballeroso.

     —¿Por qué tanta caballerosidad? —le pregunté.

     —Porque es lo que hacen los chicos con auto cuando invitan a salir a una chica, ¿no? —me respondió, riendo con dulzura—. Esto es nuevo para mí, ¿sabes?

     —¿Estás diciendo que es la primera vez que manejas un auto?

     —No, no es para tanto. Mi papá me enseñó cuando era adolescente.

     —Entonces, ¿por qué dices que es nuevo para ti?

     —Es la primera vez que salgo con una chica en un auto —confesó.

     Lo miré por un momento y, sin saber por qué, me eché a reír. La verdad no tenía mucho derecho a reírme, pues también era la primera vez que un chico me invitaba a salir en un auto.

     —Vas muy bien, principiante —le dije con un poco de burla.

     —No te burles de mí. —Supe que no se lo tomó a mal porque me miró, aguantando la risa.

     —No, para nada —aclaré—. Mejor dime a dónde vamos en pleno veinticinco de diciembre.

     —Ya lo verás —me dijo mientras conectaba su celular al radio del auto para poner música.

     —¿Me llevas secuestrada y por eso no quieres decirme?

     Se rio con ganas.

     —¿Te gustaría que te secuestrara? —Me miró con picardía.

     —Si me vas a secuestrar y matar, al menos llévame a un buen lugar.

     —Nada de eso, Brid. Te llevaré a un lugar que solo visité una vez pero que me marcó cuando era niño —explicó, acomodando el volumen de la música para que no estuviera ni tan alto ni tan bajo—. ¿Te gusta pescar?

     —¿Pescar?

     —No me digas que no te gusta, por favor.

     —No te puedo decir si me gusta o no porque nunca he ido a pescar en mi vida, o sea, no tengo ni la mínima idea de cómo se hace.

     Recuerdo que una vez, cuando tenía trece años, mi papá me propuso ir a pescar. En esa época, rechacé la propuesta porque no me llamaba la atención en absoluto. Pero ahora, que había crecido, mi postura en este sentido no era tan inquebrantable.

     —Haré todo lo posible para enseñarte bien. La pesca puede llegar a ser muy divertida cuando le agarras el truco.

     —¿Aún recuerdas cómo hacerlo? —le pregunté con cierta duda—. Me dijiste que solo habías venido a este lugar cuando eras un niño.

     —Aunque no lo parezca, lo recuerdo con claridad —aseguró—. Y, por cierto, traje todo lo que necesitaremos en el baúl del auto, por si lo estás preguntando.

     Tras treinta minutos de camino, arribamos a un sitio boscoso. Noam me informó que habíamos llegado. Se bajó del auto, desbloqueó el baúl, sacó las cañas de pescar y una mochila. Repitiendo su gesto caballeroso, me abrió la puerta y me pidió que lo siguiera. Nos fuimos adentrando en el lugar y debo decir que me parecía agradable. El suelo estaba cubierto de musgo verde, incluso parte de los troncos de los árboles. Continuamos avanzando hasta que llegamos una laguna, que me encantó debido a su aspecto pintoresco.

     —¿Qué te parece? —me preguntó, poniendo la mochila en el suelo y asegurándose de que las cañas de pescar funcionaran bien—. ¿Es un lugar bonito o no?

     —Tendría que estar loca para decir que no me gusta este lugar —le respondí mientras observaba el suave movimiento del agua.

     Cuando volví a mirar a Noam, lo vi lanzando la caña de pescar a la laguna. La lanzó bastante lejos, o al menos así me pareció. La carnada se hundió de inmediato y, al cabo de unos momentos, tiró de la caña con fuerza y prisa. Noam había capturado el primer pez.

     —Creo que aún tengo habilidad para esto —dijo, depositando el pez en una cubeta.

     —No lo haces nada mal.

     —¿Quieres intentarlo tú? —Me miró expectante, esbozando una media sonrisa—. Ah, ni debería de preguntarte, porque traje aquí por eso.

     Noam fue por la otra caña de pescar, me la entregó y me dijo que siguiera sus instrucciones.

     —¿Crees que podré lograrlo? —le pregunté con muchas dudas.

     —¿Sabes qué? —me dijo, dejando su caña de pescar en el suelo—. Hagamos esto como en las películas y libros románticos.

     Se acercó por detrás de mí y tomó mis manos para enseñarme la postura correcta para lanzar la caña. Tengo que admitir que me puse nerviosa y sentí la cara caliente. Debí haber estado roja un como tomate. Agradecí que Noam no me estuviera viendo de frente ahora mismo.

     —Bien, ahora lo que sigue es lanzar la caña —prosiguió al asegurarse de que mi postura era la adecuada—. Hazlo con la mayor fuerza posible. Y ten paciencia. A veces puede llevar un poco de tiempo.

     Lancé la caña y no se acercó —ni un poco— a la distancia que Noam había alcanzado hace un momento, pero eso no significaba que no tenía posibilidades de capturar un pez. Pasaron unos dos minutos y pensé en rendirme. No era novedad que, últimamente, me rindiera rápido con las cosas. Sin embargo, sentí que un pez se enganchó a mi carnada. Noam advirtió esto y me dijo que tirara con firmeza, explicándome con un gesto cómo hacerlo. Lo hice tal y como lo indicó y logré pescar mi primer pez. Era mucho más pequeño que el que había pescado él.

     —Nada mal para ser tu primera vez —me dijo Noam, y me acercó la cubeta para que depositara el pez.

     —Me hubiera gustado pescar un pez más grande.

     —Puedes intentarlo una vez más y superarte a ti misma.

     —Te quiero superar a ti. —Lo lancé una mirada desafiante.

     —Ah, ¿en serio? —Noam tomó su caña—. Hagámoslo los dos al mismo tiempo y el que atrape el pez más grande gana. ¿Qué te parece?

     Solo Noam era capaz de despertar mi espíritu competitivo.

     —Suena divertido —acepté, alistándome para lanzar mi caña de nuevo.

Más de allá que de acá ©Where stories live. Discover now