XXI

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Brid


La mejoría que tuve el día anterior se prolongó hasta hoy. Si lo de ayer me pareció inusual, lo de hoy era incierto. El responsable de que me sintiera de esta manera, en buena medida, era Noam. Y, siendo franca, no me gustaba que las cosas fueran así. No me agradaba nada que una persona, que no fuera yo misma, tuviera tanto que ver con mi estado de ánimo. Está claro que él ejercía esa influencia en mí porque, de algún modo, me atraía.

     Qué miedo me daba que alguien despertara sentimientos en mí, porque sabía que eso desencadenaría el enamoramiento y, en última instancia, el dolor de un corazón roto. De modo que prefería saltarme la parte del desamor. Había leído cosas sobre los corazones rotos y se me hacían demasiado dolorosas. Ya era suficiente con la depresión que venía sintiendo todo este tiempo.

     Esta mañana, poco después de que me despertara, el mismo repartidor de la última vez llegó con un nuevo paquete para mi papá. No había recibido ningún aviso de mi papá anoche —ni en de los días anteriores— acerca de este pedido, por lo que me tomó por sorpresa. Aun así, a causa de mi buen ánimo, bajé con todo gusto y atendí.

     —Hola, muy buenos días —me saludó el repartidor con la misma amabilidad que la vez anterior.

     —Hola, buen día —lo saludé—. ¿Mi papá hizo otro pedido?

     —No, no, no vengo a entregar un nuevo pedido—aclaró él con un gesto de negación—. Vine porque, en el pedido que le entregué la vez pasada, se nos olvidó agregar dos herramientas importantes. Y aquí se las traigo. —Me mostró una pequeña caja.

     Apuesto que mi papá ni siquiera abrió la primera caja y, por ello, no se dio cuenta de que faltaban herramientas. Un pequeño descuido de su parte. Pero no era justo culparlo, considerando lo cansado que regresaba de su trabajo.

     —Ah, ¿en serio? —le dije, tomando la caja—. Creo que mi papá no se dio cuenta.

     —Nosotros sí nos dimos cuenta —aseguró él, un poco apenado—. Dígale a su papá que le ofrecemos unas disculpas. Nuestro compromiso es para con los clientes y nos apena mucho que sucedan este tipo de errores.

     —No te preocupes. Lo importante es que se están reivindicando.

     —Muchas gracias. —Me agradeció más tranquilo—. Es usted muy amable.

     —Gracias a ti.

     Antes de irse, el repartidor se volvió hacia mí y me dijo:

     —Por cierto, la veo mucho más diferente que la última vez.

     —¿A qué te refieres?

     —Hoy la veo más alegre.

     ¿Ya lo empezaban a notar todos?

     —¿Lo estoy?

     —Sí, se le nota mucho.

     —¿Mucho?

     —Mucho —repitió él, y ahora sí se despidió.

     Yo también me despedí y cerré la puerta. A estas alturas, no sé si era bueno o malo este cambio. De tanto tener mis ánimos por los suelos, me parecía incómodo que la gente notara que estaba mejor. Sin embargo, tampoco me gustaba sentirme hundida. Quizá solo me acostumbré a estar tan jodidamente depresiva que no sabía cómo reaccionar ante esto. En definitiva, necesitaba pensar y tenía todo el día para hacerlo.



En el transcurso de la tarde, me quedé dormida un rato. Me dio mucho sueño después de almorzar y no pude evitar caer rendida en el sofá. No obstante, para mi mala suerte, fui despertada por el sonido de mi celular recibiendo varios mensajes. ¡Qué fastidio!, pensé.

     Ahora bien, cuando miré que el de los mensajes era Noam, mi temple cambió y los leí enseguida.

     Noam: ¡Holaaa, Brid! ¿Cómo estás?

     ¡¿Briiiid?!

     ¡Necesito hacerte una pregunta!

     ¿¡Brid!? ¿¡Brid!? ¿¡Brid!?

     ¡Holaaaaa!

     Yo: ¿Por qué tanta intensidad? ¿Qué pasa?

     Noam: ¿Te gusta el café?

     Yo: Sí, claro, ¿a quién no?

     Noam: Ah, qué bueno saberlo.

     Yo: ¿Por qué la pregunta?

     Noam: No, por nada.

     Yo: ¿Cómo que por nada? Me despertaste de una siesta que estaba disfrutando.

     Noam: ¿En serio? Lo siento mucho.

     Yo: No te disculpo.

     Noam: Lo harás en unos momentos. Ya verás.

     No le seguí respondiendo. Me molestó que estropeara mi siesta por una pregunta tan sencilla. Es decir, ¿quién hace eso? Mejor me dispuse a seguir durmiendo, pero no sin antes bajarle el volumen a mi celular para que ningún sonido me despertara de nuevo.

     No obstante, mi segundo intento de sueño duró apenas cinco minutos, pues el sonido del timbre me despertó. Me puse un cojín en la cara y grité: ¡Déjenme dormir! Me levanté, medio dormida, y fui a atender. Por más que estuviera enojada, tenía que ver si era otra entrega para mi papá o algo por el estilo.

     Cuando abrí la puerta, me sorprendí al ver a Noam sosteniendo dos vasos de café en sus manos. Entonces, ¿por esto me preguntó si me gustaba el café? Este chico era único.

     —¿Un café? —me dijo en tono de pregunta, y me ofreció uno de los vasos de café.

     —¿Por qué no me avisaste que venías? —le pregunté, aceptando el vaso de café.

     —No lo sé —respondió con una sonrisa tierna—. Tal vez quería sorprenderte.

     —Creo que conseguiste tu cometido —le dije, invitándolo a pasar.

     Noam puso su café en la mesita de la sala, se sentó en uno de los sofás y me invitó a hacer lo mismo. Parecía estar en su propia casa, no en la mía.

     —Veo que eres de los que se siente en confianza en cualquier lugar. —Me senté en el otro sofá, le di un sorbo al café y después lo puse en la mesita.

     —¡Lo siento! —me dijo, y se puso de pie de un salto—. No debí haberme sentado si no me habías dicho que lo hiciera.

     Me causó bastante gracia su movimiento. Me reí con ganas mientras lo miraba.

     —Era broma, Noam. Siéntate.

     —¿En serio? —Se sentó con lentitud—. Ya me habías asustado.

     —Sí, tranquilo —aseguré para calmarlo por completo—. Y, por cierto, gracias por el detalle. Este café me caerá bien. Quizá me quite el sueño que tenía.

     Si antes dije que mi ánimo permanecía bien, ahora se encontraba mejor que nunca.

Más de allá que de acá ©Where stories live. Discover now