XXVIII

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Noam


Desde hace unos días, tenía el propósito de planear una salida con Brid, que no involucrara ni su casa, ni la mía, ni el centro del vecindario. Y no quería que fuera un paseo cualquiera, sino una aventura inolvidable. Pero, por más que le di vueltas durante esta semana, no se me ocurrió un lugar idóneo para llevarla. Pensé que me tocaría resignarme a una de las salidas normales, como ir a comer un restaurante, ir al cine o a ver una obra de teatro.

     Sin embargo, anoche, mientras hablaba con ella por mensajes, recordé una experiencia de mi infancia que me encantó a niveles exagerados. Cuando tenía diez años, mi papá me llevó a pescar a una laguna que se encontraba cerca de aquí. Además de eso, nos adentramos en una zona boscosa, donde pude ver la naturaleza en su punto máximo. Sin duda alguna, ese día se convirtió en uno de los más especiales para mí.

     Hace unos pocos años, de manera informal, le mencioné a mi papá la idea de repetir aquella experiencia, pero nunca nos lo propusimos en serio. No obstante, ahora sí estaba decidido a volver y, para hacerlo todavía más especial, contaría con la compañía de Brid.

     Desde luego, no podría hacer el viaje en una de mis motos, puesto que sería complicado transportar las cañas de pescar y todo el equipo que necesitaríamos. Necesitaba un auto. Por fortuna, mi papá estaba en casa, le habían dado el día libre y su auto se encontraba en el garaje. Fui a buscarlo para hablar con él y pedírselo prestado.

     Mi papá estaba sentado en un sofá de la sala de estar, leyendo el periódico.

     —Hola, papá. ¿Qué tal tu día libre? —le pregunté para iniciar la plática.

     —Estoy intentando relajarme —me respondió, sin despegar la mirada de una nota policial—. Pero, con estas noticias que leo, es un poco difícil.

     —Bueno, esas noticias siempre estarán a la orden del día. No puede existir un mundo perfecto.

     —Tienes razón —admitió con un gesto de decepción—. Es una pena.

     —Oye, una pregunta. —Llegó el momento de ir al grano—. ¿Puedo tomar prestado tu auto?

     Me miró por encima de los lentes que usaba para leer.

     —¿Y qué pasa con tu moto? ¿No funciona?

     —No, no es eso. Te lo resumo así: hay cosas que no puedo llevar en mi moto.

     —¿Qué cosas? —Mi papá dejó el periódico y puso toda su atención en mí—. ¿A dónde vas para que tú moto no te pueda ayudar?

     —¿Recuerdas aquel lugar donde íbamos a pescar? —le pregunté, confiando en que recordaría cada detalle de la vez que fuimos.

     Mi papá se tomó un momento para pensarlo.

     —Hablas de la laguna, ¿verdad? Claro que la recuerdo.

     Menos mal que lo recordó. Me iba a decepcionar bastante si no lo hacía.

     —Bueno, ahí es a donde iré —expliqué—. Y necesito llevar las cañas de pescar y otras cosas más.

     —Pero ¿irás solo? ¿Quieres que te acompañe?

     —No, no te preocupes, iré con Brid.

     —Ya veo —me dijo él, entendiendo todo—. Yo no tengo ningún problema en prestarte el auto. Pero asegúrate de cuidarlo mucho. Sabes que me da pereza llevarlo al taller.

     —Qué va. —Me reí—. Tú sabes que, cuando te lo pido prestado, siempre te lo regreso tal y como estaba.

     Era verdad: aunque casi nunca le pedía prestado el auto a mi papá, las veces que lo hacía, lo cuidaba como si fuera mi propia moto.

     —Eso es verdad —admitió, y me entregó las llaves del auto—. Por cierto, las cañas de pescar están en la habitación que utilizamos como bodega.

     —Ah, mira, justo te iba a preguntar por las benditas cañas. Gracias por el dato.

     La habitación que nos servía como bodega estaba hecha un desastre absoluto. Pero, para mi buena suerte, las cañas estaban a simple vista y no me costó encontrarlas. Me habría tardado un mundo si hubiera buscado entre todo esto, pensé mientras miraba una montaña de cajas.

     Me dirigí al garaje, abrí el auto y metí las cañas.

     —¿Vas a cocinar el pescado que captures como lo hicimos esa vez? —me preguntó mi papá, que me había seguido hasta el garaje sin que me diera cuenta.

     Ahora que mi papá lo mencionaba, no era mala idea hacer una hoguera en el bosque y cocinar los pescados.

     —Dame un momento —le dije. Fui a la cocina y tomé todo lo que necesitaría en caso de cocinar.

     —Y bien... —me dijo cuando volví.

     —No tenía pensado cocinar pescados —confesé, mostrándole los ingredientes—, pero tal vez lo haga.

     —¿Aún recuerdas cómo hacerlo? —me preguntó, desconfiando de mi memoria.

     En realidad, sí lo recordaba, pese a que me lo enseñó cuando era un niño

     —Me acuerdo, papá.

     —¿Seguro?

     —No dudes de mí.

     Antes de irme, le mandé un mensaje a Brid para saber si podía pasar por ella.

     Yo: ¿Ya estás lista?

     Me respondió casi al instante. Estaba atentísima a mis mensajes.

     Brid: Estoy más que lista.

     Yo: ¡Perfecto! Llegaré a tu casa en nada.

     Me subí al carro, metí la llave en el contacto y lo encendí. Mi papá se acercó y me pidió que bajara el vidrio. Pensé que solo quería despedirse, pero me hizo una pregunta que no me esperaba.

     —Te gusta esa chica, ¿verdad?

     En resumen, mi papá me descubrió. No sabía en qué momento me empezó a gustar Brid. A decir verdad, creo que me gustó desde la primera vez que la vi.

     —¿Se notó mucho en la cena de anoche?

     —Lo digo por el trato especial que le estás dando. Nunca habías traído a una chica a la cena navideña. Y ahora también la invitas a pescar. —Sonrió con sutileza. Al parecer, a mi papá le daba gusto que me estuviera interesando de esta manera por Brid—. Presumo que habrás tenido intereses amorosos antes, pero estoy seguro que ninguno se compara a este.

     —Me conoces bien, papá —le dije, como dándole la razón en todo lo que había dicho.

     —Bueno, ve por ella y disfruten la tarde. —Se despidió de mí, dándome un golpe suave en el hombro.

     Al tiempo que me dirigía hacia la casa de Brid, pensé en la plática que acababa de tener con mi papá. En verdad, podía confirmar con creces algo que dijo: nunca nadie me había interesado tanto como Brid.

Más de allá que de acá ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora