IX

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En un principio, no me tomé en serió lo que Noam afirmó acerca de que podía darle la vuelta al vecindario en menos de un minuto, pero, cuando arrancó, pude comprobar que no era ningún tipo de broma. Salimos disparados como un cohete. Sin embargo, aun así, Noam demostró una capacidad de manejo extraordinaria, a pesar de elevar tanto la velocidad. Daba la impresión de tener un talento natural para esto. En resumidas cuentas, diría que no tardamos más de veinte segundos en llegar a mi casa.

     —Gracias por venir a dejarme. —Le agradecí al bajarme de la moto.

     —No me agradezcas, mejor corre hasta tu casa antes de que empiece a llover más fuerte —me dijo él, haciéndome un gesto para que me apresurara.

     Corrí hacia la entrada de mi casa y, una vez ahí, cubierta por el techo, me despedí de él con un gesto. Noam también se despidió, arrancó la moto y partió a la misma velocidad que habíamos venido. Al tiempo que lo veía alejarse, me pregunté si esta sería la última vez que lo vería.

     Entré a la casa, subí a mi habitación y me tiré en la cama, abrumada por un agotamiento inexplicable. El sonido de la lluvia me invitaba a dormir, por lo que cerré los ojos, dejándome llevar. Pero me senté de golpe, pensando que aún tenía que idear un plan para acabar con mi vida. Hoy era el día que había fijado para tal acción, y seguía sin tener claro lo que iba a hacer.

     De improviso, comencé a sentir un calor sofocante. En este preciso instante, me di cuenta de que aún llevaba la chaqueta de Noam. Joder, pensé. ¿Y ahora qué? ¿Tenía que volver y devolvérsela? No, ni loca saldría de nuevo. Desearía haber tenido una forma de comunicarme con él para decirle que viniera a traerla.

     —No estaré viva para devolvérsela —dije en voz alta. Luego, me la quité y la puse en una silla que tenía en mi habitación.

     Mi celular me notificó un mensaje. Por un momento, pensé que era Noam, pero me sentí tonta al recordar que él ni siquiera tenía mi número. Al fin y al cabo, solo era mi papá. Me resultó extraño que intentara tratara de contactarme de madrugada. Obviamente, no le iba a contestar; no hacía falta que se diera cuenta de que estaba despierta a esta hora. Lo que sí hice fue leer el mensaje desde la barra de notificaciones.

     Hola, hija, ¿cómo estás? Espero estés disfrutando de tu sueño. Yo no puedo dormir y quise aprovechar este tiempo extra para avisarte que no podré llegar mañana, sino hasta el lunes en la noche. Ya sabes que puedes tomar todo el dinero del jarrón. Y, si no es suficiente, me dices y yo te mando más.

     Que mi papá retrasara su vuelta me daba un tiempo extra para seguir pensando en cómo llevaría a cabo mi suicidio. Así pues, determiné que mi intento se pasaría al lunes en la tarde.

     En última instancia, pasando todo el trabajo de pensar para cuando amaneciera, me podía dar el lujo de dormirme con esta agradable lluvia. Apagué la lampara de mi cuarto, me tapé con las sábanas y me dormí casi en el tiempo que Noam tardó en traerme a casa.



El día amaneció sin lluvia, aunque nublado. Lo primero que sentí al abrir los ojos fue un fuerte dolor de cabeza, como si tuviera resaca de una fiesta o algo así. Me masajeé las sienes con las yemas de los dedos, pero, en vez de aliviar mi malestar, lo empeoró. Tuve que levantarme e ir al baño, donde guardaba las pastillas, con el fin de encontrar unas que me ayudaran con mi problema.

     En cuanto encontré las benditas pastillas, bajé a la cocina con un paso desganado. Mientras me servía un vaso de agua, hubo un clic en mi mente. Pensé en algo que me permitiría alcanzar lo que tanto buscaba: el arma de mi papá. Hace unos años, mi papá me comentó que había comprado una pistola en caso de necesitarla para resguardar nuestra seguridad. Nunca me la mostró, pero me dijo que la guardaría en su habitación.

     Pero mi entusiasmo se vino abajo al recordar que mi papá siempre dejaba su habitación con llave, en especial cuando se iba a trabajar. Mi posible plan se caía a pedazos. Sin embargo, al regresar a mi habitación, sentí la necesidad de dirigirme a la de él y comprobar si, de milagro, la había dejado abierta. Giré el pomo de la puerta y, en contra de todos los pronósticos, se abrió. Al parecer, era mejor hacer las cosas sin esperanzas para que salieran bien. ¡Viva el pesimismo!

     Hoy más que nunca, si lograba encontrar el arma, me veía con la valentía de usarla y así, de una vez por todas, acabar con mi delirio. Sería una forma rápida y sin dolor: justo lo que quería. Ahora bien, lo difícil radicaba en descubrir dónde estaba escondida el arma. Pero bueno, tenía todo el tiempo del mundo para buscarla.

     La habitación era amplia, lo que significaba que mi búsqueda se prolongaría bastante. Empecé dándole un vistazo a su clóset, a la mesa que sostenía la lámpara, los estantes y su librero, pero no había rastro del arma. Me agoté de estar buscando y me senté en la cama con un suspiro. ¡Claro!, pensé, ¿cómo no pude haberlo pensado? Me levanté de un salto, miré debajo del colchón y... tampoco encontré nada.

     Parece que la emoción me ganó y olvidé que era mejor no tener esperanza al hacer algo. Mi mirada se posó en uno de los cuadros en la pared, que era un retrato del castillo de Drácula. Mi papá era un gran fan de las películas y del icónico libro. Me llamó tanto la atención que me acerqué para verlo más de cerca. Era mediano y poco pesado, lo que me permitió tomarlo sin problema. Al retirarlo de la pared, me topé con que, detrás de este, había una caja fuerte.

     Sin querer, descubrí a mi papá. El arma debía estar aquí. Pero surgió otro inconveniente: tendría que adivinar la clave. Y no tenía ni la menor idea de cuál podría ser. Comencé a probar diferentes combinaciones, incluyendo fechas importantes, mas ninguna funcionó. La única que faltaba era mi fecha de nacimiento, que era el trece de febrero del dos mil dos. Sin esperanza alguna, ingresé la combinación y puerta de la caja fuerte se abrió de un tirón. Hoy andaba de suerte, desde luego.

     Y ahí estaba el arma. ¡Bingo!

     También había un fólder, pero solo guardaba documentos.

     Tomé el arma, cerré la caja fuerte, puse el cuadro en su lugar y salí de la habitación. Ya contaba con todo lo necesario para proseguir. Solo esperaba que el coraje me abandonara a la hora de la verdad.

Más de allá que de acá ©Where stories live. Discover now