XXXIV

592 21 0
                                    


Noam


Regresé a mi casa casi una hora después de mi paseo en moto. Hasta cierto punto, me ayudó a liberar estrés acumulado. Sin embargo, a pesar de sentirme más sereno, aún no estaba preparado para enfrentar el momento de la verdad con Brid. Es más, no sabía si lo estaría para cuando llegara la noche. Este asunto llegó al grado de quitarme el apetito. No fue hasta las tres de la tarde que me digné a comer algo.

     Luego de comer, no tardé en volver a mi habitación. Me acosté en mi cama, fijé mi mirada en el techo y pensé —en todas las posibilidades de lo que podría pasar esta noche— un buen rato hasta que me dio sueño. Sin darme cuenta, me quedé dormido. Según parece, a mí cuerpo no le fueron suficiente las horas extras que dormí en la mañana.

     Fui despertado por unos toques en la puerta de mi habitación. Me incorporé cuanto antes y, al darle un vistazo a mi ventana, me percaté de que ya había oscurecido. Tomé mi celular para ver la hora y miré que eran las ocho de la noche. ¿Cómo pude haberme dormido tanto?, pensé, enfadado conmigo mismo. Asimismo, advertí que tenía varias llamadas perdidas de Brid. Le marqué de vuelta de inmediato.

     De repente, un celular sonó en la puerta de mi habitación.

     —Hola, Noam. —Brid me contestó la llamada—. Estoy en la puerta de tu habitación.

     ¡¿Quééé!?

     Me puse de pie y abrí la puerta.

     —¡Brid! —le respondí, e hice una cara de susto.

     —Hola de nuevo —me dijo ella, saludándome con un gesto—. ¿Estás bien?

     No, no estaba bien. Estaba estresado y medio dormido.

     —Sí, claro —afirmé, mintiendo por completo. No sé si era un buen mentiroso, pero intenté sonar seguro en mi respuesta—. Pasa.

     Abrí la puerta en su totalidad y me aparté para dejarla pasar.

     —¿Estabas dormido? —me preguntó—. Te llamé varias veces y no me contestaste.

     —Me descubriste —le respondí avergonzado mientras me rascaba la cabeza—. Sí estaba dormido. Discúlpame por no contestarte.

     —No pasa nada —aseguró ella sin darle importancia.

     Le ofrecí a Brid que se sentara en la silla de madera que tenía en mi habitación.

     —¿Y por qué viniste más temprano de lo normal? —le pregunté, acomodando mis almohadas en su lugar. Era difícil tratar de disimular mis nervios.

     —Mi papá se durmió temprano y no quería seguir en mi casa —me explicó, acomodándose el pelo hacia atrás—. Y, suponiendo que estarías aquí toda la noche, no pensé que habría problema si nos veíamos a esta hora.

     —Sí, he estado aquí toda la noche —aseguré—. Y no hay problema en que hayas venido temprano, al contrario.

     —Por cierto, te iba a esperar en el banco, pero estaba ocupado.

     Me levanté de mi cama, miré por la ventana y confirmé que, en efecto, el banco estaba ocupado por lo que aparentaba ser una pareja.

     —Todavía sigue ocupado —le dije, y me volví a sentar en mi cama. Pensé que este sería el momento propicio para confesarle todo a Brid. Estábamos solos y cara a cara. Era justo la oportunidad que había esperado—. Oye, ¿puedo hablar contigo sobre algo?

     Ella notó que adopté un tono serio.

     —¿Te pasa algo, Noam? Siento que estás actuando raro.

     —No me pasa nada —mentí, poniéndome de pie. Necesitaba ir al baño y echarme agua fría en la cara para enfocarme—. Espérame aquí un momento, tengo que ir al baño.

     Entré al baño, me empapé la cara de agua y me dije: «Puedes hacerlo. No tiene por qué ser tan complicado».

     Cuando volví del baño, vi a Brid hojeando algunos de los libros de mi estantería. ¡Mierda!, pensé. Recordé que en uno de esos libros había guardado la hoja con el texto suicida de Brid.

     —¿Te gusta leer? —me preguntó, hojeando una edición especial de Romeo y Julieta—. Este libro es una edición ilimitada. Debes cuidarlo mucho.

     Romeo y Julieta era una historia trágica, y, en este momento, también causó una tragedia: mientras Brid lo hojeaba, una hoja cayó al suelo. Se agachó para recogerla y, al instante, supo que era la misma que ella había escrito y perdido.

     —¿Así que tu tenías la hoja, Noam? —me preguntó, adoptando una seriedad que no le había visto antes—. Me dijiste que no la habías encontrado... ¿Por qué me mentiste?

     No sabía qué decirle. Los nervios recorrían mi cuerpo y las palabras se negaban a salir. La expresión de Brid era mucho peor de lo que me imaginé.

     —Puedo explicarlo —le dije, sintiendo cómo el rubor me quemaba la cara.

     —No hay nada que explicar, Noam. —La decepción en el rostro de Brid se hacía reflejar—. Me has mentido todo este tiempo.

     —Brid, por favor, déjame...

     —Todo lo que has hecho por mí ha sido por lástima, ¿no?

     —¡No! Claro que no —le respondí, desperado por hacerla entender—. Las cosas no son como las estás pensando.

     Desde el principio, mi única intención había sido ayudar a Brid. Me esforcé por acercarme a ella, ganarme su confianza y brindarle todo mi apoyo a sabiendas de su estado. Pero ahora estaba enamorado de ella. El solo pensamiento de que se alejaría de mí y de que nunca me volvería a hablar me afectaba de forma distinta.

     —Yo me largo, Noam. Olvídate de mí, por favor. Ya no puedo creer nada de lo que dices.

     Sus palabras resonaron como una daga atravesando mi corazón. Sin más, Brid se dispuso a salir de la habitación. Yo corrí, me paré frente a la puerta e impedí que saliera.

     —Brid, no me pidas que te olvide. No puedo hacerlo porque estoy enamorado de ti.

     Pensé que confesándole mis sentimientos me daría la oportunidad de hablar con ella, pero no estuvo ni cerca de funcionar. Tan solo me vio por unos segundos, sin abandonar su seriedad.

     —Déjame pasar, Noam. No me hagas gritar.

     —Brid, por favor...

     —¡Déjame pasar! —Me ordenó con furia.

     Buscando evitar que la situación se saliera aún más de control, me aparté de la puerta y la dejé que se fuera. Todo había salido mal. Me tumbé boca abajo en la cama, queriendo gritar como forma de desahogo. Me sentía abatido y decepcionado por haber defraudado a la persona más especial que había conocido en mi vida. 

Más de allá que de acá ©Where stories live. Discover now