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Brid


El dolor más significativo, tras recibir la noticia de la muerte de Noam, se reflejaba en sus padres, quienes habían perdido al único hijo que les quedaba. Sin embargo, todos los presentes compartíamos este terrible sufrimiento a nuestra manera: Ángela lloraba la pérdida de su mejor amigo, mi papá lamentaba la pérdida de un chico al que le tomó cariño en poco tiempo y yo... sufría, con las emociones a flor de piel, la pérdida de la persona más especial que había conocido hasta ahora. Todo era tan doloroso que parecía irreal.

     Pasó media hora y el papá de Noam, cuando recuperó un tanto la estabilidad, comenzó a realizar algunas llamadas para preparar el velatorio de Noam, que, al parecer, tendría lugar en su propia casa. Asimismo, se puso contactó a sus familiares lejanos para comunicarles la triste noticia. Por lo que escuché, harían el esfuerzo por venir, a pesar de encontrarse en el otro extremo del país.

     Mi papá y yo volvimos a casa y nos preparamos para el velatorio. Al subir a mi habitación, me tiré de espaldas a la cama, y me dio la sensación de que caía en un abismo infinito. Todo esto me parecía tan injusto e irónico. Es decir, la muerta debía ser yo. Mi historia con Noam no debió terminar con su muerte, sino con la mía. ¿Qué sentido tenía que los papeles se hubieran dado vuelta de esta manera? No lo entendía...

     Entré al baño, me metí a la ducha y, mientras el agua caía en mi cuerpo, quise llorar, así como lo había hecho hace tres días, pero, al igual que en muchas otras ocasiones, no fui capaz. En todo caso, a menudo, el llanto no era la única forma de expresar un intenso dolor emocional. Hoy, cualquiera que mirase mi cara, se percataría de lo destrozada que estaba.

     Salí del baño, regresé a mi habitación y busqué ropa de color negro en mi armario. Cuando me cambié, me senté en mi cama y me quedé con la mirada perdida. Recordé la promesa que le había hecho a Noam hace unas horas. ¿En verdad sería capaz de cumplírsela? No estaba segura. Sin embargo, sabía que debía intentarlo por él. Me sentiría fatal si no cumplía con mi palabra.

     Mi papá interrumpió mis pensamientos al llamar a mi puerta para ofrecerme comida. Si bien no tenía ni un ápice de hambre, me levanté para abrirle.

     —Te preparé una hamburguesa casera —me dijo con un plato en la mano—. Sé que me dirás que no tienes hambre, pero, por favor, intenta comer algo. No quiero que te enfermes del estómago.

     En este punto, lo que menos me importaba era enfermarme...

     —Lo intentaré, papá —aseguré, aceptándole el plato.

     —Perfecto. Volveré con tu bebida enseguida.

     —Tráeme agua —le pedí al recordar que no había bebido agua desde ayer.

     Mi papá no se demoró en volver y me entregó un vaso de agua. Por añadidura, se sentó en mi cama, me abrazó contra su costado y me dijo:

     —Lo siento mucho, Brid. Sé que perdiste a una persona muy especial para ti. Desde mi experiencia, puedo entender lo que estás sintiendo.

     Estaba claro que, mi papá, al haber perdido a mi mamá, entendía mi dolor a la perfección.

     —Noam significó mucho para mí, papá. Muchísimo.

     —Yo sé que sí...

     —¿A qué hora nos iremos? —le pregunté, y le di el primer bocado a la hamburguesa, que también sería el último, ya que mi estómago rechazaba con firmeza la comida.

     —Solo deja que me cambie y nos vamos.



Antes de entrar al velatorio de Noam, dirigí mi mirada hacia el mítico banco donde tuve muchas pláticas con él a medianoche. Una melancolía infinita recorrió mis entrañas al recordar el día que lo conocí, cuando se acercó con curiosidad a preguntarme qué hacía ahí. No había palabras para explicar lo que sentía ahora mismo. Era una combinación de nostalgia, tristeza y dolor.

     Mi papá advirtió que no dejaba de ver al banco y me preguntó:

     —¿Qué estás mirando?

     —Nada, nada.

     Él miró el banco.

     —Ahí no hay nadie.

     —Lo sé, papá. Solo entremos y ya.

     La mamá de Noam nos recibió en la puerta y nos agradeció nuestra presencia. Había poca gente; solo algunos compañeros del trabajo del papá de Noam y unos cuantos vecinos. Al llegar a la sala, donde estaba el ataúd, me quedé viéndolo por un momento, sin lograr asimilar de todo que esto fuera real. De pronto, me asaltó el miedo. Ahora temía no poder seguir adelante y ser incapaz de cumplir mi palabra con Noam. Si antes de él no le encontraba sentido a mi vida, su muerte complicaba todavía más mi búsqueda.

     Y, así, se fue la noche. Durante un momento, me acerqué al ataúd de Noam para observarlo. Vestía un traje de color oscuro, como si su gusto por la ropa de esa tonalidad lo hubiera acompañado hasta el final. Sus brazos descansaban cruzados sobre el pecho. El hermoso brillo de su cara se había desvanecido. Una última lágrima rodó por mis mejillas. Volví a mi lugar mientras lo recordaba vivo; no quería que mi último recuerdo de él fuera su cuerpo sin vida.

     En las primeras horas de la mañana, fuimos temprano al cementerio para darle el último adiós a Noam. Estaba exhausta y apenas me mantenía de pie, pero saqué fuerzas de donde no las había para resistir, porque era lo mínimo que podía hace por él. Por cierto, al final, si pudieron llegar algunos familiares de los padres de Noam, lo que, al menos, haría que se sintieran más arropados en estos momentos difíciles.

     La ceremonia duró alrededor de una hora y media. Cuando finalizó, mi papá y yo regresamos a la casa. Mis piernas temblaban, pero, como pude, subí a mi habitación. Quería dormir una semana entera, o tal vez deseaba acompañar a Noam en su sueño eterno.

Más de allá que de acá ©Where stories live. Discover now