XXV

633 24 0
                                    


Brid


Noam nos dijo a mi papá y a mí que podíamos llegar a la cena navideña entre las siete u ocho de la noche. Mi papá le aseguró que llegaríamos puntuales. Yo, de igual manera, le di mi palabra, a pesar de que, en líneas generales, no me consideraba una persona puntual. Al único lugar que llegaba con puntualidad, en los últimos meses, era al centro del vecindario. Sin embargo, en este caso, haría un esfuerzo para no quedarle mal a mi papá. Y también a Noam, que se veía ilusionado por mi presencia en su casa esta noche.

     Por la tarde, cerca de las cuatro, mi papá me vino a buscar a mi habitación para hacerme una pregunta.

     —¿Tienes algo especial para usar esta noche? —me preguntó.

     —¿A qué te refieres? —le pregunté sin entender su pregunta.

     —Me refiero a la ropa, Brid. No te compré nada. Se me olvidó preguntarte.

     En los últimos años, mi papá me preguntaba si quería comprar ropa nueva para estrenarla en Nochebuena. Yo siempre le decía que no, pero él volvía a insistir el siguiente diciembre. Quizá este año, al ver que teníamos que ir a una cena navideña, le habría dicho que sí si me hubiera preguntado antes.

     —No pasa nada, papá. Me pondré algo normal.

     —¿Segura? —No se veía convencido.

     —Sí, segura.

     —¿Segurísima? —insistió.

     —Segurísima, papá.

     —Bien. Te creo.

     —¿Y tú qué te pondrás? —le pregunté. Mi papá, a veces, se preocupaba tanto por mí que se olvidaba de él mismo.

     —Me pondré algo medio formal —me respondió, pensándolo—. Estamos de visita y no quiero dar una mala impresión.

     Mi papá tenía razón. Quiero decir, debía escoger algunas de mis mejores prendas para esta noche. Pero ¿por qué lo haría? ¿Solo para darle una buena impresión a Noam y a sus padres? Parece que sí. Bueno, no. No debería. En primer lugar, ante todo, necesitaba hacerlo por mí misma, pasando por alto que recuperar mi amor propio era un objetivo casi imposible para mí.

     Cuando me quedé sola en mi habitación, luego de que mi papá se retirara, me acosté en mi cama, mirando al techo. Me puse a pensar en Noam y en todos los tratos que me había brindado últimamente. ¿Era común que alguien fuera tan bueno con otra persona, o había algo detrás de sus acciones?

     Estos pensamientos me hacían sospechar que Noam tenía una noción, por decirlo así, de mis deseos suicidas. Aún no descartaba que él hubiera encontrado la hoja con mi texto suicida. Y, en el momento actual, esa sería una explicación plausible a su buen comportamiento. O, a lo mejor, solo eran ideas paranoicas de mi parte.

     Ahora bien, si lo que estaba pensando era cierto, me decepcionaría bastante. Porque querría decir que todos los gestos amables de Noam hacia mí habían sido por lástima. Tan solo el hecho de pensar en esa posibilidad me dolía sobremanera.

     Por ahora, tener a Noam en mi vida me hacía bien, pero no era suficiente para cambiar mi perspectiva de la misma. Por mucho que mi ánimo había mejorado estos últimos días, todavía pensaba que estar muerta sería preferible a estar viva. Punto.

     La noche comenzaba a caer y la hora de irse a la casa de Noam estaba cada vez más cerca.



—¿Cómo conoces donde vive Noam? —me preguntó mi papá cuando estábamos de camino.

     —Yo conozco este vecindario, papá —le respondí, mintiéndole en parte—. Él solo me dijo por dónde vivía y el color de la casa.

     —Bueno, eso sí.

     —Me extraña que dudes de mí. —Lo miré, fingiendo decepción.

     —No, para nada. —Él hizo un gesto de negación rápido—. No me hagas caso.

     —Bueno —dije, y miré que ya no faltaba nada para llegar—. Es ahí, papá. Ya llegamos.

     Nos acercamos a la puerta y me encargué de tocar el timbre. Noam nos atendió en un instante. Era como si nos hubiera estado esperando del otro lado de la puerta todo este rato.

     —Hola, ¡qué bueno que están aquí! —nos saludó Noam con amabilidad—. Pasen con confianza.

     El atuendo de Noam era elegante, más de lo que podría haber imaginado. Vestía un saco de color rojo, que combinaba a la perfección con unos pantalones mismo tono. Para completar el conjunto, llevaba una camisa blanca debajo. Me resultaba extraño verlo con una vestimenta colorida, sabiendo que él solía usar ropa oscura. Aun así, tengo que admitir que se veía guapo.

     Cuando nos adentramos a la casa, lo primero que me llamó la atención fue el espíritu navideño que imperaba en cada uno de los rincones. Aquí sí se vivía la magia de la navidad en toda su plenitud. Era notable la diferencia en comparación a mi casa, donde apenas había decoraciones navideñas.

     A continuación, los padres de Noam nos saludaron con la misma amabilidad que su hijo había tenido momentos antes. A simple vista, me transmitían vibras positivas. En pocas palabras, se veían buenas personas.

     Debo resaltar que, aun cuando todo me parecía bonito, no terminaba de sentirme cómoda. En principio, solo me encontraba aquí porque no quería que mi papá pasara una Nochebuena sosa. Hice este sacrificio para que él tuviera una bonita cena navideña. Mi conformidad, al final de la noche, dependía de ello.

     Antes de ir a sentarnos a la mesa, Noam me pidió que lo acompañara al árbol navideño. Quería mostrarme algo.

     —¿Qué quieres mostrarme? —le pregunte curiosa.

     —Mira esto. —Tomó un Papá Noel de juguete que tenía debajo del árbol, apretó un botón y el juguete comenzó a bailar de una manera graciosa.

     He de decir que me hicieron gracia los movimientos del juguete. No pude evitar soltar una carcajada, que no fue para nada fingida.

     —Es muy gracioso, no te lo niego —admití, y continué con mi risa.

     —Qué bonito es verte sonreír así.

     —¿Así cómo?

     —De forma genuina.

     —En todo este tiempo desde que nos conocemos, ¿mis risas te han parecido falsas, Noam? —le pregunté, frunciendo el ceño.

     —No, no quise decir eso —me dijo, apenado. Y, luego, me pidió que nos dirigiéramos a la mesa—. Mejor vamos a comer. 

Más de allá que de acá ©Where stories live. Discover now