XLVIII

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Llegamos al hospital en más o menos un cuarto de hora. Por general, desde casa, solo nos tomaba unos diez minutos, pero el tráfico estaba terrible esta noche. Una vez dentro del hospital, buscamos a los padres de Noam en el primer piso, cerca de la saga de emergencias, y los localizamos sentados en el área de espera.

     A lo lejos, sus rostros desconsolados eran visibles. Y no era para menos; la peor pesadilla para un padre era que su hijo estuviera en una situación de vida o muerte. De nueva cuenta, sentí la misma sensación miedo y nerviosismo que experimenté en la casa hace un rato. Las pastillas que me tomé antes de venir no surtieron el efecto deseado. Me encontraba al borde de un ataque de pánico, pero me vi forzada a luchar contra esas sensaciones y ahuyentarlas.

     Nos acercamos a los padres de Noam con la fe de que nos dieran buenas noticias.

     —No saben cuánto lamento lo que acaba de pasar —les dijo mi papá, brindándoles todo su apoyo. A pesar de que intentaba disimularlo, se notaba que los nervios y la ansiedad también le afectaban—. ¿Cuál es la situación de Noam? ¿Ya les avisaron algo?

     —Aún nada —le respondió la mamá de Noam mientras se restregaba la nariz con un pañuelo—. Solo nos dijeron que estaba en una situación delicada. Se hizo una contusión grave en la cabeza y tiene muchos huesos rotos.

     El nudo en mi garganta, que había tenido desde que miré las noticias, se hizo todavía más grande cuando escuché a la mamá de Noam.

     —Se pondrá bien —dije yo, esperanzada. A lo largo de mi vida, mi relación con la esperanza había sido deficiente, por no decir pésima, pero, en este momento, quería creer, desde lo más profundo de mi corazón, que Noam saldría de esta.

     —Noam es un chico fuerte —agregó mi papá—. Luchará por su vida y ganará. No tengo duda de eso.

     —Ya perdimos a Ivette, nuestra primera hija —dijo el papá de Noam, tratando de reprimir sus lágrimas—. No queremos revivir ese dolor y perder a Noam también.

     Recordé cuando Noam me habló de su hermana. Ese día que volvíamos de pescar, pude darme cuenta de lo mucho que le dolía hablar sobre ella. Ahora veía, de manera clara, que sus padres compartían el mismo sentimiento de dolor a causa de esa perdida. No podía siquiera imaginar el sufrimiento que había vivido con la muerte de Ivette, y solo pensar que Noam podría correr un destino igual... los destrozaba aún más.

     La noche se haría larga. Mi papá se ofreció para ir por unos cafés a la cafetería del hospital. Yo no quería nada tomar nada, y suponía que los padres de Noam tampoco, pero no quise matar las buenas intenciones de mi papá.

     Al cabo de unos minutos, un doctor, que se veía extenuado, se acercó a nosotros. Mi corazón se aceleró a mil por hora. Pero, aun con todo el nerviosismo que sentía, mis esperanzas de recibir buenas noticias se mantenían latentes.

     —¿Ustedes son los familiares Noam? —preguntó el doctor, mirándonos por encima de sus lentes.

     —Sí, somos nosotros—respondieron los padres de Noam casi al unisonó, poniéndose de pie.

     Al igual que ellos, me puse de pie.

     —¿Cómo está nuestro hijo? —preguntó el papá de Noam, más que desesperado por conocer el estado de Noam.

     —Su hijo continúa en una situación delicada —respondió el doctor con total sinceridad—. Tuvimos que operar algunos de sus huesos rotos, y en esa parte todo va bien. Sin embargo, lo que más nos preocupa es que tiene una contusión cerebral. Noam cometió una gran irresponsabilidad al no llevar casco mientras manejaba. De hecho, me impresiona que siga vivo. Pudo haber muerto en el acto.

Me llevé las manos al rostro al escuchar lo último que dijo el doctor. En todas las veces que me subí a la moto con Noam, él dejó en claro su poco interés en usar el casco. ¿Por qué no lo obligué a cambiar ese comportamiento irresponsable? No fui consciente de que, el hecho de que a mí no me importara mi propia vida, no significaba que no importaban las de los demás.

—Por favor, díganos que se pondrá bien —le dijo la mamá de Noam al doctor, rogando por una respuesta positiva.

—La contusión cerebral es moderada —le respondió el doctor, apretando los labios—. Noam estará en observación y veremos cómo evoluciona.

     Luego de que el doctor volviera a sus labores, quedamos los padres de Noam y yo en un estado agobiante. Mis temblores helados empezaron a retornar. Me senté, me puse la capucha de mi abrigo y me soplé las manos para calentármelas. Pero no dio resultado. Mi frío no era provocado por el clima, sino por la angustia que sentía.

     Asimismo, no dejaba de sentirme culpable por el último desacuerdo que tuve con Noam, por comportarme como una niña malhumorada cuando él solo quería mi bien, por haberlo hecho irse de la casa esta noche...

     Mi papá llegó con los cafés y, por más que no tenía ganas de beber nada, creí que tomar uno me ayudaría a elevar mi temperatura corporal, al menos un poco.

     —Aquí tienen —dijo mi papá, entregando los cafés a los padres de Noam y a mí. Tomé un sorbo rápido del mío, y el calor me reconfortó como agua en el desierto—. ¿Han venido a dar noticias de Noam?

     Los padres de Noam no respondieron a la pregunta; estaban muy consternados para dar explicaciones. Entonces, para no dejar a mi papá con la duda, me tocó responderle a mí.

     —El doctor no quiso darnos muchas esperanzas, papá. Noam sigue en una situación delicada.

     Mi papá se percató de que mis labios temblaban al hablar. Se sentó a mi lado y me abrazó, dándome su calor. Él sabía que, cuando temblaba, era porque estaba muerta de miedo; algo característico en mí desde que era una niña. No obstante, en esta ocasión, no tenía temor de un monstruo o un fantasma, sino de perder a Noam, la persona que le había dado sentido a mi vida en las últimas semanas.

     —Todo estará bien —me dijo papá, tratando de calmarme. Pero, aunque quería mantener mis esperanzas, me costaba creer en sus palabras.

Más de allá que de acá ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora