XXXVIII

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Noam


Para empezar, la llegada inesperada del papá de Brid, mientras hablaba con ella, me tomó por sorpresa. No tenía previsto que volviera tan temprano de su trabajo. Y, en segundo, no me esperé que me pidiera echarles una mano, tanto a él como a Brid, en el plan que tenían de pintar la casa el fin de semana. Sin pensarlo dos veces, acepté la propuesta. De hecho, habría aceptado cualquier cosa con tal de estar cerca de Brid. Me sentía suertudo, en vista de las circunstancias, ya que, entre sábado y domingo, tendría muchas oportunidades de acercarme a ella e intentar hablar.

     Regresé a mi casa mejor de lo que había salido. No volví con las manos vacías, como se decía el dicho popular. Al momento de entrar, me pasó otra cosa inesperada: mi mamá me dijo que Ángela me estaba esperando en la sala de estar. Había planeado ir a visitarla hoy o mañana, pero ella se adelantó viniendo aquí. Era imposible no quererla.

     —Ángela, hola —la saludé, dándole un abrazo fraternal—. ¿Llevas mucho tiempo esperándome?

     —No mucho, en realidad —me respondió—. Llegué hace unos diez minutos.

     —Diez minutos son mucho.

     —Para ti, que eres impaciente, sí.

     —Bueno, eso sí —admití, y me senté en el sofá junto a ella.

     —¿Hay necesidad de que te diga por qué estoy aquí? —me preguntó ella, cruzándose de brazos.

     —En serio, lo siento, Ángela. Se me olvida hablarte. O tal vez no quiero molestarte con mis problemas.

     —Noam, soy tu amiga y estoy aquí para apoyarte. Cuéntame cómo ha ido todo.

     Le relaté todo lo que había pasado, incluyendo lo acontecido hace un rato en la casa de Brid. Me costó narrarle el momento en el que Brid me pidió que la olvidara, y ella lo notó por el tono de mi voz.

     —Han pasado muchas cosas... —dijo Ángela—. No creo que te debas tomar tan en serio las palabras de Brid. Ella las dijo porque estaba enojada.

     —Yo sé que sí —asentí—. Confío en que solo está molesta, y no la culpo por estarlo.

     —Tendrás que crearte el momento perfecto este fin de semana.

     «Crear el momento perfecto». Esa era la frase correcta.

     —Oye, una pregunta —le dije—. ¿Crees que piensa tanto en mí como yo en ella?

     —No podemos meternos en su mente, Noam. Pero, si le interesas tanto como tú a ella, es probable que tampoco salgas de sus pensamientos.

     —Es que no lo sé... Ella no me lo diría nunca —expliqué, recordando mis momentos cercanos con Brid. No podía encontrar algún indicio claro de su interés amoroso por mí. O, en todo caso, solo era el típico idiota que no captaba las indirectas—. En algunas situaciones, a lo mucho, noté un pequeño rubor en su rostro.

     —¿Crees que ruborizarse signifique algo? Hay personas que se ponen rojas por nada, como yo. —Ángela se rio y sus mejillas se encendieron.

     —A ella le cuesta ruborizarse.

     —¿Y si solo la tomaste desprevenida?

     —¿Podrías darme una esperanza, aunque sea mentira? —le pregunté en tono de reclamo, pero, a la vez, bromeando.

     Ángela se volvió a reír.

     —La verdad, solo ella te puede confirmar si siente lo mismo, Noam.

     —Pero dime, por lo menos, que esperas que sí sienta lo mismo.

     —Por supuesto que lo espero —aseguró ella—. Eres mi mejor amigo y quiero que se te cumplan las cosas que te hagan feliz.

     —Gracias, Ángela. —Le agradecí y me puse de pie—. ¿Quieres que te vaya a dejar a tu casa?

     —¿En tu moto? Me da miedo. Aceleras demasiado.

     —¿Miedo? Pero si las veces que te has subido conmigo no he acelerado tanto.

     —Era broma —me dijo ella, haciendo un gesto tranquilizador—. Venga, vamos.

     Sin demora, salí de la casa, me subí a la moto y la encendí. Acto seguido, como de costumbre, Angela me siguió sin ningún tipo de apuro. Le ofrecí mi casco, pero se negó a ponérselo. Ella sabía que a mí no me gustaba que mis pasajeros fueran sin casco y, de todos modos, esta vez insistió en no llevarlo.

     —No me lo pondré —alegó Ángela—. Siento que me ahogo con esa cosa. Además, no haremos un viaje largo. Mi casa está cerca. No te preocupes.

     Me dejé convencer por Ángela porque entendía lo del casco. A mí también me incomodaba ponérmelo. Sin embargo, no me quedé conforme del todo. Su decisión no me parecía la más sabia. En buena media, la culpa la tenía yo, pues no predicaba con el ejemplo. Quiero decir, solo usaba el casco en casos especiales o de emergencia (en particular, cuando manejaba en carreteras transitadas o al mirar policías cerca). No puedo negar que era un poco idiota en ese aspecto.

     Mientras manejaba hacia la casa de Ángela, me sumí en mis pensamientos sobre Brid. ¿Por qué me costaba dejar de pensar en ella, aunque solo fuera por una hora? Buscar «el momento perfecto», como dijo Ángela, sería la clave. Lo único que me quedaba era esperar el fin de semana y hacer justo eso.

     —¡Noaaaaam! —Sentí un golpe de Ángela en la espalda. Me pasé de su casa y estaba próximo a chocar con un árbol—. ¡Noaaaam, frenaaaa!

     Reaccioné a tiempo, frenando con brusquedad. Si no lo hubiera hecho así, nos habríamos estrellado. ¿Qué me pasaba, maldita sea? Los nervios me invadieron y, en el acto, me pusieron helado. Estuve al borde de llevarme la vida de Ángela conmigo. Di la vuelta, me parqueé en frente de su casa y le dije que podía bajarse.

     —Lo siento mucho, Ángela. No sé en qué venía pensando.

     Ángela se bajó como pudo. El susto no abandonaba su cara.

     —Noam, venías pensando en Brid, ¿verdad?

     —No...

     —Dime la verdad.

     —Bueno, sí. —admití.

     —De veras, necesitas despejar tu mente por tu bien. —Me puso su mano en el hombro—. Sé que esto está siendo difícil para ti, pero tienes que centrarte cuando estás manejando la moto, si no quieres ir a estrellarte en cualquier instante.

     —Sí, tienes razón. No tengo excusas. Trataré de que esto no me vuelva a pasar.

     Le di las gracias a Ángela por su apoyo. Y, para demostrarle que no mentía, me regresé a mi casa manejando con la mayor precaución posible. 

Más de allá que de acá ©Where stories live. Discover now