XVII

672 25 2
                                    


Brid


Mi primer plan de suicidio no salió bien y ahora tendría que pensar en otro. ¿O no...? Quiero decir, mi perspectiva acerca de quitarme la vida no había cambiado, pero no quería considerar nada sin tener la valentía de poner en práctica cualquier idea. No me quedaba otra cosa por hacer más que esperar a que el bendito valor apareciera en los siguientes días. Ojalá no tardara mucho. Lo estaría esperando como el zorro esperaba al principito.

     Hoy me dio por no querer estar en mi habitación. Me fui a la sala, me senté en uno de los sofás y le di vueltas a mis pensamientos. Una parte de mí, la esperanzadora, me decía que no debía seguir pensando en el suicidio. No obstante, en mi estado actual, no era usual que el positivismo tuviera cabida en mi mente. Todo atisbo de esperanza, hace mucho tiempo, había muerto para mí, así que era raro el solo hecho de pensar en ella.

     Contrario a lo que hubiera esperado para este día, sentí la necesidad de salir a caminar de nuevo. Una cosa, cuanto menos, extraña, más que todo porque era la segunda vez en una misma semana. El invierno permanecía en su apogeo, pero no vi necesario abrigarme. Yo me consideraba bastante tolerante con el frío, salvo en casos extremos.

     A la mitad de mi caminata, recordé por qué odiaba salir a caminar durante el día: me topaba con mucha gente por la calle, algo que, desde luego, no era de mi agrado. Si bien evitaba mirar a las personas, sentía cuando ellas me miraban a mí. Y esto me producía incomodidad en su máxima expresión.

     A la larga, me encontré aburrida en poco tiempo y tomé el camino de regreso a mi casa. Lo cierto es que salir a caminar no me aportó nada; al contrario, como era de anticipar, me produjo más fatiga. Me arrepentí de haber salido. Fue una idea estúpida. Lo único que quería, ahora mismo, era llegar a mi habitación, acostarme y escuchar música hasta quedarme dormida. A estas alturas, queda claro que, dejando del lado ir al centro del vecindario a medianoche, mi actividad favorita era dormir.

     A lo lejos, antes de llegar a mi casa, miré a un niño rondando por allí. ¿Qué quería?

     —¿Qué se ofrece, niño? —le pregunté cuando me acerqué.

     —Quiero mi pelota. —Señaló una pelota que estaba enfrente de mi casa, donde había césped.

     —¿Y por qué no has ido a buscarla?

     —Mi papá me ha dicho que no está bien invadir propiedad privada.

     —Te doy permiso de ir a buscarla —le dije—. No pasa nada.

     El niño fue a traer la pelota a toda prisa y volvió conmigo.

     —Muchas gracias, muchacha.

     —No hay de qué.

     —No estés triste —me dijo antes de irse.

     —¿Por qué dices eso...? —Le quise preguntar, pero ya se había alejado demasiado.

     Seguramente, lo dijo por mi apariencia, pensé. Fue triste pensar que hasta un niño podía darse cuenta de mi depresión.

     Entré a la casa, sintiendo mucha sed, y fui a la cocina a servirme un vaso de agua. Por cierto, era increíble la poca cantidad de agua que bebía cada día. Había dos motivos principales para esto: o bien no sentía sed o me daba pereza bajar a buscar el botellón. Y luego me preguntaba por qué tenía la piel deshidratada, la boca seca, fatiga y otras consecuencias de no estar hidratada.

     Cuando terminé de tomar agua, mi celular sonó, avisando que tenía un nuevo mensaje. Era de Noam.

     Noam: Te espero hoy a la medianoche.

     Miré el mensaje, dibujé una pequeña sonrisa y me pregunté: «¿Por qué insiste tanto con que nos veamos?». No que es que me molestara, de hecho, me parecía lindo, pero que una persona mostrara tal interés en mi compañía era nuevo para mí.

     En principio, no le iba a responder nada, pero, poco después, pensé que estaría bien confirmarle que sí iría.

     Yo: Ahí estaré.

     Lo que me generaba confusión de todo esto era que no iría al centro del vecindario para pensar en mis crisis existenciales, sino que, por primera vez en mucho tiempo, estaba siendo impulsada por otra persona —que no fuera mi papá— a hacer algo. Y no sabía cómo sentirme al respecto.

     Tratando de darme un respiro de mis pensamientos, me acosté en mi cama, me puse mis audífonos y subí el volumen al máximo. Sin embargo, nada evitó que siguiera pensando en mi decisión de ir a ver a Noam. Yo solía darles mil vueltas a mis decisiones. En última instancia, luego de unos escuchar varias canciones, llegué a la conclusión de que era absurdo martirizarme de esta forma.

     Estando aquí, acostada en mi cama, viendo al techo, me percaté de lo mucho que me dolía cada músculo de mi cuerpo. Por lo general, era normal que me sintiera así a lo largo del día, pero el esfuerzo innecesario de salir a caminar lo empeoró todo. Ahora, si quería ir al centro del vecindario en la noche, debía dormir el resto de la tarde. Y eso era lo que iba a ser.

     Al cabo de unos cinco minutos, logré dormirme, pero, incluso antes de hacerlo, mi mente seguía con la cuestión de Noam.

Más de allá que de acá ©Where stories live. Discover now