XXIII

625 23 0
                                    


Brid


Noam, con la mejor de las intenciones, me invitó a la cena navideña que se haría en su casa. Sin embargo, con lo poco que me conocía, el mismo sabía que no me gustaban ese tipo de celebraciones. Eso sí, no podía decir que había sido así toda mi vida, ya que, en mi niñez y en la primera etapa de la adolescencia, me continuaba emocionando por estas fechas. Pero, en algún momento, todo se derrumbó. Para mí, era deprimente rememorarme en aquellos tiempos y pensar en el declive que había tenido ahora.

     Por regla general, siendo fiel a mi forma de ser, le hice creer a Noam que mi decisión era inquebrantable y que no iría, pero, en el fondo, debido a que él me había invitado, podría considerar el hecho de pensarlo, aunque sea. No obstante, no le quise dar esperanzas porque lo más probable era que mi negativa no cambiara.

     La tarde se me pasó en un abrir y cerra de ojos y mi mente se mantuvo ensimismada en la invitación de Noam. Para variar, mi papá llegó más temprano de la hora habitual. Hoy estaba de buen humor, pero su queja recurrente acerca de llegar con demora a su trabajo persistía. De modo que, para que se olvidara de eso, le recordé que mañana era Nochebuena.

     —¿Olvidaste que mañana es Nochebuena, papá?

     —¡Es cierto! —me respondió, tomándose la cabeza con ambas manos—. Lo pasé por alto. ¿Qué quieres que hagamos?

     —¿Qué quieres hacer tú?

     —Pues lo normal, quedarnos en casa y cenar. ¿O quieres hacer algo diferente?

     Mi papá no era bueno cocinando, y se decantaba por comprar nuestra cena navideña en un restaurante que, para estas fechas, se especializaba en prepararlas. Supuse que este año no sería la excepción.

     —No, a mí me parece perfecto, papá.

     —Ah, qué bueno. Por un momento, pensé que querrías hacer algo diferente.

     No sé por qué, pero sentí el impulso de contarle a mi papá sobre Noam. Nunca antes se lo había mencionado y creí que tenía derecho a saber que, aparte de él, había alguien más en mi vida con quien me relacionaba.

     —Oye, papá, ¿no te conté que hice un nuevo amigo?

     —¿Un nuevo amigo? —me respondió, frunciendo el ceño sin creerlo—. No, no me habías dicho nada.

     —Lo conocí hace poco —proseguí—, se llama Noam.

     —¿Y cómo lo conociste? —me preguntó con curiosidad. Era una sorpresa para él que le dijera algo como esto.

     Por supuesto, no le iba a confesar que lo conocí a medianoche en el centro del vecindario, por lo que me tendría que inventar otra cosa. Yo no me consideraba una experta inventando mentiras, pero tampoco era tan mala. Por ejemplo, cuando le mentía a mi papá sobre cómo me sentía, lo hacía con éxito.

     —Lo conocí por las redes sociales —le respondí por fin.

     —¿Ya las volviste a usar? Recuerdo que me dijiste que no las usabas más.

     Mi papá, con diecinueve años de diferencia en relación a mí, tenía una memoria superior a la mía. Me impresionaba que recordara dichos detalles de nuestras pláticas, incluyendo las cosas más simples que le había dicho hace mucho tiempo.

     —Sí, sé lo que dije, pero me animé a usarlas de nuevo.

     —Bueno, la verdad me alegra que hayas conocido a alguien nuevo —me dijo, como si me estuviera felicitando—. ¿Y lo conoces en persona o nunca lo has visto?

     Si supiera que hasta me ayudó a abrir la puerta de su habitación...

     —Solo nos hemos visto una vez, en la cafetería que está cerca del centro del vecindario —mentí. La cafetería fue lo primero que se me vino a la cabeza—. Sí sabes cuál es, ¿no?

     —Sabes qué siempre existe un riesgo cuando conoces a una persona por internet, ¿verdad? —me dijo, poniéndose serio—. No quiero tratarte como una niña porque eres prácticamente adulta. Pero, si tú me dices que Noam no parece tener malas intenciones, puede que me quede un poco más tranquilo.

     —Noam me ha demostrado que no es mala persona, papá. Créeme que sí.

     —Eso era justo lo que quería escuchar. Tú sabes que yo confío en lo que me dices.

     Esta noche no iría al centro del vecindario. No podía desvelarme mucho porque a mi papá le gustaba levantarse temprano para ir a comprar la comida de la cena navideña, y siempre me pedía que lo acompañara.


Por la mañana, me tocó levantarme temprano, pero, de manera inesperada, me levanté sin complicaciones, y me fui sin problemas a comprar la comida con mi papá. Al llegar al lugar y realizar nuestra orden, nos encontramos con una desafortunada noticia: la encargada del restaurante nos informó que ya no había órdenes disponibles, puesto que todas habían sido encargadas.

     Esta noticia fue terrible para mi papá, al grado de que noté decepción en su rostro. Él era aficionado a la comida de este lugar y nunca le pareció la idea de comprar en otro.

     —¿Y ahora qué hacemos? —me preguntó con tono preocupado.

     —No te preocupes, papá. Haremos algo sencillo, sin más.

     —No me parece justo para ti, Brid. Yo quería que tuviéramos una cena navideña agradable. De hecho, iba a decorar la mesa de otra manera.

     Me entristeció ver a mi papá así y pensé, de veras, en considerar la invitación de Noam.

     —No pasa nada —le dije para bajarle la preocupación—. Ya sé qué haremos. De momento, solo regresemos a la casa.

     Saqué mi celular y le mandé el siguiente mensaje a Noam:

     Ven a mi casa en un rato. Necesito hablar contigo. 

Más de allá que de acá ©Where stories live. Discover now