XLIX

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Brid


Como era de esperar, nos resultó imposible conciliar el sueño en toda la noche. Por la mañana, Ángela, la mejor amiga de Noam, se unió a nosotros con lágrimas en los ojos, en total conmoción por la situación. Nos explicó que no había podido venir antes porque estaba de viaje con su familia. Los padres de Noam, por su parte, se mantenían en las mismas condiciones de ayer: angustiados y ansiosos por recibir nuevas noticias sobre su hijo. Mi papá, entretanto, llamó a su trabajo y avisó que no asistiría debido a esta emergencia. Además, mostrando un gesto igual al de anoche, se ofreció a ir a comprarnos el desayuno a la cafetería.

     Le pedí que me dejara acompañarlo, pensando que me vendría bien ponerme de pie y estirarme. Todos los músculos de mi cuerpo estaban tensos. Estar sentada tantas horas me pasó factura. 

     Cuando entramos a la cafetería, una sensación extraña me abrumó al contemplar el ambiente. Algunas mesas estaban ocupadas por personas con la mirada perdida, mientras que, en otras, había pacientes y personal del hospital hablando con normalidad. En unas cuantas, había gente llorando. Mi foco de atención recayó en estas últimas. Me pregunté qué estarían atravesando, a qué familiar habían perdido... Me distraje tanto viendo a una señora que lloraba que olvidé que mi papá estaba a mi lado.

     —¿Brid? —me dijo mi papá, sacándome de mi trance.

     —Sí, dime.

     —Si sientes que te pueden afectar ciertas cosas, mejor no las mires —me aconsejó, dándose cuenta de que miraba demasiado a las personas que lloraban.

     —Estoy bien, papá —aseguré, mintiendo. En realidad, no estaría bien hasta que el doctor dijera que Noam estaba fuera de peligro.

     —¿Qué te parecen estos panes con chispas de chocolate? —me preguntó mi papá, señalándolos en la vitrina. Se veían deliciosos, sí, pero, dadas las circunstancias, mi apetito brillaba por su ausencia. Aun así, le dije a mi papá que los comprara para que no se preocupara por mí.

     —Claro, me encantarían. Llévales unos a los padres de Noam también.

     —Sí, eso haré.

     Mi papá pagó los cafés y los panes y aguardamos unos momentos hasta que los sirvieron. A continuación, nos dirigimos de vuelta al área de espera. Desde la distancia, miramos que una enfermera estaba hablando con los padres de Noam. Nos apresuramos para acercarnos y tratar de escuchar lo que les decía, pero, justo cuando llegamos, se fue.

     —¿Qué dijo la enfermera? —les preguntó mi papá a los padres de Noam, entregándoles los cafés y los panes.

     —Más de lo mismo —respondió el papá de Noam con aflicción—. Mi hijo sigue en la misma situación de ayer. Tenemos que seguir esperando.

     —¡Esta espera me está matando! —dijo la señora, alzando un poco la voz y derramando una lágrima.

     El papá de Noam le dio un abrazo a su esposa para calmarla. Luego, nos miró a mi papá y a mí y nos dijo:

     —Deberían irse a sus casas para comer y descansar de manera adecuada. No se preocupen por nosotros, estaremos bien. Les agradecemos mucho que hayan estado aquí toda la noche. Su compañía y apoyo han sido como los de una familia cercana.

     —Muchas gracias por estar con nosotros en estos momentos—agregó la mamá de Noam, limpiándose las lágrimas con la mano.

     Fue hasta este momento, cuando el papá de Noam lo mencionó, que caí en cuenta de que ninguno de sus familiares estaba aquí para apoyarlos. Me pareció insólito y me dejó con la incertidumbre de si tenían más familia o no. En otro contexto, puede que me hubiera atrevido a hacerles la pregunta.

     —Iremos a la casa, pero volveremos —aseguró mi papá, mirando a los padres de Noam—. No queremos dejarlos solos en esto.

     —Se los agradecemos mucho —dijo el papá de Noam, recalcando su gratitud.

     —Volveremos —les aseguré yo antes de irme con mi papá.

     Tomamos un taxi y llegamos a la casa en menos de diez minutos. No había tráfico en absoluto a esta hora de la mañana. Ojalá hubiera estado así de despejado anoche, cuando nos urgía llegar al hospital... En fin, tomé una ducha caliente, que se alargó más de lo normal. Yo no acostumbraba a quedarme tanto rato en el baño, pero, al tiempo que me bañaba, me puse a pensar en la desalentadora condición de Noam. Y, sin poder contenerlo, rompí en llanto desconsoladamente. Mis lágrimas, que a veces se negaban a salir, se mezclaron con el agua que resbalaba por mi cuerpo.

     Salí de la ducha y me miré en el espejo: mis ojos estaban rojísimos. Nunca me había visto así. Es decir, en todas las veces que había llorado con la misma intensidad, no me detuve a mirarme en el espejo. En efecto, me vi impactada por mi aspecto. Sin embargo, esa era yo: una chica rota y cansada de la vida.

     Después de bañarme, le avisé a mi papá que trataría de descansar, aunque solo fuera por unos momentos. Lo curioso es que, pese a no haber dormido una gota anoche, no tenía ganas de dormir ahora mismo. Otros días, en los que dormía toda la noche, me levantaba muerta de sueño.

     Al final, me esforcé por conciliar el sueño y logré dormirme durante varias horas.



Transcurrieron tres días y continuamos con la misma rutina: dormir en el hospital, ir a casa durante el día para descansar y, luego, regresar. Noam continuaba inconsciente, en una situación delicada, pero, en la última comunicación con el doctor, nos informó que había habido mejorías, en la medida de lo cabe. Tanto los padres de Noam como Ángela, mi papá y yo, sentimos un refuerzo en nuestra fe de que la gravedad iría decreciendo cada vez más.

     Este día, al regresar a casa para descansar, me sorprendió lo fácil que me dormí. Si bien tenía una preocupación palpitante por Noam, el cansancio me venció por completo. Y, a decir verdad, me habría dormido toda la tarde si mi papá no me hubiera despertado una hora después.

     —¿Brid? ¿Estás despierta? —me preguntó, tocando la puerta con algo de desespero.

     Me levanté con pesadez de la cama y le abrí la puerta.

     —¿Qué pasa, papá? —le pregunté. Me restregué los ojos para mirarlo bien. Cuando lo miré a la cara, verifiqué que la desesperación no solo estaba en su voz, sino también en su expresión.

     —Es sobre Noam, Brid. Sus padres dicen que despertó y le urge hablar contigo.

     —¿Despertó? —Sentí una emoción inexplicable—. ¿Y quiere hablar conmigo? ¿Ya está fuera de peligro?

     —No me dieron muchos detalles —explicó—. Solo me dijeron eso.

     —¿Ya pediste el taxi?

     —Sí. No tarda en llegar.

     Me puse nerviosa y ansiosa, tanto que empecé a sentir los mismos temblores de hace tres días. Tuve que recurrir a unas cuantas pastillas tranquilizantes, aun cuando su efecto era casi nulo en mí. El taxi tocó su bocina enfrente y yo tomé mi abrigo antes de que se me olvidara. En todo el camino hacia el hospital, no dejé de pensar en cuál sería la razón por la que Noam tenía urgencia de hablar conmigo.

Más de allá que de acá ©Where stories live. Discover now