XXXI

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Brid


Pasé una tarde agradable, divertida e inolvidable con Noam. Fue la única vez, en el último año, que no extrañé estar encerrada en mi casa. En los últimos días, como es sabido, mi estado de ánimo había mejorado mucho, pero con esta salida, además de sentirme animada, sentí algo más profundo. Fui capaz de disfrutar de la experiencia y olvidarme por completo de mis problemas. Y no solo tuvo que ver el lugar, que, en verdad, era hermoso, sino también el valor de la compañía de Noam.

     En el trayecto de vuelta, Noam me dejó conectar mi celular al radio para que pusiera la música que me gustara. Saltaba a la vista que la mayoría de las canciones que me gustaban eran tristes, pero, con el fin de no deprimir el ambiente, me dispuse a poner algo más alegre.

     —¿Cuál es tu artista favorito? —me preguntó mientras sonaba «Diamonds», de Rihanna.

     —No tengo un artista favorito —le respondí, y no había mentira en mi respuesta. Lo cierto era que nunca había tenido una fascinación por un cantante en específico—. Pero puedo decirte que mis canciones favoritas son las tristes.

     —¿Y por qué no pones una de esas canciones?

     —Es que no quiero que terminemos nuestra salida con música triste. Siento que lo arruinaría o algo así.

     —El efecto de la música triste tiene que ver con el momento que estés pasando —me explicó, apartando su mirada del volante para verme por un momento—. La tarde que vivimos no la puede arruinar nada, mucho menos una canción.

     Me parecieron unas lindas palabras por parte de Noam. Sin embargo, me costaba relatar lo que era escuchar música deprimente en un contexto alegre.

     —Está bien, si tú lo dices —Comencé a buscar entre todas las canciones que tenía en mi celular. Pensé en poner una que hablara sobre el suicidio, pero no quise llegar a ese límite. Al final, me decidí por «Everybody hurts», de R.E.M, miré a Noam y agregué—: Espero que te guste.

     Noam no me habló mientras sonaba la canción. Se concentró para escuchar bien la letra.

     —Me encantó la profundidad de la letra —me dijo cuando la canción terminó—. Hasta me hizo reflexionar sobre muchas cosas.

     —Las letras tristes suelen ser las mejores, Noam. ¿Tú no escuchas música triste a menudo?

     Negó con la cabeza, sin despegar su mirada de la carretera.

     —Las únicas canciones tristes que escucho con gusto son las de Radiohead. Y solo porque es una banda especial para mí.

     Yo no era una megafan de Radiohead, pero sí me gustaban dos de sus canciones: «Fake plastic trees» y «True love waits».

     —¿Cuál es tu canción favorita de la banda? —le pregunté.

     —No hay duda de que mi favorita es «No surprises» —me respondió sin pensarlo nada—. Esa era la canción favorita de mi hermana, Ivette. De hecho, gracias a ella me gusta la banda.

     —¿Tienes una hermana? —Me extrañó que Noam no la hubiera mencionado antes—. No me habías hablado de ella.

     —Se me hace difícil mencionar a mi hermana... —me respondió con un tono entrecortado. Por la forma de hablar de Noam, pude intuir por dónde iría el asunto. Se aclaró la garganta y prosiguió—: Solo te puedo decir que, de un día para otro, se enfermó de gravedad, su corazón comenzó a fallar y falleció. Yo apenas tenía ocho años cuando pasó todo eso.

     —Lo siento por tu hermana, Noam...

     —Nunca suelo mencionar a mi hermana con nadie. Siéntete afortunada de haberme escuchado hablar sobre ella.

     —Entiendo cómo te sientes. A mí tampoco me gusta hablar de mi mamá.

     —Qué bueno que haya un entendimiento mutuo —me dijo, colocando su mano encima de la mía y apretándola para darme consuelo—. ¿A qué edad perdiste a tu mamá?

     —Ni siquiera la conocí. Murió en el momento de darme a luz.

     En circunstancias normales, habría empezado a llorar a mares, pero la presencia de Noam a mí lado me daba fortaleza. Era la primera vez, desde que supe la causa de muerte de mi mamá, que pude hablar de ella sin quebrarme.

     —Lo siento mucho, en serio. —Su mano permanecía dándome consuelo—. La vida es demasiado injusta a veces.

     —Creo que tú llevas mejor lo de tu hermana —le dije, admirando su fuerza emocional—. Yo no creo superar lo de mi mamá nunca.

     —No se trata de superar las cosas, Brid, se trata de aprender a vivir con ellas.

     Guardé silencio. Las palabras de Noam eran ciertas. Pero a mí me destruía vivir con tantas cargas emocionales. Y, por esa misma razón, la idea de quitarme la vida me empezó a seducir.

     El resto del camino, que no fueron más de cinco minutos, me mantuve en silencio. Quizá estaba apenada porque, al fin y al cabo, la tristeza se impuso en un día que había sido tan alegre y ameno. Al llegar a mi casa, Noam se bajó para abrirme la puerta y despedirse.

     —Siento mucho que nuestra salida haya terminado con un matiz triste. —Me disculpé, ya que todo comenzó conmigo poniendo música deprimente—. No fue mi intención arruinar la alegría que traíamos.

     —No arruinaste nada, Brid —aseguró con una sonrisa sincera—. Solo piensa que tu mamá y mi hermana estarían alegres por nosotros, y desearían que viviéramos más momentos como los de hoy.

     Antes de irse, Noam se despidió de mí con un beso en la frente. Mi corazón se aceleró y me puse nerviosa. No sabía qué decirle. Aquí, en este preciso instante, aprendí que no todos los besos inolvidables tenían que ver con juntar los labios.

Más de allá que de acá ©Where stories live. Discover now