XIX

656 24 0
                                    


Brid


Hoy me desperté un tanto mejor de lo habitual. Tener una leve mejoría en mi ánimo era como una sensación nueva para mí. El nivel de depresión al que estaba acostumbrada era tan alto que cualquier mejora, por mínima que fuera, se me hacía grande. Pero bueno, tampoco me iba a quejar. No era malo sentirme más animada, incluso si solo durara una mañana.

     Aprovechando la buena sensación, lo primero que hice al levantarme fue ducharme. Me tomé mi tiempo tanto para lavar como para peinar el cabello, pues era demasiado rebelde. Intentar hacerlo obediente era un sinsentido. Lograr un buen peinado se convertía en un reto complejo para mí, lo que me hacía odiar pensar en lavármelo siquiera.

     Luego terminar la larga batalla con mi cabello, me fui a desayunar. Tenía hambre, cosa que también era novedad. Pensé en prepararme un licuado, pero mi buen ánimo tampoco era para tanto. En compensación, opté por servirme un plato de cereal. De todos modos, comer por estar hambrienta y no por obligación era gratificante.

     Me senté en el desayunador y revisé mi celular por primera vez en toda la mañana. Cabe mencionar que yo no era de las personas que se levantaban y lo primero que hacían era revisar su celular. A decir verdad, nunca caí en una adicción por una red social. Es más, apenas las revisaba durante el día. En fin, miré que tenía un mensaje de Noam. Este chico iba en serio con lo de acercarse a mí y ser mi amigo. Y se me hacía irreal.

     Noam: ¿Qué tal amaneciste? Me encantó la plática que tuvimos ayer, por cierto. Tendremos más de esas, ¿no?

     Admiraba cómo a Noam no le costaba decir lo que sentía. O, en otras palabras, expresarse sin reprimir nada. Por mucho que a mí también me había encantado la plática de anoche, no era capaz de decírselo así. Siempre fui bastante cerrada y me guardaba casi todo. Encerrarme de esa manera hacía sentir segura, pero sabía que no era lo correcto.

     Yo: Amanecí bien, mejor que otros días, gracias por preguntar. Y sí, supongo que podremos seguir teniendo conversaciones como la de anoche.

     Noam: Me alegra mucho que me digas eso. ¿Vendrás esta noche también?

     Yo: No lo sé, la verdad.

     Era mentira; me moría por ir, pero quería dejarlo con la intriga.

     Noam: ¿Cómo que no lo sabes?

     Yo: Luego te aviso si voy o no.

     Cuando terminé de comer, me dirigí a la sala, me senté en uno de los sofás y puse música en la televisión. Esto se convirtió en una nueva de las novedades del día, porque hacía tiempo que no escuchaba música en un espacio distinto a mi habitación. Y, por si fuera poco, en lugar de limitarme a poner canciones tristes, también escuché algunas más alegres.

     Parece que, al menos por hoy, mis pensamientos suicidas no se harían presentes. De hecho, reconozco que, desde que me levanté, no pensé en otra cosa que no fuera la plática que tuve con Noam ayer. Y, más allá de estar encantada con dicha conversación, también me imaginaba las futuras que podríamos tener. Porque, en efecto, estaba dispuesta a seguir hablando con él.

     En verdad, nunca nadie me había caído tan bien como Noam. ¿Acaso me gustaba o algo así? No. Me negaba a aceptarlo. A mí jamás me había gustado alguien. Bueno sí, una vez, pero fue a la edad de quince años. Y creo que aquel chico me atraía porque, al igual que yo, era apático con el mundo. Sin embargo, Noam era diferente, o mejor dicho, lo contrario a mí. Él tenía la capacidad de interactuar inclusive con gente como yo, y eso lo hacía admirable, al menos desde mi perspectiva.

     En conclusión, no pasó gran cosa durante el resto del día, pero mantuve la estabilidad en mi ánimo. Ni siquiera me dieron ganas de dormir y aproveché para ver algunas películas que tenía pendientes. Fue una bonita tarde, no podía negarlo. Ahora solo quedaba esperar a que la noche siguiera la misma línea.



Anocheció más pronto de lo que hubiera querido y mi papá llegó del trabajo. Me alarmé al ver que traía una expresión de enojo combinada con decepción. Era inusual verlo así. Teniendo claro que había pasado algo —que lo había impactado de forma negativa—, no dudé en preguntarle al respecto.

     —¿Te pasó algo malo hoy? —le pregunté, un poco preocupada.

     —He llegado tarde al trabajo toda esta semana, Brid —me respondió, lamentándose—. Hay una construcción en plena carretera y eso provoca que los buses del transporte público se atasquen y se queden atrapados casi media hora. Desearía tener una moto para poder pasar más rápido.

     —Una moto se adelantaría fácil, ¿no?

     —Sí, por supuesto —aseguró él—. Las motos siempre encuentran un espacio para adelantarse. Sé que debería comprar un auto, pero la moto me sería más útil en estos días.

     Noam sabrá más que nadie eso de encontrar espacios, pensé.

     —¿Por qué no te compras una? Estoy segura de que tienes dinero ahorrado para hacerlo.

     —¿Tú crees que debería gastarlo en una moto? —me preguntó, dudando.

     Mi papá tenía treinta y ocho años, pero aparentaba ser más joven. La cuestión era que nunca había tenido un vehículo. Una vez me dijo que se sentía cómodo usando el transporte público y que mejor gastáramos el dinero de esa posible inversión en cosas más importantes.

     —Ya es hora de que tengas tu propio medio de transporte, papá.

     —¿Sabes? —me dijo con una media sonrisa—. Lo pensaré, y eso ya es mucho decir.

     La plática con mi papá se prolongó por un buen rato. Él también notó que, diferencia de otros días, hoy estaba con un mejor ánimo. Me lo hizo saber y se contentó mucho por mí.

Más de allá que de acá ©Where stories live. Discover now