XXX

628 22 3
                                    


Noam


Consideré dejarme ganar por Brid en esta pequeña competencia que consistía en atrapar el pez más grande, pero sería demasiado evidente, dado que ella había presenciado mi habilidad para pescar hace unos minutos. Por lo cual, respetando sus ganas de competir, me propuse a dar lo mejor de mí con la caña.

     No fue necesario realizar una cuenta regresiva para empezar. Bastó con una simple mirada para que ambos entendiéramos que era momento de lanzar las cañas. Lo hicimos al mismo tiempo y me sorprendió ver que la caña de Brid no quedó lejos de la mía. Pasados unos treinta segundos, advertí que un pez había caído en mi carnada, tiré enseguida y vi que había capturado uno de tamaño mediano.

     —No gana el que pesque primero —dijo Brid, sabiendo que aún podía ganar—. Gana el que consiga el pez más grande.

     —No puedo estar más de acuerdo con eso —asentí, sonriendo.

     Si bien Brid se tardó más que yo en enganchar un pez, noté una grata satisfacción en su rostro cuando, por fin, lo hizo. Y, sin demora, comenzó a tirar como si no hubiera un mañana. No podía discernir si el pez era más grande que el mío, pero sí pude percibir que ella se sentía ganadora.

     Tomé mi pez para que comparáramos los tamaños.

     —Parece que estamos empate —le dije sin poder notar una diferencia clara—. ¿Tú ves uno más grande que el otro?

     Brid los observó con detenimiento. Ella tampoco notaba la diferencia.

     —Creo que tienes razón —admitió—. Quedamos empatados.

     Me alegró que el resultado fuera un empate, aunque, en el fondo, habría preferido que ella hubiese ganado para verla más feliz.

     No quedaba mucho para que anocheciera, pero estaba seguro de que aún había tiempo para la última actividad: cocinar los pescados y comerlos. Sin embargo, ahora que intentaba retroceder en serio a mis diez años, cuando mi papá me enseñó aquí mismo el procedimiento para cocinarlos, me encontré con un vació en algún punto. Aun así, tenía una noción de cómo llevar a cabo el proceso.

     Lo primero que tenía que hacer era la hoguera. Eché un vistazo a mi alrededor y miré que no muy lejos había unos trozos de leña. Lo más probable era que le habían sobrado a alguien que estuvo aquí hace poco. Suerte para nosotros, pensé.

     —¿En qué estás pensando? —me preguntó cuando me miró inmerso en mis pensamientos.

     —Estoy pensando en cómo cocinaré los pescados.

     —¿Cocinarás los pescados? —me preguntó, frunciendo el ceño sin creerlo.

     —Sí, ¿no te gustan?

     —Sí me gustan, pero no entiendo cómo lo harás.

     —Verás, primero tengo que hacer una hoguera, después condimentar los pescados y, por último, freírlos.

     —¿Vas a hacer todo eso tú solo? —Me miró con desaprobación—. Déjame ayudarte. No quiero quedarme sentada como una inútil.

     Me encantó que Brid mostrara iniciativa para ayudarme.

     —Me vendría bien que me ayudaras. —Le dediqué una sonrisa—. ¿En cuál de los puntos, que te mencioné, quieres ayudarme?

     —Podría condimentar los pescados. Aprendí a hacerlo haces unos años.

     En vista de que no recordaba bien esa parte, me vino de maravilla que Brid se ofreciera a hacerlo.

     —¡Guau! Será de mucha ayuda que te encargues de eso —Fui a buscar los ingredientes y los platos que había traído en la mochila y se los entregué a Brid—. Mientras tú condimentas los pescados, iré a traer aquellos trozos de leña que están por allá —señalé la ubicación de la leña con el dedo índice— y volveré enseguida para hacer la hoguera.

     Me tardé casi nada en ir y volver con los trozos de leña. Advertí que Brid estaba a punto de terminar de preparar los pescados, lo que me hizo apresurarme con la hoguera. Cavé un hoyo para abarcar la fogata, lo rodeé de piedras y coloqué los trozos de leña en el centro. Ahora solo faltaba montar la parrilla, que también se encontraba en mi mochila.

     —Ya casi está —le dije a Brid mientras sacaba la pequeña pero útil parilla de la mochila.

     —Los pescados ya están condimentados y listos para pasar al fuego. —Brid tomó los platos, se acercó a la fogata y esperó a que yo pusiera la parrilla.

     Enseguida, me agaché, coloqué la parrilla en el fuego, le pedí a Brid que me diera los pescados y los puse a cocinarse. Los volteé con frecuencia durante unos quince minutos. Cuando miré que estaban listos, los serví en los platos.

     —¿Trajiste cubiertos o algo para comerlos? —me preguntó Brid, esperando que mi respuesta fuera que sí.

     —¡Ups! —Me llevé las manos a la parte trasera de la cabeza, evidenciando mi olvido—. Se me olvidaron, Brid. No puedo creer que los haya olvidado, en serio.

     —Oye, no pasa nada —me dijo, dándome a entender que no era para tanto—. Vamos a comer las manos, no hay problema.

     —A veces no queda de otra que adaptarse a las circunstancias que se presentan. —Me reí, pero no dejé de sentirme apenado ni mucho menos.

      Le indiqué a Brid que nos sentáramos en un tronco, que estaba cerca de nosotros, para estar más cómodos.

     —Me parece loco que estemos aquí. —Me miró, dándole un bocado al pescado.

     —¿Por qué loco? —le pregunté para que me explicara.

     —No sé, el hecho de estar aquí, con un chico que conocí en una madrugada, comiendo pescado en medio de la nada.

     Solté una carcajada.

     —Escucha, puede ser que lo parezca, pero no estamos en medio de la nada.

     —Bueno —me dijo, riendo tras contagiarse por mi risa—. Quizá solo me parece loco porque nunca había salido con nadie en mi vida.

     No quería que nuestra conversación tomara un rumbo deprimente, así que procedí a decir algo aleatorio.

     —¿Sabes qué es algo realmente loco? Que lluevan peces del cielo.

     —¿Cómo así? —Puso cara de confusión—. Eso no es posible.

     —Aunque sea difícil de creer, en un lugar de Honduras, que se llama Yoro, se produce una lluvia de peces todos los años.

     —Lo siento, pero no puedo creer lo que me estás diciendo.

     —¡Es cierto! —aseguré—. Una vez lo miré en un documental.

     —Si es cierto, la ciencia tiene que explicar por qué sucede.

     —Hay una explicación, creo. Pero, de igual forma, sigue siendo curioso que pase.

     —Tendré que comprobarlo cuando llegue a casa —dijo sin quedar convencida.

     —Claro, compruébalo por ti misma para que veas que no estoy loco.

     La noche se nos vino encima, avisando que era hora de irnos. No recuerdo haber tenido una salida tan agradable en años. Dicen que no es el lugar, sino la persona, pero, en este caso, tuve la dicha detener ambas cosas.

Más de allá que de acá ©Where stories live. Discover now