XVI

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Noam


Me sentí alegre —y aliviado— cuando Brid me dijo que seguiría yendo al centro del vecindario. Y, aparte de eso, aceptó que fuéramos amigos. Estas fueron grandes noticias para mí, en vista de que la había disgustado bastante con lo de llevarme el arma. No cabe duda de que fui de la casa de Brid con mucha satisfacción, pero, al mismo tiempo, me pregunté: «¿Cuál es el próximo paso?». Me empecé a cuestionar si tenía que hacer algo diferente ahora que era su amigo.

     Me entraron ganas de hablar con Ángela, o mejor dicho, ponerla al día con lo que había pasado con Brid. De alguna forma, las pláticas con ella me reconfortaban; escuchar sus consejos se volvió crucial para mí. Por lo tanto, en vez de irme a mi casa, me fui directo a la de Ángela. No hubo ni necesidad de acelerar, como solía hacerlo, para llegar en menos de cinco minutos.

     Me bajé de la moto, toqué el timbre y esperé unos instantes hasta que el señor Wilfredo, que era el papá de Ángela, abrió la puerta.

     —Hola, Noam. —Me saludó. Se veía contento de verme. Y no era para menos, porque hace mucho tiempo que no nos veíamos—. ¿Cómo estás?

     —Hola, señor Wilfredo. —Lo saludé con la misma alegría y le ofrecí un apretón de manos—. ¿Cuánto tiempo?

     —Muchísimo tiempo —aseguró él, echándole un vistazo a mi vestimenta oscura—. Veo que no has cambiado para nada tu estilo. Me gusta que sigas siendo fiel a tu esencia.

     El papá de Ángela nunca me juzgó por mi vestimenta, lo que hacía que me cayera más que bien.

     —El físico puede cambiar, pero lo que nos hace únicos no —le dije riendo. Él se unió a mi risa.

     Ángela se acercó a la puerta para averiguar el porqué de las risas.

     —La buscabas a ella, ¿no? —El señor Wilfredo señaló a su hija.

     —Así es —afirmé, y saludé a Ángela con la mano.

     —Bueno, los dejo para que hablen, chicos.

     Cuando el señor Wilfredo nos dejó solos, Ángela se acercó a mí y me preguntó:

     —¿Qué te trae por aquí?

     —No sé, quería hablar contigo acerca de Brid.

     —¿Pasó algo malo? ¿Resolviste el problema del arma?

     —¿Podemos hablar adentro? —le pregunté. No quería que tuviéramos esta conversación en la entrada de su casa.

     —En la sala están mis padres y mi habitación está hecha un desastre —explicó, haciendo una mueca de pena—. Pero podemos ir a otro lado, si quieres.

     Pensé en la cafetería.

     —¿Qué te parece la cafetería que está cerca de mi casa?

     —Me parece bien —aceptó ella.

     —Perfecto.

     —Solo déjame ir a traer un abrigo y nos vamos.

     Angela entró a su casa y se tardó cerca de cinco minutos en ir a traer su abrigo. Como siempre, tomando más tiempo del necesario para una simple acción...

     —¡Ya estoy aquí! —dijo Ángela cuando volvió a aparecer.

     —Te tardaste un poquito. —Se notó la ironía en mi tono de voz.

     —Lo sé. —Se rio divertida.

     —Y te causa gracia de remate.

     —Así somos las mujeres, Noam. Vamos a la habitación por algo, nos miramos al espejo, nos hacemos unos retoques y los minutos se nos van sin darnos cuenta.

     —Creo que conozco a una que no es así.

     —¿Quién? ¿Brid?

     —Sí...

     —Y con razón —dijo ella, agachando la mirada—. Brid no ha de tener ánimos de hacer nada.

     —Vámonos a la cafetería y continuamos la plática allá. —Me subí a la moto y luego lo hizo lo Ángela. Saqué la llave de mi bolso, la giré en el contacto y nos fuimos volando.

     La cafetería se encontraba un tanto llena, pero no lo suficiente como para que no encontrar una mesa. En esta ocasión, no nos atendió Albert, sino otro chico. Pude ver que Albert estaba atareado con otras mesas y era entendible que, aunque quisiera, no pudiera con todas a la vez. De todos modos, la atención que nos dio este otro empleado estuvo excelente. Ángela y yo pedimos dos cafés y dos panes de chocolate.

     —Y bien —dijo Ángela— cuéntame qué tal todo con Brid.

     —Mejor de lo que estaba hace dos días —le respondí, jugueteando con el vasito del café—. Pude convencerla de que siguiéramos hablando y aceptó ser mi amiga.

     —¡Oye, eso es genial!

     —Sí, eso creo. Pero me pregunto qué viene ahora.

     —¿A qué te refieres?

     —No sé si lo que estoy haciendo será suficiente para salvarle la vida.

     —¿Salvarle la vida? ¿Qué dices? —me preguntó ella, frunciendo el ceño—. Creo que ahí está tu problema, Noam. Quieres salvar a Brid, pero esa no es tu decisión.

     —Pero no está mal que quiera eso, ¿o sí?

     —No, para nada —negó con firmeza—, pero tú, al final, lo único que puedes hacer es estar a su lado, sin querer interferir en una decisión como esa.

     —Pero tú me dijiste que le dijera que buscara ayuda —le recordé—. Siento que te estás contradiciendo.

     —No me estoy contradiciendo —aclaró—. Yo te aconsejé que, cuando ella te contara por lo que estaba pasando, le aconsejaras que buscara ayuda de nuevo. Pero nunca te dije que intentaras ser su salvador.

     Suspiré, recostándome en la silla.

     —No es fácil lidiar con una situación como esta, Ángela.

     —Sé que no es fácil, Noam.

     —Pero bueno...

     —Noam —me dijo, adoptando un tono más comprensivo—, sé que tienes buenas intenciones y solo quieres ayudar. Pero recuerda que tampoco es tu responsabilidad. ¿Te ves capaz de seguir con esto o no?

     Sus palabras me hicieron reflexionar.

     —Siento que solo te estás acercando a ella para salvarla —agregó ella—, y no para ser realmente su amigo.

     —Brid me cae bien —aseguré, dándole a entender que se equivocaba—. Trataría de ser su amigo incluso si no supiera de sus deseos suicidas.

     —Entonces, ahí tienes tu respuesta —señaló, chasqueando los dedos—. Actúa como si no supieras de los deseos suicidas de Brid.

     —Había pensado lo mismo.

     —Bueno, aquí estoy yo para confirmarte que tenías razón.

     —¿No tengo que hacer nada más?

     —Nada más —afirmó ella—. Solo sé tú mismo. Compórtate como siempre lo has hecho. Yo, que te conozco, te aseguro que es lo que mejor que sabes hacer. 

Más de allá que de acá ©Where stories live. Discover now