XLI

582 18 3
                                    


Brid


Estaba cansada, sin mucha energía para sumir mi papel como pintora. Aun así, tomé un rodillo y comencé a pintar a mi propio ritmo. Mientras tanto, mi papá y Noam se estaban esforzando el doble o el triple que yo. Mi casa siempre me pareció pequeña, pero, al hacer este tipo de trabajo, se sentía inmensa. Ahora tenía mis sudas sobre si el fin de semana sería suficiente para terminar. A no ser que hiciéramos un esfuerzo sobrehumano, nos llevaría un poco más de tiempo. O eso creía.

     Pinté por un buen rato hasta que mi agotamiento se volvió incluso más evidente. Qué inútil me sentía. Abatida por la sed, me fui a buscar un vaso de agua. También les serví agua a mi papá y a Noam, comprendiendo que, al igual que yo, necesitaban refrescarse.

     —Muchas gracias, Brid. —Me agradeció Noam cuando le entregué el vaso de agua. Me sonrió con ternura y no pude evitar sonrojarme. ¡Ah!, qué tonta era. Ya se me hacía imposible disimular con él.

     —Te agradezco también, Brid —agregó mi papá.

     Volví a tomar mi rodillo. Recuperé algo de energía luego de hidratarme y descansar un poco, pero, al cabo de unos minutos, el ritmo con el que pintaba volvió a bajar. Además, estaba haciendo un pésimo trabajo con mi pared. ¿Y quién fue el primero en notarlo? Noam, por supuesto, Se acercó a mí, como dudando si hacerlo o no.

     —Sé que te prometí que no hablaría más —me dijo—, pero ¿necesitas ayuda? Te veo cansada.

     Estaba más claro que el agua que necesitaba ayuda, pero mi orgullo no me permitió admitirlo.

     —Estoy bien —le respondí con firmeza.

     —¿En serio me vas a mentir de esa manera? El cansancio en tu cara es evidente. —Me pidió que me apartara y, con su rodillo en mano, comenzó a arreglar el desastre que yo había dejado en la pared.

     —No hay necesidad de que me ayudes, Noam.

     MI papá se acercó a nosotros, interesado en saber por qué a Noam se le había dado por ayudarme.

     —¿Todo bien, chicos?

     —Todo bien, señor Lorenzo —respondió Noam, sonriendo. Algo que le envidaba a Noam era que no tenía que fingir las sonrisas como yo—. Solo le estoy ayudando a Brid a arreglar su trabajo.

     Mi papá miró la pared que yo había pintado y se rio burlón. Sabía que solo bromeaba, pero no pude evitar sentirme molesta, quizá por el hecho de que Noam estaba presente.

     —Está claro que tengo cero habilidades para pintar —dije.

     —¿Le puedes enseñar a pintar? —Mi papá se dirigió a Noam, dándole una palmada en la espalda. Y, antes de regresar a la pared que estaba pintando, agregó—: Sé que Brid aprenderá rápido.

     —Prefiero no hacer nada a que me des «lecciones» —le dije a Noam cuando miré que mi papá se había alejado lo suficiente para no escucharnos.

     —¿Te quedarás sin hacer nada? —me preguntó con el ceño fruncido—. ¿Dónde quedó la actitud que me demostraste cuando fuimos a pescar? ¿Ya la olvidaste? Ese día me diste a entender que no te gustaba quedarte sentada sin ayudar. No puedes fallarte a ti misma ahora. Sé fiel a tus principios.

     —Esa vez fue diferente —alegué—. No estábamos en la situación que estamos ahora.

     —Puede que tengas razón —admitió—. Pero ¿de verdad sabes en qué situación estamos?

     No tenía ni idea de lo que quería decir.

     —¿Cómo así? No te entiendo.

     —Estamos en una situación que podríamos resolver si habláramos como personas civilizadas —explicó, queriendo sonar convincente.

     —No es tan sencillo, Noam. ¿Para ti todo es tan fácil siempre?

     En este preciso momento, ocurrió algo que no me esperaba ni en mis sueños más remotos. Noam se acercó a mí, hasta que quedamos frente a frente, y posó sus labios sobre los míos. Si bien pretendí hacer el amago de apartarlo, no pude, o mejor dicho, no quise. Había fantaseado con besarlo antes, pero no pensé que mi deseo haría realidad hoy mismo.

     A mis mejillas solo les faltaban echar humo.

     —No todo siempre es fácil para mí —me dijo él, mirándome a los ojos—. Por ejemplo, atreverme a besarte ahora mismo fue muy difícil. Demasiado, diría.

     No fui capaz de articular palabra. Solo lo miré a los ojos, me di la vuelta y entré a la casa. Me dirigí al baño, me vi en el espejo y noté que mis mejillas seguían encendidas. Me eché agua fría en la cara para que el rubor se desvaneciera de una vez. Pero lo que no pude calmar fueron de los latidos de mi corazón, que estaban a mil.

     Pasados unos minutos, salí del baño, un tanto más calmada. Me dispuse a volver afuera, pero antes de que lo hiciera, mi papá vino a buscarme y nos encontramos en la sala. Con cara de preocupación, me preguntó si me sentía bien.

     —Estoy bien, papá —le respondí con seguridad—. Creo que estás un poco paranoico con lo que a mi salud refiere.

     —No, no te asustes —me dijo él riendo—. Si tú dices que estás bien, te creo.

     —¿Todo bien? —preguntó Noam, que también entró a la casa.

     Lo miré y pensé: «No estoy bien. Tú me tienes mal».

     —Todo perfecto —le respondió mi papá—. Volvamos a pintar. No podemos perder mucho tiempo.

     Noam me miró con una sonrisa, y me invitó a regresar afuera con un gesto. Lo seguí, pero no encontraba el valor de dirigirle la palabra, ni siquiera para hacerle algún reclamo por besarme. El caso es que no podía reclamarle, porque que había disfrutado el beso incluso más que él.

Más de allá que de acá ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora