XLIV

570 12 0
                                    


Noam


Con una actitud decidida a aprovechar cada minuto de la tarde de este sábado, Brid, el señor Lorenzo y yo continuamos pintando la casa. Para asombro de todos —incluyéndome a mí mismo—, en un breve lapso de cuarenta minutos, cumplí mi objetivo para el día: duplicar mi progreso de ayer. Esto de pintar no se me daba nada mal. Si por algún motivo legara a fracasar en mi búsqueda de trabajo después de la universidad, consideraría, con seriedad, buscar un empleo como pintor.

     Llegada la mitad de la tarde, con el cincuenta por ciento del trabajo de pintura terminado, decidimos tomarnos un merecido descanso. Entramos a la casa, nos sentamos en el desayunador de la cocina y nos refrescamos con unos vasos de agua. De manera irónica, comprobé una vez más que el agua se convertía en la bebida con el mejor sabor cuando teníamos sed.

     —Has hecho un enorme trabajo, Noam —me dijo el señor Lorenzo en tono de felicitación. Realmente, estaba sorprendido por mi trabajo—. Debería recompensarte con un pago.

     —No, no, de ninguna manera —le respondí rápido, negando con la cabeza—. Para mí, es un gusto ayudarlos. No tiene qué pagarme nada.

     —Qué suerte que Brid te tiene como amigo. —El señor Lorenzo miró a Brid y agregó—: No lo habríamos logrado sin él, ¿no crees?

     —No, ni de broma —admitió Brid.

     Le di el último sorbo a mi vaso de agua mientras le sonreía a Brid. Ella no me devolvió la sonrisa, pero, con todo, notaba un cambio en su actitud hacia mí. Su miraba me apuntaba de otra forma, sin tanto desprecio, con más aceptación.

     Volvimos afuera y seguimos adelante con la tarea de pintar. Aunque hiciera el intento de concentrarme por completo en mi trabajo, no podía evitar echarle miradas a Brid cada cierto tiempo. Ella seguía en la misma línea de mejora que mostró ayer. Sin embargo, desde mi punto de vista, aún tenía margen para pulir su técnica.

     Y, en este momento, pensé: «¿Debería darle unos consejos finales? Tal vez no». Sería mejor esperar a que ella me pidiera ayuda. No obstante, sabiendo nuestra situación actual, era poco probable que Brid se atreviera a dar ese paso. Suponía que su orgullo no se lo permitiría. Así que, al final, decidí acercarme por mi cuenta.

     —¿Cómo vas? —le pregunté para empezar la conversación.

     —Tratando de hacer un mejor trabajo que el de ayer —me respondió ella, encogiéndose de hombros.

     —Ayer aprendiste de mí al verme pintar de cerca, ¿verdad?

     —Deberías responderte tú mismo al ver mi trabajo.

     —No está mal —admití—. Pero, si quieres, puedo darte más consejos para que sigas mejorando. Apuesto a que, incluso, podrías llegar a superarme.

     Se quedó mirándome a los ojos y, sin pensarlo mucho, aceptó.

     —Está bien. Dame más de tus útiles consejos.

     Me emocionó que no se negara. Poco a poco, las cosas iban mejorando entre nosotros. Puede que el «momento perfecto», que mencionó Ángela, se tratara de la combinación de pequeños momentos como este. 

Más de allá que de acá ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora