Capítulo 20: Confesiones

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Miguel despertó en su cama, la cual era pequeña. Su habitación era apenas tan grande como un cuarto de almacén, donde uno guardaría las escobas, mopas y demás; estaba ubicada en lo más profundo de uno de los pasillos, donde la única luz que tenía era la de su pequeña lámpara de mesa. Había algo raro, tenía una colcha en lugar de la sábana que solía usar. Era una colcha nueva, olía a limpio y le había abrigado muy bien.

—Esto no es mío —dijo, sabiendo que nadie lo escucharía —, ¿Qué fue lo que sucedió?

El calor que sentía, producto de la colcha, casi lo hacía olvidar lo incómodo que era dormir en esa cama, que tenía el ancho de una banqueta larga, y pensaba en que eso era lo que había necesitado desde que empezó el invierno. Tenía hambre y, para su sorpresa, había un emparedado, sobre una servilleta, encima de su mesita para la lámpara, el cual se veía delicioso. El olor llegó a su nariz y su estómago rugió muy fuerte. Era el emparedado más grande que había visto, y dentro tenía toda clase de ingredientes. No lo pensó y empezó a comérselo. El regocijo no cabía en él. Si alguien hubiera podido ponerle una segunda boca en ese momento, lo habría adorado toda su vida. Ese emparedado estaba jodidamente sabroso. Veía colores y chispas cada vez que cerraba los ojos. Se sentía en las nubes. Su boca le parecía muy pequeña para el hambre que tenía, y lágrimas se le escapaban por la alegría de poder saciar su hambre. Minutos después, ya con el estómago lleno, se intentó levantar. Aún sentía mareos y algo de cansancio, y una botella cayó al chocar con su pie. Era yogur, de vainilla para su alivio, porque la frutilla le sabía asquerosa. La recogió, la abrió y, antes de beber, pensó. Esto era de verdad sospechoso, comenzando porque no recordaba qué había sucedido antes de despertar.

Estuvo reclutando personas, y luego los otros tipos que llegaron a burlarse de él. Quiso pelear, pero eran muchos. El recordar el dolor le generó una mueca en el rostro. Entonces llegó James. Él lo rescató, lo trajo hasta su cama. De alguna manera le había curado todas las heridas y los golpes que tenía en el cuerpo, incluso cicatrices antiguas. ¿Él le había traído la colcha, el emparedado y el yogur?¿Por qué se había tomado esas molestias? Esto no tenía sentido, no pensó que James pudiera preocuparse por alguien de manera desinteresada. Pero parecía que era así, y ahora Miguel quería llorar por lo agradecido que estaba con James. El mocoso le había salvado la vida, aún cuando no lo merecía. Tenía que hablar con él.

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—¿Me dirás por qué lo salvaste? —Esmeralda apareció por la entrada que daba al piso que estaba por encima del más bajo de toda la edificación, encontrándose con James, que miraba al vacío, apoyándo sus antebrazos en el pasamanos.

—Porque podía —responde él.

—Eso no me lo creo, asesinas a todo lo que se mueve si crees que es malo ¿No es así?¿Por qué no a él?

—Él sólo es un poco tonto... y hay ciertas cosas que un humano debe hacer para que yo decida eliminarlo.

—¿Como qué cosas?

—Es secreto, como el hecho de que siempre cubras cada parte de tu cuerpo, incluso en verano.

—¡¿Cómo sabes es... ?

—Te lo dije, tengo mi manera de averiguarlo —La interrumpió.

—¿Me has estado espiando?¿Fuiste tú el de la idea de mandar a Miguel a mi habitación? —Esmeralda empezaba a atar algunos cabos.

—No sabía lo de Miguel, y no, no te espío, pero vi que un pequeño corte en tu mejilla, producto de nuestra batalla, se empezó a cubrir de pequeñas escamas traslúcidas en su proceso de cicatrización; así que dime, ¿Intercambiamos secretos?¿O damos por finalizada esta charla? —James se había mantenido todo este tiempo dándole la espalda a Esmeralda.

SoulSilver: Alma Virtual ©Where stories live. Discover now