—Félix… —murmuró contra el pecho del otro, y la vibración de la voz del otro retumbó contra su sien cuando le respondió—. ¿Confías en mí?
—Sí —le respondió el otro menos de un segundo después, con voz segura y fuerte—. También confío en ti Eren.
Un tenue olor se filtró por su nariz, uno que le arrancó una sonrisa.
Félix la sintió cuando Eren presionó aún más el rostro contra su pecho, como si tratara de absorber toda la calidez aún presente en su cuerpo.
—¿Eren?
Hubo un pequeño murmullo resonando en sus oídos que pertenecía al adolescente que se enterraba en su pecho, y el tono casi somnoliento de la voz de Eren lo sorprendió enormemente. Félix, con suavidad, lo tomó por los hombros y lo empujó hacia atrás para que pudiera ver mejor su rostro.
Eren gimoteó, con los ojos cerrados y un pequeño e inusual puchero en su boca, y persiguió ese calor nuevamente hasta que pudo acurrucarse en su pecho una vez más.
El rostro de Félix estalló en color, el calor rozó sus mejillas graciosamente porque, ¿qué era eso y por qué Eren estaba actuando como un pequeño y pobre gatito abandonado?
Félix, aún poco atontado y ligeramente avergonzado, movió su mano del hombro hacia la cabeza del chico y volvió a descansarla en su coronilla. Los mechones marrones bajo su tacto eran suaves, y aunque algunos de ellos olían un poco a sudor y estaban mal peinados, se encargó de peinarlos hacia atrás, hacia un costado, o a simplemente acariciar las hebras oscuras para entretenerse a sí mismo.
Sus acciones podrían ser una espada de doble filo; podía sentir el cuerpo de Eren relajándose con lentitud, yendo laxo contra el suyo mientras su cabeza se acomodaba suavemente en su hombro.
—¿Eren? ¿Te estás durmiendo?
El chico le respondió en un susurro que se perdió cuando la brisa picó ritmo y una fuerte ráfaga de viento les azotó y les revolvió los cabellos. Eren se estremeció en su agarre, dejando salir una pequeña maldición y otro quejido aún más lastimero.
Aquello solo sirvió para compararlo más con un animal, con el cachorro que solía ser el perro de los Jovan cuando Jocelyn aún era una niña pequeña. Una pequeña bola de pelos, adorable y con enormes ojos oscuros que brillaban como una estrella cada vez que alguien jugaba con él.
Aunque claro, Eren era humano, y muy distinto; era en definitiva aún más como un gato, uno pequeño que siseaba cada vez que andabas muy cerca alrededor suyo, y que se acurrucaba contra ti buscando calor. O que te arañaba y te enseñaba los colmillos solo porque sí. Pequeños animales violentos a los que amabas solo porque eran adorables.
