Cada paso que daba hacia abajo por las escaleras sonaba como si un titán estuviera caminando alrededor, y hacía eco en las desoladas habitaciones. No podía escucharse ni siquiera un susurro, o una risa o un suspiro.
Absolutamente nada.
Félix creyó que alguien más estaría ahí con él, tal vez alguna sirvienta, o un cocinero. La noche pasada, la misma mujer que fue a despertarlo antes de la reunión con los embajadores había subido a dejarle la cena porque al parecer los “señores de la casa” habían salido a una importante cena a la cual no había estado invitado.
Las últimas noches habían sido así, ciertamente. Desayunaba con Willy por las mañanas o comía solo por las tardes cuando decidía levantarse pasada la hora del desayuno. A veces, antes de sus lecciones con Lara, ella en persona subiría con una charola y mientras le enseñaba el abecedario le dejaría comer, o llevaría snacks para que no se distrajera tanto mientras le enseñaba a leer alguno de los poemas del libro que Willy le había dado.
Lara no había ido a su habitación al mediodía para sus lecciones, y él tampoco había bajado a tener desayuno con nadie. El silencio dentro de la casa era extraño, porque el lugar era enorme y espacioso, y solitario.
Con pasos tranquilos, se dirigió hacia donde recordaba que estaba la oficina de Willy y se detuvo frente a la puerta, dudando un segundo sobre si tocar o no. Estar solo en esa casa comenzaba a volverlo loco, ni siquiera cuando vivía con los Jovan se sentía así pero aquí, en Marley, era incómodo hasta respirar en ocasiones.
Con cuidado, se reclinó contra la puerta y pegó su oído contra la madera. No había ningún guardia en el pasillo, y por todo lo que sabía, estaba completamente solo en la casa a excepción de Willy y Lara, porque ni el personal estaba alrededor como para excusarse con que las voces en el interior de la habitación provenían de ellos.
—…La situación no mejorará —apenas si podía escuchar la voz de Willy, tan baja y angustiada—. Nambia ha estado hablando con varias personas, y todas parecen expresar lo mismo. No hay nada que podamos hacer.
Hubo un segundo de silencio.
—Si insistimos-
—¿Insistir en qué? ¿Cómo? Ellos quieren resultados, no insistencias. No servirá de absolutamente nada el que nos humillemos frente a ellos otra vez, Lara.
—No nos humillamos en ningún momento, Willy —contraria a la voz de Willy, la de Lara era suave—. Negociar con los embajadores no es humillarse, es simplemente hablar.
—No tendríamos que hablar. No con ellos. No les debemos nada.
Hubo otro silencio, un poco más largo que el otro y asfixiante. Félix se presionó más contra la puerta, tratando al mismo tiempo de no recargarse contra ella para evitar que la madera gruñera y delatara su presencia tras ella.
