1. El regreso.

48.7K 3.1K 1.7K
                                    

[Un día antes]

Mi atención se centraba hacia el horizonte desde aquel enorme trono de ébano que tanto me volvía loco. Mis dedos hacían un molesto ruido al impactar contra él una y otra vez, sosteniendo mi barbilla con la mano que restaba libre.

Carajo, estaba tan aburrido.

Quizás... si hubiera una guerra en el mundo las cosas podrían ser diferentes. Pero, para mi desgracia, no solía correr con tanta suerte.

Necesitaba un escape. Necesitaba sentirme yo de nuevo. Necesitaba... necesitaba un nuevo comienzo.

—Piensas que eres un fénix, ¿o algo parecido? —soltó mi buen amigo y barquero, Caronte—. No puedes simplemente revivir de entre las cenizas y crearte una nueva vida.

—En primer lugar, Cary, no renacería de entre las cenizas. Más bien, de entre las tinieblas —bromeé un poco, pero a ese cascarrabias no le hizo gracia. Nada le hacía gracia excepto los estúpidos programas mundanos de comedia que necesitaban incluir sus propias risas para que no se sintiera tan pobre. En fin, suspiré—. Sólo serán unas vacaciones.

—Entiendo que tu asunto con Persef... —pronunció, pero lo callé de inmediato.

—No te atrevas a mencionar ese nombre, mucho menos repitas lo que sucedió —aclaré tajante.

Él me miró después de un agotador suspiro.

—Hades, necesitas un respiro. Te apoyo. Pero no como lo quieres, aquí abajo te necesitamos.

—No me necesitan. Ustedes pueden hacer esto perfectamente solos. Además, quiero que vengas conmigo.

Se atragantó con... ¿con qué se pudo haber atragantado? No estaba seguro de la respuesta. Pero lo medular de la historia que les estoy narrando, es que lo hizo; él se atragantó con una sustancia inexistente.

—¿Yo? Sí que estás demente. Eso no sucederá.

Me encogí de hombros.

—La invitación está hecha. Larguémonos de casa unos días, hay que disfrutar de un buen rato con los humanos.

—Hazlo tú, yo iré después.

No insistí mucho, aquello de rogar no era cosa mía. Diría que tomé mis maletas, pero por supuesto que no. Vamos, era el Dios del inframundo. No necesitaba más que una buena sonrisa y una mirada seductora para conseguir lo que se me antojara y a cualquier hora.

La tierra me llamaba y yo... la haría explotar.

No en el sentido literal de la palabra. Me gustaba la tierra, incluso le tenía cariño.

Jamás la explotaría.

Abandoné mi hogar, aquello único que me había acogido los últimos años. Ni siquiera había visto a mis hermanos. Después de aquella traición, coloqué una gigante barrera entre todos y me refugié cuan pequeño niño en mi reino. Seguía molesto con cada uno de ellos, así fueran inocentes o no. Pero mi voluntario exilio había llegado a su fin, era hora de un cambio. Saldría, con la posibilidad de verlos nuevamente y sin marcha atrás.

Tomaría el riesgo.

Decidí subir a la tierra y no bastó más de un segundo para encontrarme en un exquisito lugar allá en la superficie. Los mantos verdes cubrían cada centímetro frente a mi vista y respiré el dulce aroma de la naturaleza viva. Era inspirador, llenador. El cielo se pintaba de un perfecto claro azul y...

Oh, esto era nuevo.

¿Desde cuándo los humanos practicaban el sexo tan descaradamente?

Fruncí el ceño y me acerqué a ese par de adolescentes que intentaban procrear usando protección.

El Olimpo: HADESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora