36. Cartas sobre la mesa

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El regreso al Olimpo fue instantáneo. El resto de los Dios habitaban el salón de los tronos y creaban en conjunto una especie de plan secreto para derrotar a Crono. 

Yo no. 

Mi cabeza aún se encontraba navegando en ese mar repleto de dudas y traiciones. Me sentía burlado, como el más grande idiota a lo largo de la existencia... y no me gustaba sentirme de esa manera.  Regresar al Inframundo y permitir que ellos solos se encargaran de todo este asunto era la mejor decisión, pues la verdad era que yo no servía de mucho. No de esa manera.

Abrí la puerta de la habitación en la que me encontraba con el único propósito de partir sin despedirme de un alma siquiera, pero me vi en la obligación de parar cuando alguien me detuvo.

1.69 de alto, cabello negro y lindos ojos color miel.

 En conclusión: mi perdición.

Bufé con desagrado, el desagrado de sentirme débil.

—¿Qué necesitas?—pregunté golpeado y sin expresión alguna en mi rostro.

—¿Podemos hablar?

Sonreí a labios cerrados y mis ojos se enchinaron en consecuencia.

—No.

Ella me acechó con la mirada como si pudiera hacerme cambiar de opinión tan fácilmente, pero la verdad era que estaba tan molesto, que me valía un carajo cualquier cosa que hiciera y/o dijera.

A la mierda con todo.

—Me has estado evitando desde lo sucedido en la cabaña y sabes que debemos hablar.

—Mm, no. No debemos hacerlo, Jade. Estoy bien así y, si me lo permites, debo hacer algo.

—No irás al inframundo —demandó.

Mi ceño se frunció grotescamente.

 ¿Qué tan bien me conocía esa mujer?

¿Y qué le hizo pensar que yo obedecería sus órdenes?

—En primer lugar, tú no me dices qué es lo que debo hacer. Y en segundo lugar, no te incumbe lo que haga.

Tomó aire ruidosamente y entró a la habitación que me pertenecía sin siquiera preguntar. Giré sobre mis talones y la seguí con la mirada, como la insolente atrevida que era.

—Sé que quieres ir al Inframundo y no creo que debas hacerlo.

Alcé una de mis cejas.

—¿Y cómo pretendes impedirlo?

—Vamos, Hades. Olvídate de esa actitud rebelde, ahora no podemos darnos ese lujo. Necesitamos estar todos juntos y de acuerdo para poder dar el siguiente paso.

—¿A qué has venido, Jade?—pregunté y le miré con cansada molestia.

—A pedirte perdón y a explicarlo todo—confesó.

—Oh, bueno, no es necesario. —De nuevo, sonreí a labios cerrados—. Adiós.

Con el ceño fruncido, cruzó sus brazos para enfrentarme como si pensara que con ello podría intimidarme.

—Escucha, temible Dios del Inframundo, si a ti te gusta hacer las cosas a tu manera, a mí me gusta más, así que no nos conviene hacer esto.

Gruñí hacia el techo para rogar piedad suprema.

—Yo no hice nada para tener esta maldición, Olimpo, ¡ayuda!

Una sonrisa se apoderó de ella.

—Te ayudo, hijo mío. Siéntate y escucha —ordenó de nuevo, alardeando su nuevo puesto en la jerarquía omnipotente.

El Olimpo: HADESWhere stories live. Discover now