33. NINDA.

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Mi mente jugó conmigo.

Según ella, a mi alrededor no sucedía nada.

Lo que mis ojos veían parecían simples imágenes sin sonido. Poseidón intentaba alcanzar a Zeus con rabia pura emanando de él mientras mis hermanas intentaban detenerlo junto con Hermes, Dionisio y Atenea. 

Tendido sobre el suelo, sólo observaba la película muda que se reproducía frente a mí.

Hestia soltó a Poseidón cuando éste cayó sobre sus rodillas entre tormentosas lágrimas. La enfoqué caminando hacia mí en cámara lenta, con aflicción en su rostro. 

En ese momento, ni siquiera el sentimiento de los demás aparecía.

Yo sentía absolutamente nada.

Los labios de la pelirroja se movían frente a mí mientras sus manos sostenían mis mejillas y acariciaban mi cabello. Su semblante se notaba preocupado, pero... ¿Qué estaba ocurriendo?

No lograba concebirlo.

Aparté la mirada un segundo y vi cómo Zeus salió del salón con la seriedad de los mil demonios del inframundo pareciendo no importarle nada de lo que estaba sucediendo, de lo que hizo.

¿Pero qué hizo?

Lentamente, la voz de Hestia comenzó a escucharse, desde un lejano susurró hasta una exclamación desesperada de mi nombre.

—¡Hades! 

Le miré desorientado.

—¿Qué? —respondí apenas.

—Hermano, estoy aquí, estoy contigo. No te dejaré, ¿lo entiendes? Te amo...

—¿Por qué te necesitaría?

—Hades...

—No pasó nada, no ha sucedido nada —solté con el pensamiento revolucionado.

—Oh, hermano...

Intenté levantarme, y aunque los movimientos fueron torpes, lo logré. Pegué un enorme suspiro y ahora sí, el enojo y el coraje de Poseidón aparecieron junto con sus lloriqueos.

Este no era el fin.

Fui por el cuerpo de la chica que había quedado tendido sobre el suelo en soledad, y mientras atravesaba el salón con ella, todos me veían expectantes. Mis hermanas y Poseidón caminaron por detrás y lo único que hice fue conducirlos a todos hacia la fuente de la eterna juventud que moraba en el Olimpo, donde yo mismo me sumergí con ella en brazos con la esperanza de que fuera lo único que necesitaba para abrir sus ojos.

Al salir, veía cómo las gotas caían desde mi cabello y mi rostro hacia ella. Su hermoso cuerpo tendido sobre mis brazos completamente empapado de aquellas aguas milagrosas... pero sin surtir efecto. Sus ojos se mantenían cerrados y su pecho inmóvil, sin la pacífica respiración que siempre pareció música para mis oídos.

Parpadeé muchas veces y entonces entendí algo.

Ella no iba a despertar.

Mi mandíbula se apretó y la sostuve con fuerza, más por el coraje que sentía que por la necesidad de un abrazo.

—Hades, hermano... —La mano de Deméter hizo contacto con mi hombro y al instante le entregué el vacío cuerpo de la chica, permitiéndome salir de la fuente a pasos firmes y marcados, llenos de rabia—. Hades, ¿Qué intentas...?

No dije nada, no respondí nada y no supe qué sucedió con ellos. 

Había un culpable.

Había un maldito hijo de puta que pagaría por esto.

El Olimpo: HADESWhere stories live. Discover now