9. La verdad.

24.2K 1.9K 661
                                    

El resto de mis horas en Grants estaban contadas. Tal como lo había prometido, debía partir hacia el Olimpo para ser partícipe de una guerra que no me correspondía, y así como podía estar ahí un día, también podía ser una semana, un mes... o algo más. Todo era incierto, todo era jodidamente un asco.

—¿Listo para irnos? —preguntó Hestia con una enorme sonrisa adornándole el rostro.

—Iré cuando se oponga el sol, ya te lo advertí.

Ella bufó, pero pronto, guardó un silencio infernal, casi escalofriante.

—Sé que la quieres, estás flechado, pero... ¿qué se siente, hermano?

Eros jamás la había flechado, y como el resto de nosotros, sólo había tenido conquistas pasajeras que, a la larga, no significaban nada. Hestia no sabía lo que era estar realmente enamorada, a pesar de tantos siglos de existencia.

Sonreí apenas, tan sólo visualizando a una pequeña y perfecta Jade en mi mente.

—No tienes idea, Hestia. Es un sentimiento tan extraño, lo único que quiero es estar con ella. Escucharla reír es como una música perfecta, no puedo dejar de pensar un sólo segundo en ella. Me sé de memoria cada parte visible de su cuerpo y su voz me tranquiliza solo de escucharla. El tiempo se vuelve relativo a su lado. La deseo como no tienes una puta idea. Quiero verla y hacerla feliz, sin importar el precio, así tuviese que morir. Lo haría todo por ella, hermana.

Ella escuchó y examinó a detalle cada palabra que dije, quizá imaginando algo. Su cuerpo emanaba deseo, anhelo por tener a alguien que significara lo mismo que Jade significaba para mí.

—La amo, Hestia. Y es por eso que se me hace tan difícil separarme de ella. No sé qué es lo que haré allá en el Olimpo o, eventualmente, en el inframundo cuando deba regresar a él. Seguramente me volveré loco.

Ella rió un poco, parecía compadecerme.

—Loco ya estás, hermanito. Siempre ha sido así, no culpes a la pobre e inocente chica.

Reí junto a ella hasta que, un par de segundos después, regresé a aquella postura impregnada de seriedad.

— Te juro que si de alguna manera pudiera ser mortal y estar con ella hasta el fin de nuestros días, lo haría sin titubear ni un segundo.

Hestia me miró como nunca antes lo había hecho. Era extraño, pero se sentía bien. Esa era mi hermana, mi favorita.

—Si esa chica sigue tratándote como te ha tratado hasta ahora, juro que me colaré por su ventana una noche y le cortaré el cabello.

Reí.

—Qué malvada resultaste.

Ella me imitó, se echó a reír en una divertida carcajada.

—Ya sabes el dicho, jamás te metas con el cabello de una chica.

Me limité a abrir los ojos por un segundo, haciendo que mis cejas subieran y bajaran una sola vez.

—Si tú lo dices.

—Hades... —pronunció—. En verdad me siento muy feliz de que tengas la oportunidad de sentir eso por alguien más.

—Mi vida cobra sentido de alguna manera. ¿Sabes? Creo que es mi penitencia por todas las atrocidades que he hecho hasta hoy.

—¿Por qué sería tu penitencia?—preguntó curiosa, confundida.

—Porque sé que lo nuestro no tiene futuro, Hestia. Ella es una mortal, yo soy el inmortal Dios del Inframundo. Estoy condenado a vivir para siempre sin ella, y si ahorita que la tengo a un par de millas las ganas de estar junto a ella queman, no quiero imaginar lo que sentiré cuando su vida haya terminado.

El Olimpo: HADESOnde as histórias ganham vida. Descobre agora