3. Sin apellido.

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Muchas dudas, pocas respuestas. Pero demonios, ese deseo constante no se iba, al contrario, parecía intensificarse más y más cada vez que los segundos transcurrían en el reloj.

La investigué.

Jade salía de la escuela a las tres de la tarde y, como buen enamorado, me planté justo en la entrada de la misma, recostado sobre el auto para no perder el momento exacto en que sus largas y firmes piernas la condujeran hacia la estación del autobús.

Muchas personas salieron antes que ella. La mayoría me atravesaba con curiosas miradas, muchas otras resultaban coquetas, incluso, logré observar algunas tantas lujuriosas; no le di importancia. Con el pasar de los años, el descaro aumentaba y ya no me sorprendía.

Hasta que por fin, la miré a ella.

Sonreí de manera instantánea.

Esa cruel y despiadada sonrisa que me caracterizaba como el Dios del Inframundo.

Cuando sus bellos ojos color miel me encontraron, ella se paralizó. Su mochila cayó al suelo y su boca se abrió ligeramente. Sabía que no vendría corriendo hacia mis brazos como me hubiese gustado, así que me acerqué a ella con seguridad, abriéndome paso entre las personas mientras observaban curiosos a quién me dirigía. Algunos murmuraban, pero definitivamente la sorpresa y algunas burlas relucieron cuando me detuve frente a una Jade bastante atónita.

Recogí su mochila, esa que aún seguía sobre el piso.

—Seguramente sólo es caridad—susurró una de las chicas que me miró de forma libidinosa antes.

La miré por el rabillo de mi ojo. Tomé a Jade por la cintura y la conduje hasta mi auto mientras el asombro de algunas y la emoción de otros se hacía presente.

Vaya, fue bastante sencillo.

Creía que subir a la chica rebelde al auto daría más guerra, aunque ella se mantenía asombrada ante la circunstancia y quizá eso la dejaba fuera de combate. Abandonamos el lugar, dejando a todos observando el rastro que mi auto de lujo plasmaba en la acera.

—Detente ahora, por favor. Bajaré —dijo con seguridad, siendo ella misma de nuevo.

—No.

—Bájame ahora, sólo no hice nada allá atrás porque mi vida ya es bastante mala como para agregarle una escenita frente a todos los del instituto. Pero no quiero estar aquí, mucho menos contigo.

—¿Por qué tu vida es mala?—curioseé con sed de conocimiento.

Si ayudarle se encontraba en mis manos, lo haría hasta con los ojos cerrados.

—Bájame—insistió enseriada.

—Si me dices cuál es tu nombre, lo hago.

—Es Jade, ya te lo he dicho.

Me encogí de hombros.

—La oferta expiró entonces.

Tiró del volante en un arrebato estúpido, haciéndome perder el control del vehículo por un segundo.

—¡Mierda, niña! ¿Quieres matarte? —exclamé en respuesta, reincorporando el auto a la carretera.

Sentí el gran susto que la invadió por un momento. Su intento de fuga no fue tan inteligente como su mente le hizo creer, pero me mostré misericordioso. Detuve el auto después, prácticamente sobre la nada. Ella intentó tirar de la palanca para salir en un rápido movimiento, pero coloqué el seguro antes de que lo hiciera.

Mis reflejos eran excelentes.

—Escucha, sólo quiero conocerte —confesé.

—Ésta claramente no es la manera.

El Olimpo: HADESWhere stories live. Discover now