8. Sorpresa.

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La habitación del hotel se sentía pequeña desde que Hestia llegó conmigo. Sin embargo, ella no estaría esta tarde y era el pretexto perfecto para que Jade estuviese ahí y pasar un buen rato.

—Me encanta la vista que tienes aquí, pero aún no me has respondido, ¿por qué demonios vives en un hotel?

Sonreí, deteniéndome a su lado y frente al enorme ventanal con las manos dentro de los bolsillos.

—Ya te dije que no soy de aquí.

—Lo sé, pero ¿por qué un hotel? ¿No se vuelve extremadamente caro?

Me encogí de hombros.

—Mientras lo pueda pagar, ¿qué importa?

Ella colocó sus ojos en blanco. Le fastidiaba que fuese un "derrocha dinero", según sus palabras.

—Despilfarrador.

Reí, corto pero siniestro. La abracé por detrás, encajando mi barbilla sobre sus hombros.

—Te tengo un obsequio.

Ella frunció el ceño y giró su hermoso rostro hacia mí.

—¿Por qué?

Encogí mis hombros en un gesto de desinterés.

—Por que te quiero, y quise comprarte algo.

—Me intrigas —dijo, estudiando cada palabra que pronuncié—. Mientras no sean flores, todo estará bien.

—¿Por qué no quieres flores?

—Yo puedo comprarme flores.

—Si yo también quiero comprarte flores, lo haré y tú no me lo impedirás.

Ella suspiró.

—¿Me compraste flores?

—No hice eso.

—¿Y qué sí hiciste?

—Creo que, si no me lo avientas a la cara, te gustará.

Ella rió.

Oh, bendito el sonido que articulaban sus cuerdas vocales.

Adoraba cuando se reía. Era como un melodioso canto para mis oídos, aunque la música no era algo que adorara. Pero es que, con ella todo me gustaba, incluso que Trump fuera presidente.

La giré hacia mí en un rápido movimiento, bajé la mirada para interceptarla y sonreí, cruel y voraz. Ella sonrió de vuelta, tierna y sensual.

—Espacio personal —pronunció.

—Cállate, Jade. Es lo último que deseas.

Por supuesto, besé sus labios en un ritmo acelerado. Disfrutaba ese dulce sabor que sin esfuerzo me enloquecía. Manjar exquisito, droga perfecta.

—Tranquilos, o se terminarán comiendo y vomitando a las tres horas—interrumpió mi hermana desde el marco de la puerta.

Eché la cabeza hacia atrás.

¿Es que acaso siempre sería igual?

¿Qué clase de maldición tan más ruin había sobre nuestros mejores momentos?

—¿Qué haces aquí? Dijiste que volverías hasta que el sol se ocultara —gruñí.

—Lo sé, hermanito. Y lo lamento, pero es que me topé con malas noticias, muy malas y desagradables.

Mi rostro cambió.

Solté a Jade rápidamente y me acerqué a Hestia con preocupación, mientras ella dejaba un par de bolsas del centro comercial en la pequeña mesa que te recibía.

El Olimpo: HADESWhere stories live. Discover now