2. Búsqueda.

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Las paredes de la habitación del hotel me rodeaban. Observaba el panorama de la ciudad a través de los enormes ventanales con mis cejas completamente fruncidas.

Aquello significaba solamente una cosa:

Confusión.

Trataba de estabilizar aquel cúmulo de emociones e impulsos que mi cuerpo pedía a gritos satisfacer

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Trataba de estabilizar aquel cúmulo de emociones e impulsos que mi cuerpo pedía a gritos satisfacer.

Suspiré profundo.

Jade, Jade, Jade.

No conocía más de ella, además de aquellos hermosos y cautivadores ojos color miel que poseía. Aquella voz tan suave y dulce, aquel aroma, su delicada y tersa piel que pedía a gritos ser mía.

Sacudí la cabeza.
Esto era una locura.

—¡Eros, sal de tu escondite, maldito cobarde! —grité con rabia mientras colocaba un par de toallas faciales empapadas en mi frente para bajar la calentura que sentía.

Pero nada, el bastardo no respondía ante sus imprudentes actos.

Mi cabeza pensó en mil y un opciones. Quizás era un malvado plan ingeniado por mis hermanos para que regresara al Olimpo. Diez años no habían pasado en vano. Supe que habían tenido algunas crisis por culpa de los impulsos y locuras de Zeus, pero ese no era mi problema. No desde que partí, independizando nuestros reinos.

Pero, independientemente del resultado de la hipótesis, mi corta estancia en la tierra debía terminar, o no me haría responsable de lo que pudiese hacerle a esa pobre chica.

Mis deseos por ella quemaban. No lograba pensar racionalmente... y era una simple humana. Sin nada más que la perfección total. No tenía título real, poder o descendencia mítica.

Entonces, ¿cuál era su encanto?

Me ahogué en un desesperado suspiro.

Demonios.

Necesitaba respuestas conretas y fundamentadas, pues regresar al Inframundo sin ellas parecía desquiciado. Me era imposible pensarlo.

Intenté deshacer esa maldición de distintas formas... pero nada de lo que hice funcionó. Restaba únicamente un camino, aunque no quisiera hacerlo. Era mi deber y, en consecuencia, me aventuré hacia los confines de Grecia, donde yacía el Monte Olimpo.

Sí, ese mito sí que era muy real. Ahí, en aquel majestuoso castillo se establecieron los seis dioses principales y algunos visitantes, dioses y semidioses. Poco a poco fuimos desapareciendo, sin embargo, sigue siendo aquel punto de reunión al que todos asisten, a excepción de mí.

Desaparecí a decisión propia del radar algunos años atrás.

—¿Hades? —sotó Hermes, con el aliento prisionero al verme. Sus ojos estupefactos no lograban concebir mi presencia. Y no, no era hijo de Zeus. Era un simple agregado al igual que el resto.

El Olimpo: HADESWhere stories live. Discover now