12. El inicio de la guerra.

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Todos me odiaban con justa razón. Mi debilidad, mi estupidez había cometido el peor error que nadie jamás pudo haber concebido.

Nos encontrábamos en el gran salón, ideando un nuevo plan que nos pudiera dar ventaja sobre Crono, Ares y su ejército. Teníamos conocimiento de lo que ocurriría y sobre eso nos dedicaríamos a proteger la tierra de las garras de aquellos seres tan ruines.

—Bien, ¿dónde carajos está Zeus? —recriminé.

Molestia era poco sentir.

Cómo es que el más preocupado de todos nosotros no se hacía presente.

—¿Dónde estabas tú cuando Crono salió del inframundo? Oh, sí. Cogiendo con tu humanita.

Persefone siempre hablaba idioteces.

—Tenías que ser tú la que lo defendiera, ¿no es así? Creo que la que ha cogido, es otra.

—Cállense. Ambos —ordenó Atenea molesta.

Suspiré profundo.

Era hora de poner en marcha nuestro plan. Cada quien se retiraría de manera estratégica hacia puntos específicos de la tierra para tratar de disminuir los efectos de los desastres naturales que se aproximaban.

—Intenta no arruinarlo esta vez, por favor.

Hestia, quizá, era la más molesta de todos.

Aguanté.

No podía decir nada, no tenía derecho. Había cometido una falta grave y sin motivo digno.

Partimos del Olimpo cuando la mayoría ya lo había hecho.

—Hermano, ¿irás a Grants? —cuestionó Poseidón; se sentía más tranquilo, mucho más.

Negué.

—Debo ir a Alemania, es donde hay más muertes. Nos vemos en tres días, hermano. Cuídense y rompan muchos traseros.

Él sonrió, haciendo aquella seña que nos caracterizaba como hermanos y se marchó.

Entre todos nos comunicábamos. No a todos nos iba conforme al plan, pero de alguna manera estábamos logrando apaciguar los efectos que la profecía acarreaba consigo. Había huracanes, terremotos, tormentas, tsunamis y enfermedades por todo el mundo. En las noticias, sólo se esperaban más tragedias. Las alarmas sonaban y las banderas rojas se alzaban por todo el planeta.

Los Dioses no estábamos exactamente en el apogeo de nuestra existencia. Eramos fuertes, pero las personas ya no creían en nosotros y eso nos debilitaba.

Crono, por otra parte, se fortalecía más y más con el sufrir del mundo. No habíamos tenido la dicha de enfrentarlo, y estaba seguro de que no sería así, no hasta el final de la lucha.

El imbécil de Ares ya había dado guerra. A mí no, el desgraciado sabía con quién meterse. Hera, Eros, Hermes, Efesto y, por supuesto, Afrodita.

Una semana y media después, me encontraba viajando por toda Europa, tratando de llevarme sólo a las almas necesitadas, pero se hacía imposible. Fue entonces, uno de esos días, cuando los desastres naturales cedieron y fuimos convocados al Olimpo.

—Estamos aquí reunidos porque es necesario saber qué ha sucedido.

Poseidón se encontraba a la cabeza.

—Los desastres se han apaciguado —Hera en su voz soltó una gran carga de alivio.

—La esperanza de vida ha crecido —compartí con la mirada baja mientras jugaba con mis dedos.

El Olimpo: HADESWhere stories live. Discover now