21. Infortunios.

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El mundo se volvió un caos total.

Muerte, enfermedad, destrucción, guerras.

Y aunque detestaba admitirlo, decirlo incluso quemaba; necesitábamos a Zeus.

Por más esfuerzo que poníamos, las cosas se estaban saliendo de control porque nos encontrábamos en una batalla a ciegas. Y lo peor de todo, era que Crono aún no aparecía.

—¡¿Cómo carajos se te ocurre dejarla allá sola?!

—Hades, ya está grandesita. Además, las cosas en su aburrida ciudad se encuentran tranquilas.

—Si Ares se entera...

Hestia me interrumpió.

—Tiene a Zeus en su poder, ¿crees que le importaría esa mortal? Por Dios, hasta una piedra sería más propensa a ser secuestrada por Ares que ella.

Fruncí el ceño, apreté mis puños con fuerza.

—¿A dónde crees que vas?—preguntó Deméter, siguiéndome con la mirada.

—Por ella.

—No, Hades. Ve al inframundo, necesitas...—Hera intentó hablar, pero no le permití continuar.

—Iré por ella y la llevaré al Inframundo.

Las tres se tensaron. Me miraron atónitas.

—¿Estás loco?—Una cuarta voz se agregó a nuestro coro—. Sobre mi cadáver.

—Es mi novia, yo decido qué hacer con ella.

—Sí, como llevarla al Inframundo es tan romántico y nada peligroso para ella—ironizó Hestia.

—No les importa—dije.

—Claro que nos importa, una mortal en el Inframundo alterará el curso de las cosas.

—Quizá, Hera. Pero ahí al menos estará segura. Confié en ustedes, confié en ti y la dejaron botada en cuanto pudieron.

Había pasado una semana, y quien sabe desde cuándo ella se encontraba sola. Me jodían, esas tres mujeres en verdad me jodían la existencia.

Me transporté hacia Grants en un abrir y cerrar de ojos. Caminé hasta su hogar a paso firme. El auto que le regalé antes estaba estacionado en la acera. Suspiré por un momento, queriendo creer que eso significaba que estaba en casa. Esperaba a que me abrieran después de constantes toquidos de timbre y puerta.

—Ay, ya voy, ya voy. Carajo, qué desesperación...—Esa voz era inconfundible. Sonreí—. ¿Hades?

Logré sentir el miedo que se instaló en cada parte de su ser y no pude evitar reír frente a ella.

—Vamos, Lila. Pasamos mucho tiempo juntos antes, no seas ridícula. Sabes que soy inofensivo.

Ella frunció el ceño con molestia.

—Eso fue hasta saber que eras el puto rey del infierno.

—Dios del Inframundo —corregí.

—Lo que sea, es igual. Eres un demonio —Intentó cerrar la puerta pero la detuve con el pie—. Largo, Jade no está.

Levanté mi ceja. Sabía que mentía.

—¿Estás segura?

Asintió.

—Lila, ¿quién tocó...?

Oh, mi terroncito de azúcar. Pude respirar con gran alivio ahora sí.

Me adentré a la casa sin importarme un carajo si Lila quería o no que lo hiciera. La tomé entre mis brazos con fuerza, desapareciendo la preocupación que antes sentí.

El Olimpo: HADESWhere stories live. Discover now