Capítulo 1. New Haven

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Durante los primeros años de mi vida y, supongo que los primeros de casi todo el mundo, mi familia creó un entorno. Esas grandes decisiones, las que marcaron y definieron mi día a día, con las que vivía, con quién pasaba el mayor tiempo e inclusive mi propio nombre. Decisiones que no tomé yo. En manos de ellos era una especie de barro al que dar forma. Con el tiempo, debí empezar a elegir por mí misma y crear mi propia identidad, sin embargo, la huida de mi madre hizo tambalear todo, haciendo que esas decisiones le perteneciesen a mi abuela. Pero tuve suerte en algún momento, cuando entre tanto tambaleo, decidí que Maya iba a ser mi mejor amiga.

Maya y yo nos hicimos inseparables, tan diferentes como éramos. La libertad a su lado sabía mejor, y era prácticamente emocionante poder sentirme necesaria. Decían que en algún momento, una de las dos se desvincularía de la otra y buscaría otro substituto, tan reemplazables como cree mi abuela que somos, y que ese conjunto de dos, se volvería uno.

En eso, debo darle la razón.

Prometimos que solo nos iríamos del pueblo en el que crecimos juntas y que después de la universidad nos instalaríamos en la ciudad de nuestros sueños, en un moderno edificio con pisos comunicados entre sí con unas vidas tan intrincadamente entrelazadas. Creíamos tener una amistad con ramas fuertes y raíces profundas.

Las cosas entonces eran diferentes. Nuestros mundos dejaron de estar entretejidos.

Han pasado tres meses y medio desde que papá y Deborah se pusieron manos a la obra para buscarme un alojamiento situado lejos del pueblo donde vivimos, y sus interminables listas de apartamentos, casas y pisos que fueron seleccionados, se decantaron al fin porque venga a New Haven. A muchos kilómetros de casa, demasiados, diría yo.

Pero como son ellos los que invertirán el dinero en el apartamento, tampoco puedo quejarme. Además, New Haven no está nada mal, tiene su encanto.

Mil quinientos ochenta y ocho.

Cuando era un adolescente deseaba pisar esa ciudad junto a la que era mi mejor amiga, pero supongo que con el tiempo las cosas cambian y no deseamos lo mismo que queríamos cuando apenas rozábamos los doce años.

Con un auricular puesto, centrándome en la música que canturrea en mi oído y tratar de coordinar mis pasos arrastrando dos maletas, evito pensar y comerme la cabeza como he hecho hasta hace nada cuando bajaba del tren.

—Kaylee, sabes que si necesitas algo solo debes llamarme —me irrumpe mi padre con su voz ronca, mirándome.

Lleva una camiseta de rayas verdes y blancas con los botones superiores desabrochados y, entre los bordes de la tela, se asoma un triángulo de vello oscuro.

Si la abuela estuviera aquí, estaría volteando sus ojos.

Papá insistió en acompañarme de casa hasta mi apartamento de New Haven, kilómetros y tiempo perdido para él, pero supongo que cuando se le mete una idea en la cabeza es imposible hacerle cambiar. Mamá siempre decía que su Jacob era de ideas fijas e incluso si no tenía razón en alguna de ellas, hacía todo lo posible para salirse con la suya, y si quería hacer algo, era casi inviable conseguir que no lo hiciera, por lo tanto, lo mejor era dejarlo urdir.

Deborah tiene un punto de visita similar al de mamá sobre mi padre... Aunque mucho no hablo con ella. Es una mujer tres años menor que mi padre, licenciada en abogacía con varios títulos —aunque no ejerció de ello—, de pelo canoso, con un flequillo que le suele caer sobre sus ojos, y está sonriendo todo el tiempo, a menudo sin razón aparente.

Me esfuerzo por sonreír y así evitar tener que explicarle por qué llevo una mueca fruncida permanente en mis labios o algún comentario del estilo todo irá bien o ánimos de su parte.

Suspiro.

—Vale, papá.

Me saco el auricular dejando caer los dos cables en mi mano notando el leve murmullo de la música vibrar por ella.

—¿No necesitas que te ayude con las maletas?

Esbozo una sonrisa de boca cerrada y meneo la cabeza.

—Hay ascensor, no preocupes por ello.

Él suspira y se acerca a mí para acariciar mi rostro.

Dos mil dos.

—Te quiero hija.

—Y yo, papá.

—Al inicio de cada mes te haré un ingreso en tu cuenta para abastecer los gestos que puedas tener y mañana cuando salgas de tus clases, llámame, quiero saber cómo estás.

Asiento cogiendo las otras dos maletas que llevaba él.

Sé que no es él el que se encargará de mandarme dinero, sino que, por lo contrario, son los de protección civil, aunque tanto Jacob como Deborah me lo quieren ocultar.

No sé por qué...

Ladeo mi cabeza.

El calor golpea mi cara mientras sigue mirándome.

—Estaré bien.

—Mi niña... No te olvides de llamarnos.

—Os llamaré.

—¿Necesitas que te ayude en algo?

—Papá, como no te des prisa, no llegarás a coger el tren, y estás a dos mil tres pasos de ahí...

—Sigues contando los pasos igual que cuando eras niña...

Asiento y él sonríe entrañable, después nos despedimos y se va cuesta abajo.

Al entrar al edificio y acercarme al ascensor veo que en este hay un cartel.

Fuera de servicio.

Buen empiece tengo.

Tendré que realizar varios viajes para transportar todas las maletas hasta la quinta planta, pero temo el encontrarme con alguien...

Asgo una de las cuatro maletas que tengo y el resto las escondo en el cuarto de la basura del edificio. No puedo fiarme y dejarlas en el portal, ya que puede que alguien entre y las coja, entonces no tendría mis pertenencias y me vería obligada a tener que acercarme a un centro comercial abarrotado de gente y correr el peligro de volver a ser secuestrada o que me dé un ataque de pánico en medio de todo el mundo y llamen a mi padre y a Deborah...

Para, para, para, Kaylee, recuerda lo que te dijo la Dra. Estelle; no pasa nada.

Inspira, expira.

Cierro los ojos y me relajo.

Subo las escaleras y observo las puertas de madera de cada planta hasta llegar al 5-2º. La abro y echo un vistazo rápido; al final del salón-cocina que compone el apartamento, hay un gran ventanal con un estrecho balcón que permite la entrada de luz natural. Es una buena señal. El sofá es pequeño, pero acogedor y está frente a una televisión colgada sobre una chimenea en la pared pintada de un gris bonito que contrasta con el resto de paredes en blanco roto y los cojines azules y grises que están esparcidos por el sofá. La cocina está bien, y tiene lo esencial para poder sobrevivir; una cafetera, un microondas y un horno, además de los utensilios típicos. El baño es de un tamaño reducido y el dormitorio está decorado con las mismas tonalidades que el salón.

Dejo la maleta en el salón y bajo por el resto.

Una vez las tengo ya en el apartamento y la puerta yace cerrada con llave y la cerradura, reviso que no haya perdido algo, me tumbo en el sofá y tiro de cualquier manera el móvil en este.

Mañana ya tendré tiempo para organizarlo todo y dejarlo en su lugar.

Ahora solo necesito descansar antes de que me dé algo.

Me coloco los cascos y dejo sonar la música instrumental, libre de voces.

Apunte mental: tengo que llamar a Caitlyn.

Apunte mental 2: también a la doctora.

Kaylee; Entre Nosotros [TERMINADO] (COMPLETA)Where stories live. Discover now