Capítulo 1 La Pequeña que provino de Northampton

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Las calles en Londres estaban más frías de lo habitual. Ninguna alma penaba en ellas, solo el silencio es quien camina por ellas. Baker Street es, después de un largo tiempo, la calle más silenciosa de esta noche. Para algunos era curioso no escuchar los repentinos disparos en el 221B o como el famoso detective consultor se ponía a gritar por la alegría o el coraje. La gente de los alrededores nunca sabía a qué se debían los gritos con exactitud, sin embargo, no deja de ser curioso en esta noche londinense.

Dos de la mañana.

Mientras todos yacían dormidos, muy seguros de soñar con aquella duda, en aquel departamento las luces se encontraban encendidas. El afamado detective yacía recostado en su sofá, con sus manos junto a su barbilla y respirando con dificultad. 

Abrió sus ojos color verde grisáceo de golpe y sin poder controlar la adrenalina que comenzaba a fluir por su cuerpo, el detective saltó del sofá y caminó acelerado, cubriendo su boca para ahogar un grito desesperado

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Abrió sus ojos color verde grisáceo de golpe y sin poder controlar la adrenalina que comenzaba a fluir por su cuerpo, el detective saltó del sofá y caminó acelerado, cubriendo su boca para ahogar un grito desesperado. No quería alterar a la señora Hudson a estas horas de la noche, pero ¿desde cuándo le preocupaba el hecho de perturbar su sueño? Sin poder controlarse, se acercó a la mesita y tomó todas las cosas que había en ella para lanzarlas hacia la pared con todas las fuerzas que tenía acumuladas. Sin soportar más lanzó ese endemoniado grito de desesperación y logró aquello que, por algunos momentos, había querido evitar. La luz de las escaleras se encendió y se escuchó la alterada voz de la señora Hudson.

—¡¿Sherlock?!

No hubo respuesta. Colocó las manos en su oscuro cabello y lo apretó con todas sus fuerzas, a punto de querer arrancárselos. Se hincó en el suelo y sus ojos se habían cristalizado, las mejillas se habían tornado rojizas y las venas de sus manos se resaltaron, dejando a relucir sus palpitaciones.

—¡¿Sherlock?! —Volvió a preguntar la señora Hudson mientras abría la puerta—. ¡Por Dios! ¡¿Estás bien?!

—¡¡Lárguese, señora Hudson!! —sin mirarle gritó sobresaltado.

—¿Pero...?

—¡¡Ahora!! —exclamó furioso y con sus manos pegó al suelo.

Asustada la señora Hudson obedeció, cerró la puerta y bajó las escaleras sin mirar atrás.

Sherlock Holmes se quedó en aquella posición sin parar de golpetear con aquellas fuerzas al suelo, en el cual agradecía que le sostuviera en esos momentos. Podía sentir como los objetos a su alrededor comenzaban a perderse entre formas de espirales y asteriscos, también, notó como aquel suelo se movía como si de una marea se tratase. Todo se había convertido en algo psicodélico y a la vez doloroso. Con sus cristalizados ojos, y tornándose en un rojizo suave, aceptó dejarse llevar con lo que pasaba. Todo era irreal. Con las drogas esa irrealidad era creíble. Al distinguir como su pequeño living se perdía en un agujero, apreció frente a él una extraña silueta. Curioso se alzó con pesadumbre del suelo y, a como su cuerpo le permitía, comenzó a acercarse a ella.

La Niña que llegó al 221B de Baker Street. 【E D I T A N D O】Donde viven las historias. Descúbrelo ahora